Hoy en Colombia la lucha política no es entre la derecha y la izquierda, con el centro como una especie de convidado de piedra, como se repite hasta el cansancio. Es entre todas las fuerzas políticas que no están en el gobierno y el uribismo, que es cosa bien distinta. Es natural que quienes no están en el poder lo busquen, que es la razón de ser de la política, pero ello no quiere decir que tengan que ir todos cogidos de las manos cantando la misma canción.
Reducir el debate político de esa manera no tiene otra consecuencia que fortalecer la polarización que favorece a los extremos, y que en realidad no existe. Según los resultados de las últimas elecciones parlamentarias, realizadas en un ambiente tan “polarizado” como ahora, hay cinco grandes partidos con votaciones cercanas o superiores a dos millones de votos: Centro Democrático, Conservador, Liberal, la U y Cambio Radical. Uno mediano, el Verde con 1,3millones, y cuatro pequeños que oscilan alrededor de 500 mil votos: Polo Democrático Alternativo, Mira, Lista de la Decencia y Colombia Justa Libre, cada uno con una agenda distinta ¿dónde entonces la polarización?
Se supone que polarización significa que la opinión ciudadana y parlamentaria está dividida en partes más o menos iguales e irreconciliables, no que el debate público sea implacable entre el gobierno y la oposición, como sucede en todas partes, aunque es más notorio cuando un dirigente sin mayor representación parlamentaria, pero con un apoyo inmenso dentro de la opinión como Gustavo Petro, monopoliza con su intensidad la crítica a la gestión gubernamental en los términos más ácidos. En una situación económica y social desbarajustada por el agravamiento de todos los problemas sociales y económicos producido por la pandemia, es inevitable el crecimiento de la oposición política. Culpa grave del mundo político es que las banderas de esa oposición queden en unas solas manos.
No sale el gobierno nacional bien librado de la evaluación de su gestión, lo cual hace previsible un cambio en la dirección del Estado, aunque está en su derecho de defenderse como un gato patas arriba. Pero ello no quiere decir que deba existir unanimidad en el mundo político sobre quien deba reemplazarlo. Muy por el contrario, es la oportunidad para un debate serio, a profundidad, con argumentos y propuestas sobre opciones para el futuro.
No tiene mucho sentido una convocatoria a nombre de la unidad nacional con temas como la paz, o la urgencia de reformas sociales inaplazables, o el cierre de un período que ha sido largo y controvertido de usufructo del poder por la misma persona, como si todos los que no están de acuerdo con la manera como se ha dirigido el país en los últimos años estuvieran de acuerdo en cómo debe manejarse en el futuro.
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Gustavo Petro y Sergio Fajardo, que son hoy los candidatos más opcionados, no deben unirse. Son alternativas distintas
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De hecho, existen posiciones muy encontradas al respecto, que poco tiene que ver con las clasificaciones geométricas del mundo político, que en su conjunto tiende todo al centro, para decirlo de alguna manera. Ninguno de los candidatos con opciones reales de llegar a la presidencia quiere una revolución socialista, o la expropiación de los medios de producción, o la abolición de la propiedad privada, o la intervención estatal en esferas de la vida privada, o la supresión de derechos individuales frente a los colectivos, que es la agenda tradicional de la extrema izquierda. Todos pregonan un capitalismo social, responsable con la creación de empleo, con el mejoramiento de la distribución del ingreso tan inequitativa, con la protección del medio ambiente, con el uso de energías limpias, con la aplicación de una pronta y cumplida justicia, con una renta básica, con la protección de los ancianos sin recursos, de los jóvenes sin educación, de las mujeres sin derechos; pero todos son muy distintos en su personalidad, en la manera de lograrlo, de llegarle a la gente, de encarnar una esperanza de cambio, que no implique una patada al tablero de la institucionalidad ya tan maltrecha.
Lo que diferencia a los eventuales candidatos elegibles a la Presidencia son sus rasgos de carácter, sus antecedentes como gobernantes, su manera de convocar y construir un propósito nacional. Esa es la escogencia que debe hace el electorado para reemplazar al uribismo en el poder, si es que se logra, y entre más opciones haya para hacerlo mejor. Esa es la razón por la cual Gustavo Petro y Sergio Fajardo, que son hoy los candidatos más opcionados, no deben unirse. Son alternativas distintas. Agua y aceite. Presionar para que participen juntos en una consulta en marzo de 2022, día de las elecciones parlamentarias, es adelantar la elección presidencial, con el riesgo real de polarizar al país si esa consulta la gana Gustavo Petro y se monta un tinglado para repetir la elección presidencial de 2018, con los mismos resultados. Hay que recorrer la ruta de la carrera en todas sus etapas a ver quién gana. Es válido querer ganarle las elecciones a Uribe, pero todos juntos contra él sólo le sirve a él mismo.