Hoy necesitamos resucitar a Jeremy Bentham o, siendo menos místicos, retrotraer muchas de las ideas de este gran filósofo y economista británico nacido en el siglo XVIII, reconocido como el padre del utilitarismo y quien escribió varios textos en los que proponía reformas sociales ambiciosas para su época.
Para el mismo año de la revolución francesa (1789) publicó su libro Introducción a los principios de moral y legislación, en el que planteaba que “todo acto humano, norma o institución, deben ser juzgados según la utilidad que tienen, esto es, según el placer o el sufrimiento que producen en las personas”. Esta idea es clara desde varios siglos atrás, por ejemplo, en la filosofía hedonista que planteaba que buscamos el placer y evitamos el dolor, y evidente hoy con el conductismo del siglo XX que nos recuerda que repetimos comportamientos cuando somos premiados y los evitamos o abandonamos cuando no es así o cuando somos castigados.
A pesar de esto, también parece evidente que las políticas sociales contemporáneas no siempre apuntan a producir placer para la mayoría de los ciudadanos. Volviendo a Bentham, hoy más que nunca necesitamos proclamar la necesidad de lograr “la mayor felicidad para el mayor número”.
Aunque Bentham discrepaba de Rousseau, sus ideas lo aproximaban a corrientes progresistas y democráticas de la época, a tal punto que la Francia republicana le concedió el título de “ciudadano honorario”.
Acá viene entonces uno de los cuestionamientos más importantes que quiero tratar: ¿se puede ser utilitarista y progresista al mismo tiempo? Claramente, respondí antes de preguntar con el ejemplo de Bentham. Entonces, lo verdaderamente relevante es si hoy se puede pensar en el bienestar común sin ser tildado de comunista o socialista o “castrochavista”.
En Europa hoy resulta ridículo hablar de socialismo y comunismo, actualmente lo más cercano que se relaciona son las políticas socialdemócratas, sorpréndase, bastante extendidas en los países más industrializados de esa región. La lucha entre el capitalismo y el socialismo murió en el siglo XX, pero en Colombia parece conveniente para algunos sectores políticos mantenerla vivita y coleando.
Aunque en Colombia nunca hemos tenido una política realmente progresista o pensada en el bienestar de la mayoría, tal vez podemos analizar la década de 1930, pero no quiero extenderme en este punto. Algunos analistas consideran que, a pesar de tanta violencia que hemos padecido, nos faltó tocar fondo en las décadas entre 1950 y 1970, como le pasó a otros países de América Latina con las dictaduras militares, frente a las cuales reaccionaron con políticas de bienestar generalizadas, imperfectas, pero pensadas para favorecer al grueso de la población.
La verdad es que en Colombia si hemos tocado fondo, y seguimos tocándolo, pero no hemos podido reaccionar con políticas pensadas en el bienestar de la mayoría; la mezquindad de algunos no permite aceptar que la economía se dinamiza con un mejor poder adquisitivo (aumentando salarios), como lo plantea el famoso best-seller Thomas Picketty no-necesariamente-castrochavista, “el crecimiento económico por sí solo no mejora la distribución del ingreso, incluso, puede profundizar las desigualdades”.
La ignorancia de quienes asocian las ideas socialdemócratas, progresistas o enfocadas al bienestar, con socialismo o comunismo, es excusable, o al menos comprensible, por la asociación que muchos hacen automáticamente (autómatamente) con la “lucha armada”, las “guerrillas” “marxistas”. No aplaudo la ignorancia, creo que debe combatirse, no con armas sino con educación, no para que todos pensemos igual, sino para que pensemos autónomamente y no como autómatas.
En este orden, no quiero sonar caritativo con la ignorancia generalizada de quienes han experimentado la violencia (hijos de padres asesinados por las “guerrillas” o “marxistas” difícilmente valorarán con objetividad algo que les suene a “socialdemocracia” si les sugieren que son ideas con antecedentes en el “comunismo” o en el “socialismo”, lo mismo aplica para personas cuyos familiares han sido secuestrados o padecido otros tipos de vejámenes). Pero creo que es más importante la solidaridad (un valor horizontal) que la caridad (un valor vertical). Entonces, no podemos limitarnos a la lástima, ni a igualar la venganza como equivalente a la justicia.
Hoy se hace evidente que necesitamos a Keynes, economista famoso por sus propuestas durante la recesión económica de 1929, quien sugería que en momentos de crisis el mercado por sí mismo no puede solucionar el desequilibrio económico, y que el Estado debe intervenir para generar empleo, entre otras medidas.
Necesitamos a un Keynes, pero ojalá acompañado de un Bentham que nos explique que no es lo mismo una aproximación keynesiana que un fundamentalismo marxista, leninista, mamerto o castrochavista.
Aclaración importante: la guerrilla de las Farc intentó asesinar a mi papá en la década de 1990, es posible que si lo hubieran logrado yo no pensaría como pienso hoy; presento mis respetos a todas las víctimas de la violencia en Colombia. Esta nota no busca agredir los sentimientos de nadie en particular; sin querer sonar pretensioso, lo que busco es procurar ensanchar la capacidad de raciocinio, en una época difícil en la cual necesitamos dejar los personalismos a un lado y empezar a pensar en el bienestar de las mayorías.