El asunto que me sienta esta mañana frente al escritorio, quisiera –aunque no es preciso– remontarlo a varias decenas de siglos atrás, por ser tan antiguo como la civilización misma. La necesidad de movilizar por tierra, de forma masiva a la gente, ha sido un propósito que ha dado qué pensar a las sociedades y, además, trabajo a los ingenieros durante todas las épocas. En sus inicios y en largas distancias para el transporte de esclavos, reyes con sus respectivas cortes, etc. Posteriormente con el crecimiento de las urbes, las divisiones sociales del trabajo y el incremento poblacional, fue preciso que la tecnología hiciera su parte frente al mencionado menester y, por supuesto, respondió con creces. Se pasó de la tracción animal al motor, se mejoró vertiginosamente la eficiencia de estos y los medios para emplearlos. Entonces se pudo movilizar a grandes grupos de personas en camiones, buses…
Ahora que he perdido completamente su atención –estimados lectores–, quisiera decir que EL TRANSPORTE PÚBLICO EN LA CIUDAD DE CARTAGENA DE INDIAS ES UNA COMPLETA Y SOBERANA PORQUERÍA. Habiéndome desahogado ya con la sentencia anterior y para tomar de nuevo los estribos, diré que el transporte público de la ciudad es pésimo. Salir a tomar el colectivo (Trata… Maltrataré específicamente sobre servicio de buses y busetas) en Cartagena es una suerte, un juego de azar cuyo precio (aparte de los $2.100 pesos que establecieron como tarifa desde el pasado lunes) obligatorio, es el tiempo o hasta la vida misma por, como le dicen allá, andar “pagando pato” durante la espera.
Esperar hasta ochenta minutos para tomar un bus, no es el ideal de uso de tiempo para un trabajador cansado, un estudiante urgido, o cualquier persona que necesite desplazarse largas o medianas distancias en su día a día. El cartagenero en general desconoce el valor del transporte a tiempo, al igual que desconoce el nombre de los males personales y sociales que le aquejan. Desconoce qué es salir de su casa para estar en un paradero a las siete menos cuarto con el fin de llegar a su destino a las siete y treinta, y no tener que salir a las seis en punto a esperar, en esa misma parada, como acostumbra, a ver quién pasa y le da la gana de llevarlo, o una mala hora. El cartagenero en general vive obligado a poner su tiempo de vida en manos del azar de seres mezquinos y a no saber que le puede llamar sórdida a su experiencia en los trayectos. Y seguirá en esas mientras no despierte.
El chofer de bus cartagenero, ser avieso y huraño sacado de las profundidades del mismísimo averno, tiene entre sus infames y antipáticas particularidades despertar el odio y los peores intenciones en los usuarios, de las maneras más viles y abyectas que la humanidad pudiera concebir, tales como: no recogerlos (únase a lo del tiempo de espera), sea a causa de su misma naturaleza o por venir disputándose el camino con alguno de sus homólogos; conducir a velocidades desmedidas y realizar maniobras que en conjunto o individualmente ponen en riesgo la vida del pasajero y muy comúnmente animales callejeros; ir ex…ce…s…i…va… … …me…n…t…e l…en…t…o (creo que lo dije muy rápido) durante gran parte del trayecto. Entonces se vuelve los más permisivos, se hacen amigos de todas las lucecitas rojas que se encuentren en el camino o simplemente se detienen, dejando en últimas instancias las necesidades de los usuarios.
