No nos comemos el cuento de que tener un hermano narco es una tragedia familiar. Eso es una opción de vida a la que sólo están abocados los ambiciosos, los que siempre quieren acaparar. A diferencia de una mula pobre, cuando cae una mula rica entonces es un dolor que se comparte en familia. Lo que más indigna del caso de la vicepresidente es que ella se ha convertido en un faro moral desde su twitter, en donde exige resultados contra el narcotráfico y explota cada vez que puede sobre lo indignación que le produce esta práctica.
No, nos van a enredar con el cuento del dolor de la familia de Marta Lucia Ramírez, menos cuando ella se ha referido a los pobres como atenidos del Estado colombiano, al menos lo dijo así en lo peor de la crisis que produjeron las medidas para contener la pandemia. Esa señora se granjeó el odio de buena parte de la población colombiana y ahora tiene que atenerse a sobrevivir a este chaparrón de críticas y cuestionamientos que le caerán de todos lados por tener un hermano narco.
Creo que en cualquier parte del mundo donde exista un estado civilizado ella debería renunciar como vicepresidente. En un país de castas como este no va a pasar. Al contrario, esto es considerado una tragedia familiar. No, una verdadera tragedia familiar es la de los Samboní, los papás de Yuliana quienes viven en el Tambo olvidados por todo el mundo después de que un niño bien de Bogotá les arrancara a su hija. Eso si da dolor, en eso si las fuerzas del destino se empeñaron en destruir a una familia.
Los ricos no cometen pecados, los ricos sólo tienen tragedia. No señora vicepresidenta, a otro perro con ese hueso.