Las dos parecen iguales en su significado; pero hay grandes diferencias en su aplicación. La primera es la acción de tolerar los comportamientos o situaciones adversas ya sea del entorno como de los similares humanos; la segunda nos invita a coexistir, es decir a existir con las situaciones adversas del entorno o de nuestros semejantes ya sean humanos, animales, vegetales o cualquiera de los seres que hacen parte, junto con cada uno, del inmenso Universo.
Hay un conformismo peligroso que algunas veces disfraza las actitudes tolerantes; mientras en nuestro interior se rebullen sentimientos contrarios que en algún momento pueden expresarse de forma violenta, ante los semejantes o delante de situaciones sociales, políticas, económicas o ambientales. Esa tolerancia termina volteándose porque casi que nos sintiéramos obligados a «tolerar» lo que no está a nuestro alcance; ya sea por atavismos, por convicciones ideológicas o por arribismo.
La filosofía del Ubuntu africano nos enseña a coexistir; «ser por los otros, con los otros y para los otros», teniendo en cuenta que se entiende por «otros» todo lo que nos rodea; seres humanos, animales, plantas, rocas, viento, agua; es decir todo lo que de la tierra brota y, así como nosotros, a la tierra debe volver.
Es maravilloso comprobar en el saludo de los practicantes del Ubuntu: «Te reconozco»; que es un saludo mutuo; porque reconocerse es el segundo paso importante antes de manifestar el verdadero afecto entre las personas y las cosas que nos rodean.
Algo similar sucede con la filosofía Ayni («reciprocidad, igualdad y justicia»), que identifica a los incas y los quichuas. El principio es el de ser parte del Universo y, por tal motivo, respetar, conocer, reconocer y coexistir.
La coexistencia, mejor que la tolerancia, nos brinda la seguridad y la tranquilidad de sabernos parte del todo universal, como diría el Desiderata de Max Ehrmann: «Tú eres una criatura del Universo, no menos que los árboles y las estrellas; tú tienes derecho a estar aquí…».