Y de repente, todo se ha vuelto viejo: el televisor; las cervezas; el PC de escritorio; el beso con el que te has despedido de tu novia; el consejo que le has dado a un amigo en la oficina. Todo se ha vuelto antiguo cuando has encendido un cigarrillo: la rutina diaria; los planes para el fin de semana; el dolor de cabeza; las clases de francés; la declaración de renta; la nevera y la estufa de tu cocina. Parece que se ha suspendido el destino. En los diccionarios de antónimos no viene ninguna palabra de significado opuesto a destino, pero su contrario es una masacre, si es que aún se dice así, como la que la semana pasada sacudió a Barcelona, a España, suponemos que a Europa, y dejó al menos 13 muertos y más de 100 heridos. Cada una de las personas que iba o venía de trabajar era propietaria de un destino pequeño o grande que El Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés) ha interrumpido.
Todo se vuelve viejo de la nada: los balances financieros; los adverbios; la boda de Horacio; el nacimiento de Isabella o de María; el inventario; el debe y el haber; los análisis; las súplicas; el sujeto y predicado; la oración gramatical; el análisis anatómico; el sintáctico; la previsión del clima; la humedad relativa del aire. Se queda antiguo la noticia que leíste ayer, la discusión de mediodía, el mensaje que te dejaron en WhatsApp. Ni siquiera hace falta que suspendas esta cuestión o aquella otra una vez que se ha suspendido la existencia. El inconveniente principal es que no se trata de una suspensión impuesta por el destino. El destino, incluso cuando se trata de un destino fatal, une a las personas, une a los pueblos; la violencia y las bombas los separan.
De cierta manera todos somos huérfanos de los muertos de Barcelona. Sus destinos despedazados estaban entrelazados a los nuestros. Hoy somos un mundo desgarrado, lleno de fibras sueltas, cuyos hematomas quiebran las proporciones de la trama. Si ese desastre hubiera sido producto de un terremoto, nos habría unido, aunque la humanidad no ha firmado ningún pacto antiterremoto. De repente, estos hombres violentos y desalmados han dejado antigua la entrada para el cine, la reserva para la cena, los tiquetes de avión para las vacaciones. Pero lo que realmente pretenden es que se quede antiguo el amor universal, la hermandad entre pueblos. Si lo logran, estamos jodidos como sociedad. Ojalá que a estas horas no se haya quedado viejo e inútil el sentido común.