Subir a una buseta en Cartagena es un acto de valientes. Si tienes la suerte de que te recojan, luego de que un penetrante olor a combustible te llegue hasta los intestinos, una despreciable voz gutural te dirá: <<ahí ‘ue>>, entonces sabrás que tendrás que entregarle el dinero del pasaje –lo mejor es tener sencillo–. Encontrarás mínimo dos ventanas fijas (que te dará la impresión de ser las más amplias) con el letrero de: SALIDA DE EMERGENCIA y algún instructivo; alguna otra estará trabada. Si el destino te sitúa junto a una de esas, habrás de desear haber salido bien hidratado de casa; la hora del día es indiferente. Rezarás por que no suban a atracar, a veces harás oraciones que durarán todo el camino. Se subirán uno tras otro a ofrecerte mal Rap, dulces, estampas, bolígrafos, ungüentos, agujas y toda suerte de adminículos de los que has prescindido y prescindirás durante toda tu vida. Experimentarás estar en una gran y errática mecedora y, en el vaivén de cada frenada, tu resistencia muscular será puesta a prueba: si vas sentado los de tu cuello, si vas de pie… todos. Cabe imaginar que el alto volumen de la música será para no oír tus quejidos –oh sí, la ecualización será la peor posible–. Escucharás con increíble frecuencia la bulla ensordecedora de alarmas para auto, la que pueden controlar con un botón que tienen muy cerca del volante. La activarán cada vez que frenen, cada vez que arranquen, cada vez que cambien de marcha, cada vez que vean a una posible víctima o esta, a lo lejos, les extienda el brazo; cuando giren a la izquierda y a la derecha, cuando cambie la luz del semáforo no importa a qué color; la presionaran por poco y por mucho tiempo. Créeme, no será lindo. Cuando estés muy próximo a tu destino deberás levantar la voz con vehemencia y decir: <<parada>>, entonces disminuirá la velocidad y podrás arrojarte del vehículo.
Ningún alcalde ha conocido lo tortuoso del asunto, ni mucho menos la mala vida que tiene que darse el ciudadano para llegar a su lugar de trabajo, estudio o residencia; y como la costumbre es que les peguen y quedarse callados, los usuarios se aguantan todo. Además – también lo he oído decir– << ¿Uno con quién se queja? >>. El mal servicio en el transporte público colectivo es una problemática social y nadie la ha considerado en sus campañas, ni ya sentados frente a la Plaza de la Aduana. El servicio no puede ser peor y un SITM sólo es un pañito húmedo ante una problemática de fondo y de forma. Las condiciones e infraestructura permiten prestar, no solo un mejor, sino, un buen servicio a pesar del puñado de vías con que cuenta la ciudad, únicamente hace falta una mano firme que ponga en cintura a los prestadores.
Ahora bien, pongamos la cuestión en perspectiva. Tengo que cumplir con una tarifa, un recorrido, un reloj y unos horarios. Querré que a mi vehículo se suba el mayor número de personas, querré que mi vehículo dé el mayor número de vueltas, querré llegar a tiempo a los relojes, pasaré por donde me de mi gana, cuando me de mi gana y recogeré a la gente que me de mi gana y haré el ruido que yo quiera, conduciré como yo quiera: <<Tú verás si te montas>> ¿Qué hacer? Organizarse (tiempos, horarios, rutas y máquinas), atender realmente sugerencias quejas y reclamos. Estoy seguro que no es ni siquiera difícil.
Ahora, un poco de física básica y sentido común para nuestros odiados energúmenos:
- Impenetrabilidad: resistencia que opone un cuerpo a que otro ocupe su lugar en el espacio; ningún cuerpo puede ocupar al mismo tiempo el lugar de otro.
- Para hacer un recorrido en un tiempo dado, es preferible que se lleve a cabo a una velocidad constante, que hacerlo excesivamente lento y luego excesivamente rápido (su vehículo se lo agradecerá también).
- Fuerza centrífuga: Si se conduce a alta velocidad un vehículo alto, al cambiar de dirección de forma brusca, este puede volcarse.
…tranvías, metros, etc. La explotación de estos medios masivos de transporte propició indiscutiblemente el desarrollo industrial (y por consiguiente económico), social y cultural de las ciudades. Las sociedades que valoran la utilización del tiempo y los horarios: la puesta diaria del obrero para el inicio de su jornada laboral, la llegada puntual a clases, eventos sociales y deportivos, tienen, sin lugar a dudas, el desarrollo que merecen.