Los que ganaron cargos de elección popular regionales que arrancaron su periodo en este año, nos trajeron un hecho para aplaudir: La comunidad LGTBI está ganado espacio político al lograr que varias personas de la comunidad lleguen a ejercer cargos de elección por un voto de confianza que les dio la ciudadanía. Cerca de veinte personas de esta comunidad fueron elegidas y el caso más representativo es el de Claudia López, electa como alcaldesa de Bogotá. Es una demostración que sí se pueden seguir rompiendo las barreras homofóbicas en este país que, aunque haya cambiado su mapa religioso, sigue siendo católico, apostólico, romano, camandulero, mariano y, por si fuera poco, consagrado al “Sagrado Corazón de Jesús”.
Hace unos años escribí un artículo titulado La homosexualidad del poder, publicado por el diario regional huilense La Nación y fue reproducido en otros portales. Es ese artículo decía, entre otras cosas, que “los que dirigen la política colombiana, y quienes aspiran a hacerlo, deberían salir del closet y asumir enteramente su homosexualidad sin ningún pecado, pues el ejercicio del poder requiere de dirigentes honestos consigo mismo y con los ciudadanos.
El pecado sería que sigan escondiéndose entre falsos matrimonios o relaciones heterosexuales; no sigan engañándose a sí mismos, no engañen más a su pareja y no le mientan a la ciudadanía. Se haría mejor frente a la homofobia, si ustedes le ponen el pecho a la brisa como son realmente; pierdan el miedo y salgan al ruedo, los verdaderos ciudadanos los comprenderán y la Constitución les garantizará el libre desarrollo de su personalidad ¡Ustedes lo saben! ¿Qué dirá la Iglesia? Pues ya sabemos que va a decir, eso no es nada nuevo. Ojalá, que también muchos de los homosexuales escondidos entre sotanas salgan de esa cárcel tortuosa y asuman su naturaleza. Y que igualmente, los militares dejen el arte de mimetizar su condición de homosexuales ¡Rompan filas! Pónganse firmes frente a lo que son y no sigan secuestrados como heterosexuales; si siguen así, seguirán siendo un “falso positivo”. Y me sostengo en eso, pues no ha perdido vigencia la lucha contra la homofobia y la demanda ciudadana de exigir que los políticos sean honestos consigo mismo y con los ciudadanos.
Pero una cosa también tengo clara: Los miembros de la comunidad LGTBI o los que se pueden asociar por su condición u orientación sexual a esa comunidad, que lleguen a cargos públicos, representan es a esa comunidad y representan a toda la ciudadanía, en el entendido que deben administrar es para toda la ciudad. No pueden pretender representar lo que naturalmente no son.
El caso más reciente y sonado es el de Matilda González Gil, designada como secretaria de la Mujer y Equidad de Género de Manizales. Los que rechazaron ese nombramiento, por considerar que esta persona no representa a las mujeres porque en verdad no es una mujer…creo que tienen la razón. No se niegan las capacidades intelectuales de esta persona, pero está intentando representar lo que naturalmente no es. Y esto no se trata de mojigaterías, de homofobia o algo parecido. No.
Creo que la mujer guarda o tiene una integridad única y total que la hace ser mujer plenamente. Si un hombre dentro de su crecimiento hormonal, individual y libre desarrollo de la personalidad se identifica como mujer no quiere decir que en verdad lo sea y que todos tengan la obligación de reconocerlo en verdad como una mujer. No. Porque no tiene todas las condiciones integrales para serlo. No basta con tener muchas “características femeninas” para que alguien diga “soy una mujer”, pues tiene que tenerlas todas. Por ejemplo, una natural e indiscutible es la formación biológica y capacidad natural de ser la que tenga los hijos. Qué le hacemos, la naturaleza ha hecho que la mujer tenga la potencia y la condición exclusiva de tener hijos y el hombre, igualmente, para hacerlos tener; quien nos diseñó, hizo que la mujer fuera la preñes y el hombre para preñar, generó esa exclusividad, ese derecho que es ¡inalienable!, ¡inembargable! e ¡imprescriptible! Y que esto no se interprete como una “cosificación” de la mujer, no, en lo absoluto. Al decir, que “quien nos diseñó hizo que la mujer fuera la preñes y el hombre para preñar”, no quiere decir que “la mujer se hizo para preñarla”. Lo que digo, y lo reitero, es que “la mujer guarda o tiene una integralidad única y total que la hace ser mujer plenamente”; que “no basta con tener muchas características femeninas para que alguien diga soy una mujer, pues tiene que tenerlas todas”.
Dentro del libre desarrollo de la personalidad un travesti, un transexual o un transgénero tienen todo el derecho de “identificarse como mujer”, y eso hay que respetarlo, pero no es un deber de todos aceptar esa “identificación como mujer” como un hecho real. No. Los que no identifican a un travesti, transexual o un transgénero como una mujer, tienen también todo el derecho de no hacerlo, pues nadie los puede obligar a lo contrario; que la sociedad respete esa “identificación como mujer”, lo hace desde el libre desarrollo de la personalidad que tienen esas personas para “sentirse como mujer” y a sabiendas que no están viendo una mujer íntegramente de verdad. La condición de mujer no se gana por “reconocimiento social” o por “mayoría de votos”, se obtiene de manera natural y sin ninguna discusión.