El papa viene a Colombia y ha dicho terminantemente, a través de su vocero, Greg Burke, que su visita es de carácter pastoral y no política. Eso no tiene nada de malo. ¡Bienvenido! Además, ese mensaje deja (parcialmente) plantados a los miembros de las Farc, que anhelaban un spa mediático con el sumo pontífice.
Pero, asimismo, esa declaración es contradictoria y, levemente, fullera, porque el papa es el representante de un Estado, que, como cualquier otro, tiene asiento en la ONU (a excepción del voto), y sus funciones son de naturaleza (eminentemente) políticas. Si bien es cierto que el papa tiene una “agenda” religiosa, cada acto tiene un componente político. La misma visita lo es: un papa no se mueve de Roma si antes no hay un pedido expreso del gobernante anfitrión que facilite unas “ garantías” que posibiliten cumplir con todas sus actividades. Y Santos se abrió de patas por dos motivos: el proceso con las Farc y el mejoramiento de su imagen.
Los gobernantes sudamericanos que más hacen lobby, con súplica a bordo, para que el papa los visite son México, Brasil y Colombia. Y lo hacen más por razones políticas que religiosas, y los papas, que no son ningunos tontos, lo hacen por las dos razones. Es la única vez que religión y política salen de parranda y no se dan trompadas a la salida.
Históricamente, los papas han sido más políticos que religiosos. En Colombia operó el baculazo, que era la manera cómo la iglesia Católica le daba la bendición (Laureano Gómez) o la maldición (Tomás Cipriano de Mosquera) a ciertos candidatos presidenciales. Este último, de origen conservador, se ganó la animadversión de la curia católica por haber tomado la decisión de separar la iglesia y el Estado, expulsar a los jesuitas y expedir el decreto de Desamortización de Bienes de Manos Muertas.
Juan Pablo II fue un ejemplo patético de cómo la “realpolitik” animó su reinado jugando un papel capital en la caída del comunismo en su tierra (Polonia) y el muro de Berlín en Alemania. Benedicto hizo una pausa en materia política, pues su misión se concentró en dos cosas: arreglar la corrupción interna que había en materia económica en la sede papal y ajustar con tuerca y tornillo la doctrina católica. Luego de no cumplir con esos objetivos, se retiró con mala cara y le dejó el chicharrón a Francisco. Para el mundo quedó claro que en el Vaticano hay un espíritu mafioso de algunos cardenales, que, como Bustos y Ricaurte en la Corte Suprema de Justicia en Colombia, dañan la imagen del Vaticano.
Si la visita es de Francisco es pastoral, el gobierno debería limitarse, única y exclusivamente, a brindarle seguridad al ilustre invitado y no comprometer recursos millonarios ni hacerle el juego a su campaña evangelizadora, porque Colombia dejó hace rato de ser un país católico. Y si lo fuera, más prudencia debería tener, porque aquí hay expresiones religiosas que merecen respeto. Con ese mismo argumento, el líder supremo de Irán, que está por encima del presidente de ese país, y que hace parte del Estado de Irán, podría hacernos una visita y pastorearnos con los “versos satánicos” del Corán. Exigiría arreglo de calles, aceras y andenes y el embellecimiento de Mezquitas.
El papa Francisco puede venir a Colombia cuando quiera y como quiera, pues somos un país hospitalario, pero si viene en plan de evangelización no puede haber ninguna erogación del erario, pues eso sería una violación al sagrado principio de la separación de la iglesia y el Estado. Amén.