Tola, la vieja metida que se le paró a Uribe cuando era el grande de Colombia

Tola, la vieja metida que se le paró a Uribe cuando era el grande de Colombia

El humorista Carlos Gallego, uno de los máximos exponentes del humor regresa con un monólogo en el que cuenta como superó el chucuchuco y llegó a la salsa

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febrero 10, 2023
Tola, la vieja metida que se le paró a Uribe cuando era el grande de Colombia

En 1997 no existía una mujer más deseada que Natalia París. La farándula local se desvelaba por saber quién era el hombre que le robaba sus sueños. Con su habitual cantadito paisa, la modelo dio una respuesta que encabezó los titulares de los principales periódicos del país. “El hombre más sexy es Alvaro Uribe”. En el interior pocos habían escuchado hablar de ese nombre. Pero en Antioquia, el entonces gobernador, era Dios. Sus escándalos, como el de haber desatendido la llamada de auxilio de un defensor de derechos humanos llamado Jesús María Valle, en donde alertó sobre una incursión paramilitar que terminaría, días después, con la masacre del Aro donde fueron asesinados 15 campesinos mientras sobrevolaba un helicóptero de la gobernación. En Antioquia la imagen del entonces gobernador no bajó un solo número. Al contrario, todo lo que hacía parecía aumentar su carisma.

Su decisión de manejar la política de seguridad del departamento creando las cooperativas comunales llamadas Convivir le trajo críticas en todas partes del mundo, menos en Antioquia, donde todos los periodistas parecían arrodillársele menos uno, menos Carlos Mario Gallego.

Eso de ser periodista con Mico, el nombre que se ganó en el colegio después de romper record de anotaciones en el observador del alumno en el colegio Aurelio Mejia de Yolombó. Además, contestón como siempre ha sido, nunca pudo resistir burlarse de sus compañeros, y a veces hasta de sus profesores, dibujándoles sendas caricaturas. Pero, a pesar de ser un consumado mamador de gallo, Carlos Mario es un tipo disciplinado, a veces meticuloso, virtudes que aprendió de su papá Carlos Enrique, uno de los pocos relojeros que tenía Yolombó en los años setenta. Incluso ahora, casi que como un hobby, Carlos Mario pone en orden su cabeza arreglando, si su agenda lo permite, viejos relojes de bolsillo. La poesía tiene formas inescrutables.

La primera vez que lo aporreó la vida fue a los ocho años, cuando sus papás se divorciaron. Entonces se fue a vivir a la casa de una tía en Medellín y, a veces, se le olvidaban incluso darle el almuerzo, entonces, a punta de gracia, convenció a una vecina que le diera los sobrados y así escapar del hambre. Con hambre entró a la Universidad de Antioquia hasta que empezó a ganarse la fama de ser un implacable y virtuoso caricaturista.

Entonces tuvo que trabajar para vivir. Uno de los empleos estables que tuvo en su adolescencia fue en Medellín Cívico, el periódico que se hizo con plata de Hernando Gaviria, primo y maestro de finanzas de Pablo Escobar. Lejos de avergonzarse de trabajar en un periódico financiado por el Cartel de Medellín, fue fiel al espíritu maldito de Thomas De Quincy, uno de sus autores favoritos y hacía bromas en toda parte sobre la necesidad de ponerse a traquetear en un país sin oportunidades. Era y hasta ahora todavía lo es, un provocador de miedo que evidencia en su columna en El Espectador titulada No nos consta.

De columnista empezó casi que, en pañales, en 1979, cuando Dario Arismendi lo descubrió –como descubrió a Luis Alberto Álvarez- cuando mandó una columna y se encontró con una prosa sardónica, poderosa e implacable. Fue tan bueno que de ahí saltó a El Colombiano. Y luego vino Uribe, Sábados Felices, El Radar y la columna de El Espectador en donde Carlos Mario ya no es Maruja sino Mico, el mismo satírico incorregible que viene poniendo la realidad patas arriba, como quedó su colegio en Yolombó después de su paso hace cuarenta años.´

 

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