Por más que nos aferremos al formato de la tradición y a los rituales del pasado, hacemos tránsito a nuevos tiempos; la historia mira con igual sarcasmo el presente y el pretérito.
La manera cómo pensamos y nos comunicamos ya no es la misma, nos inunda un léxico posmoderno que corresponde a exigencias donde el formalismo del ayer es una lógica superada. Las flautas de una nueva época suenan con acentos distintos. Disimular su modulación es signo de senectud y decadencia.
Bajo el falso postulado que nos condujo a conjeturar que el pasado fue mejor, empobrecido por la banalización y teorías arruinadas, se acude a la simplicidad y no se admiten nuevos paradigmas en la agenda del conocimiento.
No ha sido fácil romper con el determinismo lineal, el propio marxismo crítico tuvo que batallar para salir de las trivialidades manualescas, que redujeron la historia al inapelable etapismo del materialismo histórico.
Y, no se trata de manejar un léxico, a pocos días de cumplirse doscientos años del origen de la filosofía dialéctica, en la que Friedrich Engels y Karl Marx dejaron un sistema filosófico para interpretar el mundo, la simplicidad dio paso a interpretaciones complejas, como ha ocurrido en la astronomía, que saltó cualitativamente de los caminos de Newton y Einstein a las avenidas del astrofísico Stephen Hawking, que terminaron derrumbando los epistemes creacionistas que no permitían otros modos de pensar y perduraban venerando las enfermedades del espíritu.
Despejado está: no es la conciencia la que determina la vida, sino la vida con sus relaciones sociales de producción, la que determina la conciencia.
La lógica civilizatoria de la modernidad se resiste a morir, se privilegia el conocimiento trivial y se considera que la concepción dialéctica de la sociedad, la naturaleza y el universo, es una grosera interpretación del mundo, simplemente porque deja sin piso fundante el desarrollo neoliberal de la humanidad, cuyo lenguaje glorifica la mercancía, expulsa la sustentabilidad ecológica y convierte a los seres humanos en objetos del mercantilismo.
Durante siglos los sistemas de representación conceptuales se asentaron sobre modelos cognitivos que no admitían el desarrollo antropológico, ni la biología, la ciencia médica y la física cuántica; recordemos que el galeno Served fue condenado a la hoguera por haber afirmado que la sangre circulaba, tal como aconteció con Galileo, por sostener que la tierra giraba alrededor del sol, como se condena al ostracismo a quienes sostienen que el modo de producción neoliberal que explota la naturaleza constituye el más grande atentado contra el futuro de la especie humana.
Teorías, métodos y conceptos que durante largos siglos se acomodaron con fuerza paradigmática y justificaron la esclavitud, la opresión y el sometimiento; valga recordar que al Libertador Simón Bolívar, integral racionalista, la Iglesia lo consideró revoltoso y bandido.
Desconfiad de las sociedades donde el poder prende luces de neón para sobrevivir y la política tiene un sentido lujúrico y exuberante.
La política es un andamiaje de reglas, el régimen constituido, sus instituciones jurídicas, militares, educativas, entre otras. Es la puesta en escena de las relaciones de fuerza y la administración misma. Lo político es lo instituyente, el tejido social, los lazos de la convivencia y lo que nos permite vivir juntos.
En esta trayectoria vemos cómo las manos de la corrupción arruinan todo lo que tocan,-el Rey Midas al revés-, mientras la clase media, enajenada, gestora de grandes conmociones sociales, se hace la distraída, mira hacia un lado y prefiere hacer la siesta para que los ‘bienaventurados’ puedan dormir tranquilos.
Se vive enalteciendo la presunta lógica del consenso social, pero no la lógica del disenso, porque hacerlo es incitar al desorden y el caos; para evitarlo, se funda el miedo, la sospecha y desconfianza. Todo un componente político para que no nazca la cultura democrática. Tiene razón Francisco.
El pensar distinto, en política, hace parte de la diversidad cultural y la disensión es una característica fundamental para afirmarnos como pueblos civilizados en procura de la paz.
Serializados, trivializados, los hombres y mujeres masa, víctimas de los tahúres financieros, amparados por el Estado, no han tenido la oportunidad de disfrutar el tono festivo de la vida.
Si aceptamos que las cosas deben seguir como están, reconocemos, melancólicamente, que una sociología vagabunda se ha instalado en nuestra forma de pensar y presumimos que existe desarrollo humano, sin entender que el desarrollo humano alcanza esa categoría política liberadora solo si es humano.
El teatro político colombiano ha levantado el telón: el guion plantea el fin de los conflictos, los personajes permanecen expectantes, tragedia y comedia en escena, plateas para la nobleza, galerías sin techo para las mayorías, los directores son foráneos y no estarán presentes, los diálogos y monólogos serán cautivadores, iluminación, danza y comedia. Ha comenzado la función. Corresponde a los espectadores calificar la obra. Entrad.