Colombia es un país inmensamente hipócrita, contradictorio, paradójico y loco. Eso lo tenemos claro todos los que, cuando cumplimos 18 años de edad, nos acercamos a alguna sede de la Registraduría Nacional del Estado Civil y empezamos con el trámite que nos iba a terminar otorgando una Cedula de Ciudadanía que nos convirtió en mayores de edad colombianos. Pero con 18 años, y haciendo un monumento a la verdad, la gran mayoría de nosotros ya sabía lo que era sentir el rigor de una resaca ocasionada por la ingesta indiscriminada de aguardiente, ron, vino, whiskey, cerveza y/o cualquier otra bebida alcohólica. Y no me digan que no. No nos pongamos con pendejadas.
Pero, ¿Por qué les estoy hablando de eso que todos saben? Simple, porque hace unos días a uno de los inmorales que “trabajan” en el Capitolio Nacional se le ocurrió la brillante idea de elevar de 18 a 21 años la edad mínima para consumo de licor en el país (esto, claramente, en términos legales, porque como es bien sabido hay niños de 12 años que ya son alcohólicos). Un gesto muy bonito, noble y alejado de la realidad colombiana que hizo que millones de mis compatriotas conocieran el nombre del senador conservador, Hernán Andrade, quien promueve el proyecto que ya tiene el sí del Gobierno Nacional.
Supongo yo que el señor Andrade, uno de los uribistas más reconocidos del departamento del Huila, nunca brindó con un whisky antes de cumplir 18 años en uno de los tantos San Pedro que festejó rodeado de sus familiares. Asumo que él, un santo varón que está sentado en una de las sillas del Congreso desde 1998, se tomó su primera copa de aguardiente Doble Anís cuando tenía 21 años de edad y no antes. Si no es así, entonces, Andrade no es más que un ridículo, oportunista e hipócrita.
El problema del consumo de alcohol, por parte de los menores de edad, en Colombia, no es un tema legislativo sino una cuestión cultural. Somos un país de borrachos que educa a borrachos; por eso cuando el joven culmina el bachillerato, en muchos casos, ingiere licor con sus profesores después de la ceremonia de graduación o en la noche de la fiesta de promoción. En Colombia, como en gran parte del mundo, el alcohol es una de las dos drogas más aceptadas socialmente, siendo la otra el tabaco. Es común ver a los padres de familia “motivando” a los menores a que consuman alcohol a temprana edad, pero eso sí diciendo lo siguiente: “prefiero que tome conmigo y no con los amigos que les pueden enseñar cosas malas”. ¡Qué tal la hipocresía de estos padres!
La frase que le da título a este texto es, con frecuencia, dicha por millones de padres irresponsables a sus hijos en épocas decembrinas, por ejemplo. En las fiestas de 15 años de millones de jovencitas colombianas, a las que van un montón de peladitos con sus rostros repletos de acné, los adultos permiten que los más chicos tomen aguardiente hasta el amanecer, vomiten y hagan papelones memorables. Hasta en eventos vinculados con la religión, los menores hacen un festín con el alcohol que compraron sus padres, tíos, abuelos, primos, hermanos, etc. Porque es que el trago no lo compra el menor, es adquirido y mal suministrado por los adultos. En muchos casos, no hay matrimonio, funeral, primera comunión o bautismo en los que no haya al menos un borracho menor de edad. Y así en casi todos los aspectos en los que se involucran mayores y menores de edad en torno a la bebida. Hay que aclarar que esto no advierte distinción de regiones, razas o estratos sociales. No quiero que los pobres se sientan menospreciados o la clase alto vea esto por encima del hombro.
En definitiva, como vemos, el problema no radica en cambiar la edad con la que el consumo de alcohol deja de ser ilegal y se convierte en legal, pues millones de adolescentes acceden al licor hoy por hoy siendo menores de 18 años de edad. Hay que educar, aunque sea una tarea prácticamente imposible de llevar a cabo, a los padres de familia y adultos en general. Somos nosotros, los mayores, quienes tenemos la capacidad de formar a nuestros menores sin tener que hacerlos escuchar desde temprana edad vallenatos donde solamente se habla del consumo de whiskey. Si no queremos que los menores beban alcohol a temprana edad debemos cambiar nuestras formas de exposición del mismo a ellos.
¿Queremos un cambio? Perfecto, dejemos de lado el “Tómese un trago conmigo, mijo”, y así vamos a ver que podemos ser una sociedad más sobria y no eso que somos ahora: un país de ebrios, mediocres y mojigatos.
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