Transmilenio explicado con plastilina

Transmilenio explicado con plastilina

"La participación ciudadana puede ser el salvavidas del sistema."

Por: Jaime Romero
septiembre 16, 2014
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Transmilenio explicado con plastilina
Foto: Archivo del Autor

Primera parte: el purgatorio urbano.

Si hay algo que pone de acuerdo a los bogotanos es que su sistema de transporte masivo está al borde del colapso. Quienes promovieron Transmilenio (TM), como el ex-alcalde y eterno candidato presidencial Enrique Peñalosa, opinan que la causa es un “exceso de éxito”, agravado por la lentitud con que las administraciones subsiguientes habrían continuado el plan de expansión del sistema. Sus críticos piensan que el problema es de pequeñez mental, al pretender ahorrarse un ‘metro’ con unos simples buses. Ambas facciones tienen estudios, estadísticas y expertos de sobra para soportar su posición.

Los usuarios hacen un estudio contundente a diario en hora pico: filas infinitas -para comprar los tiquetes, para entrar a las estaciones, para esperar el bus-, buses atestados que hacen imposible entrar o salir, trancones eternos en los carriles exclusivos. Y manifestaciones, menor productividad, baja calidad de vida.

Los candidatos a la alcaldía tienen un tema que vende mucho y da para promesas de todo tipo. Pero al llegar al Palacio Liévano se enfrentan a la cruda realidad: el metro se tarda años y -en el mejor de los casos- sólo va a absorber una fracción de la demanda, los operadores son empresarios privados con agenda propia y enorme poder político, la gente no da espera. El resultado es un costo político enorme, como puede atestiguarlo el propio Enrique Peñalosa cada vez que se lanza a algún cargo de elección popular.

Segunda parte: ¿hay luz al final del túnel?

Hemos visto recientemente (primero en las redes sociales, ahora en los medios de comunicación) el estudio, elaborado por un profesor universitario, con propuestas concretas para mejorar el servicio basadas en cifras obtenidas empíricamente, conocimiento técnico y bastante sentido común. La administración de TM ya ha dicho que las va a estudiar para ver si las implementa, lo cual no responde a ningún plan estratégico o directiva política: más bien es una muestra de desesperación y “bloqueo mental”.

El profesor del estudio le ha lanzado un salvavidas a TM que ojalá sepa usar. Y no se trata de sus propuestas, por útiles e ingeniosas que resulten, sino de su forma de trabajo. Un libro de 2004 escrito por James Surowiecki, “The wisdom of crowds” (“La sabiduría de las masas”), nos da una idea más clara: se trata de abrirle la puerta a la colaboración abierta –también conocida como diseño participativo, ciencia ciudadana, crowdsourcing, etc.- de los usuarios, en contraste con el método tradicional -cerrado y, en el caso de TM, poco eficaz- con que las administraciones públicas toman sus decisiones. Por supuesto que el método tiene sus límites, que el libro describe en detalle, pero tiene dos ventajas de peso: primero, que tiene grandes posibilidades de éxito, y segundo, elevar el interés de la comunidad por resolver los problemas que la aquejan, más allá de las manifestaciones de inconformidad.

Tercera parte: el huevo y la gallina

En un medio como el nuestro, con grandes limitaciones técnicas y presupuestales, contar con la colaboración desinteresada de cientos o miles de personas (o que a lo sumo esperan una contraprestación en forma de reconocimiento) no puede ser desestimado por parte de ningún gobernante con un poquito de olfato político y responsabilidad social. Y sin embargo hacen todo lo posible: no existen canales reales de comunicación entre los funcionarios y la comunidad (o están todos mediados por mecanismos burocráticos como las “socializaciones” de proyectos, las radicaciones, los derechos de petición), no se pone a disposición de la ciudadanía información oportuna y completa (por ejemplo el profesor del estudio tuvo que pararse a contar buses y personas durante meses), se sospecha cuando alguien “pregunta más de la cuenta” sobre los asuntos de la administración pública, en fin.

Seguramente habrá para ello razones de peso –culturales, legales, de intereses indebidos, etc.-, pero lo cierto es que para los gobernantes la participación ciudadana es un concepto muy abstracto, aunque la Constitución la nombra por todas partes. Pero ¿quién los va a obligar si la ciudadanía no ejerce presión alguna? Por el lado de la gente, lo usual es abortar cualquier iniciativa propia: lo mejor es esperar que “el gobierno” diga que X o Y asunto es prioritario, y de la solución. Y después quejarse cuando la tal solución responde a otros intereses o no sirve o llega muy tarde. Pero ¿quién los culpa si los gobernantes nos han educado así por décadas?

A diferencia del problema del huevo y la gallina, en este sí puede haber una solución: que haya muchos más “profesores” como el de la historia, dispuestos a dedicar tiempo y esfuerzo en proyectos que quizás no vean la luz, y mucha más gente dispuesta a leer, compartir, apoyar -e incluso criticar- esos proyectos: problemas por resolver es lo que tenemos en nuestra ciudad, para tenerlos ocupados. Y los políticos y los medios, que no tienen nada de ingenuos, van a hacer presencia apenas vean que un movimiento de estos cobra inercia. La verdadera sabiduría de las masas es poner a los políticos y a los medios a trabajar para ellas.

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