En algún momento de nuestra historia alguien de nuestros antepasados debió emigrar de otras tierras para terminar dejando su legado en este hermoso país, así como ha ocurrido en todas las civilizaciones a través del tiempo.
Hace pocos días una tarde después de salir de una audiencia pública del edificio Convida, que queda en la Carrera 7 con 16 en el Centro de Bogotá, me dirigía hacia un centro comercial que queda en la séptima con 11, para hacer un trámite.
Cuando caminaba entre las calles 13 y 12 pasó al lado mío un joven vendiendo tintos en un carro destinado a este oficio. El tono de su voz lo delataba y cualquiera que lo escuchara podría establecer que se trataba de un venezolano.
Así como a mí, no pasó desapercibido para un grupo de tres bachilleres de la policía que inmediatamente lo escucharon se le acercaron, uno de ellos le detuvo el carro de tintos, con la mano derecha y sin siquiera mirarlo le increpo “ ¡Su cédula señor!”.
Como espectador de la escena mire aquel joven a los ojos mientras los bachilleres de la policía lo rodeaban, y pude percibir en su rostro el miedo, lo miserable y lo frágil que se hace un hombre cuando siente que se le abre la tierra frente a sus pies.
Pude observar la desolación que siente una persona cuando es capturado por autoridades desconocidas y no tener la fuerza de decir palabra ya que parecía que se le hubieran ido todas sus fuerzas a pesar de que aun se sostenía en los pies.
Nadie sabrá todas las adversidades que tuvo que pasar este joven venezolano para llegar a Colombia y tampoco sabremos lo que tendrá que luchar para volver a salir de su país, pero algo si me queda claro, es que todos aquellos que se aventuran a vivir en un país ajeno tienen ciertamente más valentía y coraje que quienes se quedan.
Esta escena me exigió que escribiera este pequeño relato para detenerme a meditar sobre aquellas cosas que tienen que pasar nuestros hermanos colombianos que han tenido que irse de nuestro país; a ser humillados, maltratados y tratados como ciudadanos de segunda categoría.
Es necesario manifestar mi admiración y respeto por todos aquellos colombianos que han decidido vivir en tierras extrañas, pues en mi opinión son valientes y dignos de admiración.
Por otro lado, hace algunos años se ha venido informando por los medios la situación en Medio Oriente y Europa con la crisis de los refugiados y todas estas poblaciones y miles de personas que emigran de países Africanos y Árabes a Europa.
El triste caso de las personas que deben pasar el mediterráneo o lo que ocurre en Siria y para no ir muy lejos lo que han hecho los cubanos en sus balsas y todos aquellos que intentan pasar como ilegales la frontera mexicana hacia los Estados Unidos.
Una cosa es verlos en televisión pero otra muy diferente es observarlo y aún más terrible es vivirlo.
Esa leve experiencia con ese joven que se quedó impávido solo y sin ayuda en plena carrera 7 en el centro de Bogotá a la merced de una autoridad extraña me dejo lleno de indignación y por eso quise relatarlo.
Esto es el resultado de la gran crisis que viven las democracias en el mundo donde el Estado se convirtió en una empresa más de los privados que aparenta ser publica exhibiéndose como un sistema, pero que a duras penas logra satisfacer los servicios básicos.
Colombia no es la excepción y considero que es uno de los países más retrasados en cuanto a la consolidación de una democracia legítima, ya que nos acostumbramos a ser gobernados por unas cuantos grupos políticos que se han sostenido en el tiempo viviendo como reyes a costa de la miseria de los colombianos.
Tomar la decisión de abandonar el país que te vio nacer y crecer es la decisión más tormentosa que puede tomar una persona, me imagino que son noches enteras pensando y meditando y días completos contemplando esa posibilidad de cómo va a ser el futuro en lugares desconocidos.
Espero que nunca deba decidirme por esta situación o que ninguno de mi familia tenga que abandonar mi país, pero si así llegare a ser, sería bueno que donde llegaren los tratasen como uno más de los nacionales.
Pero creo que es mucho pedir y por eso considero que es mejor aportar a la sociedad para que este tipo de desplazamiento no se tenga que dar y lo mejor que podemos hacer es ser mas críticos y no dejarnos llevar por el populismo y así aprender a elegir nuestros gobernantes.
El inmigrante es un individuo de segunda clase que se esclaviza en tierras extrañas buscando solo un poco de libertad. La indiferencia es más dañina que los violentos porque permite que las personas se acostumbren a la desigualdad.