Hasta el momento Petro luce imbatible. Lidera todas las encuestas, llena las plazas públicas y realiza alianzas poco coherentes, pero que representan muchos votos. Su campaña es intensa y audaz, ya comenzó a hablar sobre un triunfo definitivo en la primera vuelta, sabe que ahora le temen menos y que abunda un sentimiento de cambio. Sí, este panorama no deja de resultar irónico. El uribismo, que se autodenomina el tormento de las ideas “comunistas” y el máximo guardián de nuestra democracia, está a punto de entregarle el poder a su contrincante más odiado.
Petro está bajo el efecto teflón. