"Cuídate de la gente tóxica, están por todos lados, te chupan la sangre y oscurecen tu vida", este es el eslogan con el que algunos mensajes de superación están motivando a las personas a encontrar su felicidad pérdida. “Mi vida es un muy valiosa, no la desperdiciaré con la gente tóxica” escucho repetir cada vez más en conversaciones a amigos y familiares que buscan evadir gente mediocre, incómoda o agresora.
Vivimos en una tóxica paranoia diariamente, nos alejamos de la gente, nos limitamos a vivir en una burbuja de confort, en una pequeña ventana virtual repleta de likes evitando que alguien de afuera nos contamine y nos envenene con su existencia.
Confundimos las acciones con las personas. El hacer es diferente al ser. Las personas se equivocan, las personas tienen un pasado del cual aprendieron. Las personas no son “malas” por naturaleza, ni tienen una esencia tóxica de la cual debamos protegernos. Clasificar de esta manera a la gente reproduce aún más su comportamiento, desconoce la posibilidad de su cambio y estanca nuestro desarrollo en comunidad. ¿Tan perfectos somos que podemos condenar los defectos de los demás?
El psicoterapeuta Steiner, desde su teoría de la Economía de las Caricias, nos ilustra cómo las personas demandamos atención siempre, en positivo o en negativo, pero la atención es indispensable para vivir. Quien agrede, quien se burla y quien difama en gran parte busca con ello la atención de los demás, el reconocimiento de los demás, no importa si es un reconocimiento negativo, igualmente es la reafirmación de su identidad desde sus valores, tal como lo vivió en el pasado, tal como la vida se lo enseñó.
Poco a poco, buscando la comodidad, protegiendo nuestra vida, caemos en el error de percibir a los demás como gente tóxica. Fácilmente olvidamos nuestro papel en las relaciones que construimos, que en gran parte la gente nos trata como permitimos que nos traten. Lentamente evadiendo el conflicto estamos construyendo una sociedad egoísta y caprichosa, incapaz de sentir la vida de los otros, un colectivo de individuos temerosos y esquivos de la “mala gente” que construye su felicidad unipersonal a pesar de los demás.
Todos queremos vivir en un mundo mejor, pero cada día hay menos quienes intentan cambiarlo. Todos queremos una vida mejor pero mejor construirla desde la comodidad de la casa. Quizás te animarías a hablar ante cámaras, pero mejor no, porque te molesta que te critiquen. Te gustaría cantar en el cierre de año pero quizás no es buena idea porque prefieres que no que se burlen de ti. Sería grandioso empezar el proyecto pero te choca que la gente señale tu fracaso. ¿Cuántas cosas dejamos de hacer evitando a la gente tóxica?
Vivimos en una burbuja lejos de lo que no nos gusta. Alejarse de la toxicidad de la gente se ha convertido en un hábito inconsciente. Ahora todos son tóxicos. Pensar diferente se ha vuelto suficiente para incomodar a alguien y que te rotule con la despreciable condena de una equis en la frente.
Comprender que no existen personas tóxicas que debemos evadir no solo es un asunto de solidaridad y clemencia es un tema de desarrollo humano. Aprendemos a ser mejores personas en relación con las otras personas, juntos, no aislados es que mejoramos como comunidad. Similar al significado de la palabra Ubuntu de las lenguas Zulu y Xhosa en Sudáfrica, que relaciona la felicidad de cada uno con la felicidad de la comunidad: “Yo soy lo que soy en función de lo que todos somos”.
Evitar las experiencias que no quieres vivir es respetable, saber escoger a tus de amigos es fundamental, pero considerar que existen seres malos, tóxicos y malvados por naturaleza no solo está lejos de la verdad, sino que en el fondo ha sido nuestra principal razón para abordar de forma facilista nuestras experiencias y la excusa frecuente para no reflexionar y trabajar sobre nuestras carencias personales.
Los malos son los otros, los que están equivocados y averiados son los otros, entonces evitamos a nuestros vecinos, nuestros compañeros, a nuestros amigos y muchas veces a nuestra propia familia. O peor aún, como el caso de Pedro, que después de evitar a todos los tóxicos y viajar lejos a la montaña, se miró al espejo y no tuvo quien le ayudará cuando se dio cuenta que quien se burlaba de él, era él mismo. ¡Plop! O la situación de Marcela, que renunció al trabajo evitando a gente chismosa pero en su nuevo trabajo fue peor, como quien dice: a quien no le gusta la sopa…
Carl Jung advierte que proyectamos nuestros aspectos inconscientes en los demás, lo que llama “la sombra”. Es precisamente a través de la relación con los demás que podemos conocer la sombra y trascenderla para lograr una relación más auténtica con los otros y con nosotros mismos. Así, “los tóxicos” también son nuestra sombra, esa parte oscura de nuestro inconsciente que refleja nuestras debilidades y nuestras lecciones pendientes. Vale la pena preguntarse, ¿por qué dejo que me moleste tanto esta situación?
La invitación es despelucarnos un poco con la gente, con la sociedad, a experimentar lo que el mundo tiene para ofrecernos. A amarrarnos los zapatos bien fuerte cada mañana y atrevernos a saltar grandes charcos con el riesgo de caernos. A caminar por nuevas calles, a lo mejor encontramos nuevos retos, de pronto aprendemos a saltar el muro de la intolerancia y terminemos reconociendo al otro, al diferente, al incómodo. De pronto le ganamos la batalla al egoísmo y la discriminación. La invitación es ver a la gente como humanos, parecido a nosotros. A encontrar en sus problemas y en su historia parte de nuestra misma historia. El mensaje es atrevernos a conocernos a través del otro, a observar atentos nuestros límites y falencias desde la autocrítica.
Porque los mediocres, los burlones, los egoístas, los meteculpas, los quejosos, los envidiosos siempre van a existir, siempre; están por todos lados y no hay forma de evadirlos. Porque quizás tú quieras mostrarle otra forma de ver la cosas. Porque tal vez ellos algún día sean reconocidos y reconozcan su error, porque de pronto encuentres en la incomodidad y la perturbación algo que mejorar dentro de ti, porque todos estamos en una constante construcción, porque debemos pronunciarnos ante la violencia, la agresión, la burla y todos los demás actos que nos molesten y molesten a otros, porque la correcta forma de mejorar nuestro vida emocional no es evitando, esquivando, y cerrando nuestras ventanas; nuestra vida emocional mejora cuando maduremos emocionalmente, haciendo frente a nuestras experiencias, viviendo sin el miedo de vivir y el cuidado de ser incomodado.
La propuesta es a crear nuevas miradas de un desarrollo abierto e inclusivo, que nos miremos a los ojos entre todos y nos reconozcamos como iguales, capaces de experimentar la vida juntos y no separados de porque todos somos uno, porque todos somos humanos, porque todos somos hermanos.