Hay algo que no entiendo… ¿Mandar foto del pipí acostado en una hamaca por WhatsApp es considerado sexy? ¿Será? Por favor sean serios”.
Matador, caricaturista
Cuando digo que todos tienen su pipicito, están incluidos ellas y ellos, “los portadores”, y tienen que saberlo administrar. Ellas porque son pareja o víctimas de ellos, que nacieron “con el cuerpo del delito”.
Confieso que nunca me había enfrentado a un tema que produjera tanto rechazo y tanta hilaridad al mismo tiempo; nada fácil de abordar, pero hay que empezar por donde es: la cultura machista en nuestro país.
Las primeras que tienen que replantear su machismo son las mismas mamás que generación tras generación han transmitido desde su establecida cultura matriarcal una relación de servidumbre y subordinación hacia los hombres. “Vaya tiéndale la cama a su hermano porque él es hombre”, y aunque muchas se han sacudido de esas enseñanzas, todavía prevalecen en un país pobre en valores y maleducado como el nuestro. Al mismo tiempo, los hombres no son formados para respetar a las mujeres, y a los dos (hombres y mujeres), no se les enseña a respetar ni al de otra raza, ni al de otra religión, ni al perro, ni el semáforo, ni la cola del supermercado y menos la de la niña atractiva… ¡NADA!
El sexólogo José Manuel González dice que lo que sigue en lo cultural es que “al hombre se le entiende y se le acepta una querida; si es jefe, parece obvio”. Por lo tanto, el jefe se enreda con la secretaria y es normal; la cultura popular dice que si la secretaria es linda hay que gozársela. ¿No han escuchado el mal chiste más común del Día de la Secretaria?: “Hoy están llenos los moteles”. En este punto mirémoslas a ellas. Algunas interpretan que la supervivencia laboral tiene que ver con esos pequeños favores; otras ejercen su labor con dignidad capoteando lo que toque, y otras sucumben ante el poder, la nalgada, el beso andeneado, el dinero, la tocadera, el acoso contra la pared y luego el acoso total. Agrega González que “la experiencia me ha mostrado que es fácil que las mujeres se sientan atrapadas. Tienen miedo de perder el trabajo y de quedar en ridículo”.
Con estos antecedentes necesarios, aterricemos en el caso del Defensor del Pueblo. Para mí, la versión de Jorge Armando Otálora y Astrid Helena Cristancho está coja de los dos lados. Les doy un par de referencias para que saquen sus conclusiones. Un personaje de la vida nacional, de quien me reservo el nombre porque no logré comunicarme con él para obtener su autorización, contó en su Facebook que “en la universidad de Yale, en Estados Unidos, ante la frecuencia de los abusos, acordaron una regla seria y razonable: si un viejo tiene relaciones con cualquier alumna de pregrado es abuso y punto. La diferencia de edad y de poder hacen inaceptable la relación. Si la ama tanto, renuncie y como igual levántesela, a ver si es capaz”.
Si acogemos esa norma, Otálora es culpable. Acá, por el contrario, la visión machista se pregunta qué escote se ponía Cristancho, qué faldas lucía, qué tan bella es para medir su ambición y —además— para referirse a ella no se le trata como profesional del derecho, sino como la secretaria de Otálora, y de manera peyorativa… La mentalidad nuestra ayuda a que el acosador se sienta bien y piense que eso es lo normal para la sociedad colombiana. A la luz de nuestra cultura, la culpable es ella.
Dicen los expertos que el perfil de un abusador comienza por el maltrato, asunto del que está acusado el defensor, y cuando es sexual incluye un complejo de Edipo no superado que lo lleva a dos escenarios: abusar de las mujeres por su condición, o descargar en ellas su rabia por una homosexualidad oculta. “Veo con mucha frecuencia que la esposa pilla al esposo con la muchacha del servicio y el hombre no permite que el problema se configure en torno a él”, dice González. Eso me recuerda el pésimo chiste de la mujer que le dice al esposo: “La empleada está embarazada”, a lo que él contesta: “Eso es problema de ella”; “pero el hijo es tuyo”, dice ella; “ese es problema mío”, responde él; “Pero yo soy tu esposa”, insiste ella; “Ese es problema tuyo”, remata él. ¿Qué tal?
Yo no sé si, como dicen algunos, el triunfo es de quienes no querían a Otálora como candidato con posibilidades de ser Fiscal General de la Nación. Lo cierto es que hasta en el sexo hay que tener clase y por los burdos hechos, el Defensor del Pueblo quedó como playboy de pizzería. ¿Que a los feos les toca más duro? De pronto, pero los conozco encantadores y con buenas maneras. Al final, las mujeres no le damos tanta importancia a la belleza, pero si un hombre hace sexting con una foto explícita de su pene y una hamaca de fondo, apague y vámonos; gas. Como dijo una muy querida amiga mía: “Con esa cara y esa foto, ni en caso de incendio rompa el vidrio”.
A Otálora le va a pasar lo que inevitablemente le sucede a Mónica Lewinsky: nadie deja de mirarle la boca cuando ve una foto de ella, o cuando la saluda. ¿En qué queda la carrera del “defensor de los vulnerables”? En una caricatura absolutamente risible del magistral Matador, y compitiendo en la falogalería de pipís públicos, con nadie más y nadie menos que un grandes ligas: ¡el Tino Asprilla!
Hasta el próximo miércoles.
Publicada originalmente el 27 de enero de 2016