El mensaje fue directo, sin retórica, sin ambages: debíamos otorgar cupo a las personas de Secretaría de Educación que lo requirieran. Para ellos no era necesario hacer todo el proceso que se hace normalmente. Todas las semanas de reuniones con padres de familia y candidatos que hacían el proceso de admisión quedaban inmediatamente saldadas. Los hijos de los servidores de la Secretaría de Educación se ahorrarían el presentar exámenes de matemáticas, lengua castellana y pruebas de trabajo en equipo. Sus padres se ahorrarían tener que demostrar que pueden acompañar el proceso de sus hijos. Absolutamente todo quedaba atrás, tan solo lo tenían que pedir y el cupo se les estaría servido en bandeja de plata.
El anuncio lo había hecho hace apenas unas semanas atrás la nueva rectora de la I.E. Colegio Loyola para la Ciencia y la Innovación, Luz Stella Vallejo, en reunión con todos los docentes de la institución. La amplia demanda para cupos en el colegio obedece a que este, como pocos colegios de Medellín, goza de una gran reputación pues ha obtenido grandes resultados tanto en las pruebas estatales como en asuntos investigativos gracias a su propuesta de Aprendizaje Basado en Proyectos, o ABP en su sigla. Así, sus ocho años de vida, la institución ha aumentado su prestigio y se ha mantenido como uno de los mejores colegios públicos de la ciudad. Tal vez por esto “El Loyola”, como le decimos cariñosamente, se ha convertido en un fortín político del que Secretaría de Educación echa mano cuando tiene que mostrar resultados, pero que tristemente está siendo víctima de otros intereses como el tráfico de influencia; la ausencia de una planta física propia, con lo cual en estos ocho años ha estado en dos sedes distintas, acomodándose como puede, y sorteando las vicisitudes que ello implica; el pobrísimo alimento que les llega (esta semana les llegó un pan de hamburguesa con apenas unas salsas y sin nada más) (foto 1); el agotamiento al que son sometidos los estudiantes a los cuales, desde la llegada de la nueva rectora, se les redujo los descansos ostensiblemente y quedaron uno de 20 minutos para tomar media mañana y otro de 15 minutos para almorzar (tiempo infame, por demás, para un evento tan necesario como satisfactorio: el almuerzo).
Es por ello que ante la desfachatez de la solicitud de la rectora, no puedo hacer menos que escribir esta queja, este reclamo, manifestar esta indignación que me produce lo que en su momento llamó “ser políticamente correctos”. Y es que el problema del país, pensamos usualmente, está allá en los gobernadores y los representantes políticos. Pensamos que es en esa esfera donde se practican las “últimas jugaditas” y toda la corruptela. Es por ello que posiblemente esta solicitud de la rectora no sorprenda a muchos de mis colegas ni a los lectores, pues estamos acostumbrados a ello, a actuar de manera corrupta desde las instancias de micropoder, como el colegio, hasta donde se toman las grandes decisiones. Tal vez por ello que deploramos lo que fue Odebrecht en Latinoamérica pero actuamos bajo su misma lógica cada vez que podemos sacar rédito de eso.
Es posible, entonces, que esta sea la hora de cambiar, de pensar que no es demasiado tarde y denunciar todos estos actos que hacen de Colombia la republiqueta en la que nos hemos convertido. Tal vez sea el momento de demostrar a mis estudiantes que ser docente es un acto de valentía y resistencia no solo cuando tengo que ir a luchar por mis derechos, por un salario digno, por mi salud, sino que también no me dejo arrebatar la esperanza de construir un mejor futuro juntos, que estaré alerta para denunciar todo aquello que amenace su bienestar y alegría. Que sigo soñando con que el país en el que vivan sea más generoso que el nuestro, en el que nos tocó por suerte vivir, y en que quiero seguir luchando por ser recordado como parte de una generación de maestros que no cedieron a la tentación de convertirse en el país que somos.