El Ejército colombiano, al igual que todos los de América Latina, tiene un pasado turbio.
No es necesario tener un alma mamerta o ser un seguidor trasnochado del Che Guevara para reconocer, apenas hurgando en la superficie de nuestra historia reciente, que a golpe de acciones como las desapariciones forzadas o la suscripción a los lineamientos de la Escuela de las Américas, el estamento militar colombiano ha cumplido el papel de perpetuador, determinador o disparador de muchas de las violencias de las últimas décadas en el país.
Ha tenido también —¡por supuesto! — páginas gloriosas y ejemplos de heroísmo puro, lo que es tan innegable como sus páginas oscuras. Y entre los casos de grandeza quiero referirme a uno que no es menos heroico por estar alejado de las trincheras y de las bombas (o que lo es más, precisamente por eso): la postura de los altos mandos del Ejército ante los acuerdos de La Habana, reflejada con lujo de detalles en las entrevistas concedidas por el Comandante del Ejército, el general Alberto José Mejía, a la periodista Claudia Gurisatti y por el general Javier Flórez a La W Radio.
Debo confesar que recuerdo pocas cosas que me hayan emocionado tanto como escuchar la serenidad con que ambos generales defendieron el proceso, la forma enfática como reclamaron para sus hombres el premio de la paz como una victoria y el incontestable ejemplo de generosidad que sus posturas encierran.
Uno de los temores más vivos al inicio de las conversaciones —lo recuerdo— era el de la postura que asumirían las Fuerzas Militares. Hoy —¡quién lo iba a decir! — uno de los más sobrecogedores ejemplos de grandeza, entre los muchos que llevaron a buen término los acuerdos, proviene de los comandantes de esas Fuerzas.
En pocos momentos el calificativo de glorioso, utilizado de forma tan frecuente como ligera para referirse al Ejército Nacional, puede ser empleado con tanta precisión como en este caso.
El calificativo de glorioso, utilizado de forma tan frecuente como ligera
para referirse al Ejército Nacional,
puede ser empleado con mucha precisión en este caso
Como es apenas obvio, existen voces descontentas entre los hombres de armas. Pero esa verticalidad y ese respeto a la jerarquía que en no pocas ocasiones desvió el espíritu de los Ejércitos colombianos, hoy se convierte en médula para el digno ejercicio de honrar la palabra empeñada.
En la entrevista del general Flórez a La W se filtró (por voz de uno de los entrevistadores, no por la del general) el nombre del único miembro de las Fuerzas Armadas que lo llamó traidor por su labor en la Subcomisión del Fin del Conflicto: el también general (ahora retirado) Harold Bedoya.
Pero es Bedoya quien roza los terrenos de la deslealtad.
Si la misión de las Fuerzas Militares es la de "contribuir a generar un ambiente de paz, seguridad y desarrollo", como bien reza en la página de su Comando General, ¿quién traiciona más ese espíritu?: ¿El que ante la posibilidad de finalizar un conflicto exige su perpetuación o el que superpone la misión de sus Fuerzas a cualquier consideración personal?