Todos los ex alumnos de la Universidad Sergio Arboleda, ex alumnos y profesores a quienes les editó sus libros, claves para ascender en el escalafón profesoral y de los cuales muchos han entrado a formar parte del gobierno de Iván Duque –graduado en derecho de la Sergio-, lo recuerdan con cariño al pastuso Jaime Barahona.
Durante quince años fue editor del Fondo de Publicaciones de la Sergio Arboleda y también dirigía la librería donde se esmeraba por ofrecer no solo los libros del fondo sino textos variados y de interés para todas las carreras, con lo cual Jaime Barahona era más que conocido por los miles de estudiantes que han pasado por la Sergio Arboleda. Las directivas nunca escatimaron en reconocerle su dedicación y esfuerzo en su trabajo cotidiano al que le entregaba no solo su tiempo sino su pasión por los libros.
El 2 de junio pasado, en plena pandemia, y con una universidad desierta, todo cambió para editor mayor. Sin explicaciones, burda y escuetamente una llamada le notificó que había perdido su puesto, cultivado durante 15 años. No hubo razones. No hubo agradecimientos. Había entrado a formar parte de los recortes guiados por las cifras frías de los balances en esta época de crisis. No hubo consideración alguna.
Durante todo el mes de junio Jaime intentó lidiar con la angustia general por la pandemia y su situación personal. No era un tema de empleo. Era un asunto de dignidad y de respeto. De valoración de su condición humana y profesional. No podía ser un nombre más en un listado de empleados cuya vida no importaba y un funcionario administrativo decidía sin más. A lo mejor llamó a más de uno de los autores de libros, ahora con altos cargos, a quien le había dedicado largas horas para sacar adelante sus publicaciones. Lo único que pedía era una explicación. Pero todo fue silencio.
La depresión se le vino encima como una costra, imposible de disimular. Tenía cincuenta años, angustias que una vida digna entregada al trabajo profesional permitían superar, un proyecto que ahora naufragaba. Vio su futuro oscuro toldado aun más por la diáspora de cada quien a su refugio personal, en el encierro familiar de los apartamentos, el aislamiento sin la vida colectiva de la universidad entre profesores y estudiantes, producto de la pandemia.
No resistió tanta tensión; tanta tristeza; tanta indiferencia; tanta indolencia. El miércoles 8 de julio Jaime Bahamón se quitó la vida.
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