Cada vez que en Colombia se dicta otra ley, un nuevo decreto o una circular de gobierno sobre transparencia y eliminación de trámites, uno sabe sin mucho esfuerzo que le están amarrando una soga al cuello, que lo arrastran al patíbulo y que el trámite de ayer que ya conocía de memoria a punta de repetición y sudor, terminará multiplicado por diez.
Haga usted lo que haga, tanto si es mensajero como director de orquesta, para trabajar y para sobreaguar aquí hay que renovar el pasaporte, el pase, aplastar las huellas hasta borrarlas en un “huellero”, inscribirse en toda clase de siglas de salud ARL, EPS, IPS; sacar antecedentes como ya se dice resignadamente, de todas las ías; inscribirse en el Secop, en el Sigep, en el Sideap renovar la matrícula, actualizar el RUT, cambiar las facturas, declarar bajo juramento, autenticar, apostillar, ampliar la cédula al 150, tomar “pantallazo” del trámite, mil y mil cosas para atestar las horas de una vida y de una muerte aburrida en fila.
Para obtener un trabajo de un peso o muchos pesos, casi todos habrán tenido que ir a un sitio sucio, atiborrado y con tufo nauseabundo en donde le toman algo que se llama el examen “preocupacional”. Allí atienden personas que no parecen médicos o médicas, personas idas que se sientan frente a uno y con mayor o menor desdén le preguntan cómo se siente, si tiene enfermedades, si ve u oye, si está gordo o flaco, si come o es diabético. Luego de este tiempo traspapelado, usted paga 100.000 o 150.000 dependiendo de si va en vivo al lugar infecto o si se siente VIP o si lo visitan en su casa, todo para que al final le escriban una hoja diciendo que es apto. Apto para qué, ni idea; solo apto por tres años que es el tiempo prescrito por alguien para volver a hacer la fila, para pagar y el necesario para retornar a ser apto.
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Para obtener un trabajo de un peso o muchos pesos, hay que ir a un sitio sucio, atiborrado y con tufo nauseabundo en donde le toman algo que se llama el examen “preocupacional”
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Naturalmente la fila, la cola, tome un turnito señora, oiga “no se cole”, es algo impreso irremediablemente a nuestro ADN. No hay vida sin trámites y no hay trámites sin fila. Unos vigilan la línea e imparten instrucciones, otros cobran guardar el turno, otros pocos recaudan billetes al concluir la larga jornada en la caja registradora a la que conduce la fila. Los turnos son para todo, para la cafetería, el trabajo, el banco, el bus, la cita médica, comprar un carro; incluso en lo que tiene que ver con el mundo público ya no son solo físicos, también son virtuales, por eso la canciller de Colombia, mientras el país se encrespa con Rusia respirándole en la nuca, dedica un buen tiempo a explicar cómo es que se ha mejorado tras días de desastre el paseo para renovar el pasaporte.
Sucede que sobre todo, pero por sobre todo, tras las colas y los requisitos hay que pagar; eso justifica los trámites, el dinero que se recauda para que se llene de dinero el fondo tal, para que fulanito amigo del congresista que hace la ley monte un outsourcing, para que un grupo de empresas pueda cobrar siempre un curso y un nuevo pase de conducir, la revisión técnico-mecánica; para que los examinadores preocupacionales tengan vida eterna mientras nos desvanecemos en su consultorio, para repartir notarías por favores políticos, para apalancarle la empresa a los que hacen el software del trámite en línea. Es una cadena perversa, aunque inteligente de transacciones: el que hace la ley, el que recibe sueldo por vigilar trámites e imponer más papeles amarillos, el contralor, el supervisor, el control interno, el del software, el que mantiene la línea, el tramitador, el que cobra el turno para ahórrale a usted el tiempo en la fila.
Ninguno, sobra decir, está dispuesto a que el trámite desaparezca o se ablande; requisitos, huellas, renovaciones, fotocopias, certificaciones, juramentos, son un fabuloso negocio. ¿No es claro acaso que cuando aprobamos en cada trámite telefónico o digital la política de tratamiento de nuestros datos personales, damos autorización para que nuestros datos engorden algoritmos de mercadeo y publicidad de nuevos productos?
Esto no es de gruñones. La OCDE, la organización de países del primer mundo en materia económica y de desarrollo a la que insospechadamente pertenece Colombia desde hace un par de años, reitera en cada informe que la productividad laboral del país está entre las últimas de su registro. Esos niveles, dicen los informes, no solo son bajos, sino que empeoran, entre otros factores por la carga regulatoria, lo que ejemplifican con que un proceso con la administración pública dure un promedio de 7 horas, mientras que en Chile el mismo proceso tarde 2 horas. Desde el 2019, cuando Colombia apenas abrazaba la OCDE, se señalaba allí que en otros lugares la mayoría de los trámites se pueden realizar a través de internet, mientras que en Colombia esto solo es posible en un 35 % de los casos.
Un 35 % no estaría mal, pero lamentamos informarle que se cayó la línea; ¡¡Vuelva mañana, llene el formulario en tres copias ampliadas al 150, ponga la huella del índice derecho y del meñique izquierdo, y tome un turno en la fila 30!!
Publicada originalmente el 10 de febrero 2022