Tote Arizabaleta, el golfista caleño que prometía superar a Tiger Woods, terminó ahogado en la rumba

Tote Arizabaleta, el golfista caleño que prometía superar a Tiger Woods, terminó ahogado en la rumba

Su talento era a prueba de trasnochos y le permitía arrazar con sus competidores. Pero el éxito le duró un año y dejó todo hasta la beca en una universidad en EE. UU

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noviembre 12, 2017
Tote Arizabaleta, el golfista caleño que prometía superar a Tiger Woods, terminó ahogado en la rumba

La vida del que iba a ser el mejor golfista de la historia de Colombia, Álvaro José Arizableta, empezó y transcurrió  en el barrio Cristales de Cali. La única vez que estuvo lejos de ahí fue en el 2010 cuando vivió un año y miedo a una hora de Nueva Orleans. Allá estudió en Southeastern Lousiana University, pero como lo había dicho desde niño, estudiar no era para él. Desertó y se vino para su ciudad, donde todos esperaban su consolidación como una estrella del golf.

Es bastante alto, mide más de 1.80 pero pesa solo 60 kilos y tiene una forma particular al hablar. Se ve mucho más que flaco. Y allí radicaba una de sus virtudes en el deporte: esa elasticidad y altura le permiten hacer un gran recorrido del palo de golf y así la bola le rinde mucho más. Solo una de las muchas virtudes que tenía y que le permitía llegar a competir borracho, y  doblegar a sus rivales.

Cuando tenían 16 años, los jóvenes golfistas entrenaban 5 horas diarias, iban al sicólogo y se dormían temprano el día antes del torneo. Llegaban una hora antes de la hora de salida para poder estirar, mentalizarse, que no se fuera a quedar nada: la preparación era total. Si tocaba competir  con Tote, los nervios podían jugarle una mala pasada a sus tivales. Ni de cerca se podía jugar medio parecido a él. Pero cuando 10 minutos antes de la hora llamaban a lugar de salida, y Toté no aparecía, había una luz de esperanza.  Faltando tres o cuatro minutos, sin preparación alguna y comiendo una empanada, cogía el drive y  su tiro volaba más bonito y más lejos que el de todos. Luego sí saludaba, los compañeritos se emocionaban, y Toté daba el primer paso hacia una victoria fija. Ya era una estrella.

Otra veces llegaba dos o tres horas antes, empatando la rumba.  Se sentaba cerca al lugar de salida y por su lado desfilaban los duros del golf - todos mayores - entre profesionales, caddies y jugadores para hablar con él. A pocos les importaba que su carácter fuera tosco, brusco. Con ellos seguía la fiesta pero en el campo de golf. Los jugadores malos y mediócres, que son los primeros en salir en el golf, tenía que aguantarse el escándalo de su dicción inconfundible que rompía ese silencio golfista. Salían cargados de rabia, pero más que contra él, contra ellos mismos por ser tan malos. Igual trasnochado arrasaba con todos. Su talento no tenía comparación.

De su edad solo había una persona que lo molía literalemente a golpes, a golpes de golf. Emiliano Grillo es un argentino que hoy brilla y arrasa en Estados Unidos. El mismo Toté reconocía que era un monstruo, pero se burlaba de su personalidad: desde pequeño Grillo tenía una voluntad de hierro que lo llevaba a ser un obseso con el juicio y la práctica. Hoy está clara la diferencia entre practicar y no.

Pasó por tres colegios en Cali, dos de ellos eran lo que se conocen como validaderos: escuelas donde se hacen dos años en uno, y lo que importa es la presencia más que cualquier otra cosa. E incluso en esos colegios tenía problemas por comportamiento y disciplina. A esos colegios llegaba en su Aveo, un carro familiar, engallado y con unos stickers asimilando líneas de carrera. En el parqueadero sonaba ese reguetón hasta que era la hora de entrar.

Cuando en el 2011 Arizabaleta se retiró de la universidad y desempacó en Colombia, debutó como profesional en Bucaramanga, y ganó. Se hizo a  USD 11,200. El segundo torneo, un mes después, era la cita más importante del golf en el país: el Abierto de Colombia. La sede era el Club Campestre de Cali, y, aunque aprendió todo en los Farallones, jugaba de local en ese campo.

Aunque nadie apostaba un peso por él por el nivel de sus rivales,  se coronó campeón. Era el nuevo rey del golf nacional. Ese año se convirtió en el primer colombiano en superar los $100 millones de pesos en ganancias. El debut dorado.

Pero los triunfos quedaron atrás. La plata se fue en un carro, en unas ayudas a la familia y en asegurar las participaciones del año siguiente. Pero ese 2012 no fue ni de cerca lo que esperaba. Y lo que se vino en adelante fue peor. Ver la tabla de posiciones en las que ha quedado es ver un MC gigante que significa que no pasó el corte, o sea que jugó dos de los cuatro días.

En Internet siguen colgados sus perfiles en las páginas de los principales toures de golf. Tiene un apartado en el PGA Tour, algo que hace 10 años hubiera sido todo un logro. Pero el paronama ha cambiado, y para ser un grande ya no basta tener un perfil con datos del 2012 y ninguno con una cifra motivadora. Como todos los deportistas, frente a una cámara habla de disciplina y entrega. Pero de ahí a entrenar las nueve horas diaras, las citas con el sicólogo y la abstemia correspondiente, el camino es mucho. Por ahora sigue recorriendo las calles de Cali en su, con las ventanas abajo y la música a todo volumen. En eso está lo que una vez la promesa más grande del golf colombiano.

 

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