¿TransMilenio o TransMiseria?

¿TransMilenio o TransMiseria?

La peculiar concepción de Peñalosa sobre la democracia contrasta con la indignidad, la incomodidad, el elevado costo y la total precariedad a la que se nos somete día a día

Por: David Esteban Rojas Ospina
octubre 18, 2018
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¿TransMilenio o TransMiseria?
Foto: Pixabay

Para el alcalde Enrique Peñalosa, TransMilenio es la joya de su legado: un BRT eficaz, barato, flexible, mejor que cualquier sistema férreo y que ha tenido la oportunidad, como ningún otro BRT del mundo, de expandirse hasta convertirse en la columna vertebral de la movilidad de una ciudad de casi nueve millones de habitantes.  Según Peñalosa, TransMilenio es la democracia sobre ruedas, pues según su concepción de lo democrático, un bus, o, mejor dicho, dos y hasta tres buses pegados tienen derecho a moverse más rápido que un automóvil con un solo pasajero.

Esta peculiar concepción de la democracia y el paternal orgullo con el que Peñalosa se refiere a su TransMilenio contrasta con la indignidad, la incomodidad, el elevado costo y la total precariedad a la que se nos somete día a día a quienes “democráticamente” nos vemos obligados a movilizarnos en buses que suplantan lo que debería ser un sistema de metro, que no tenemos, gracias a que el mismo Peñalosa en su primera administración desvió los recursos dados por la nación a través del pacto de Monserrate para la construcción del metro hacia sus infames chimeneas rodantes.

¿Para quién es realmente bueno TransMilenio? El 90% de los ingresos del sistema es para las empresas operadoras, el 5% para el recaudador y el 5% para la ciudad de Bogotá. Pese a la insignificante suma que recibe la ciudad, el distrito debe cubrir con los gastos de mantenimiento de la infraestructura y la malla vial. Sin hacer ninguna inversión importante, las pocas familias dueñas de las empresas operadoras reciben cuantiosas ganancias a expensas de nuestra calidad de vida. Como si fuera poco, las licitaciones para renovar parte de la flota de TransMilenio que pretende adelantar esta administración tendrán como grandes ganadoras a las mismas familias que desde hace más de quince años encontraron en TransMilenio, y por ende en nuestros bolsillos, a la gallina de los huevos de oro.

Adicionalmente, la testaruda insistencia de la alcaldía en permitir la llegada de buses diésel Euro V, obsoletos en el mercado europeo, no tiene otra finalidad más que beneficiar a Volvo, quien no puede, o no quiere, fabricar buses no dependientes de energías fósiles, situación que ha desatado una disputa hecha pública entre Volvo y Scania. ¿Qué hace un tipo como Enrique Peñalosa, defensor de la iniciativa privada, promoviendo licitaciones hechas a la medida de oligopolios?

Mientras tanto, la encuesta de percepción de Bogotá Cómo Vamos del año 2017, la última disponible, indica que los tiempos promedio de desplazamiento en TransMilenio han aumentado entre el 2015 y el 2017 de 59 minutos a 68 minutos y el 65% de los bogotanos declaran que el tiempo de sus viajes habituales ha aumentado. El nivel de satisfacción de los usuarios de TransMilenio es solamente del 19% y el 60% de los bogotanos considera que TransMilenio ha empeorado, mientras otro 30% opina que el sistema sigue igual. Pese a todo lo anterior, durante la presente administración el costo del pasaje ha aumentado un 22%, muy por encima de la inflación, sin ninguna mejora ostensible en el sistema.

El sistemático sabotaje de Enrique Peñalosa al metro de Bogotá parece ser su defensa frontal al modelo TransMilenio: maravilloso para él y los privados que lo usufructúan, y miserable con los ciudadanos y nuestra querida pero maltrecha Bogotá. Los políticos que defienden a ultranza la expansión de TransMilenio no solo lo hacen pensando en su beneficio personal, sino también con un desprecio profundo hacia los bogotanos.

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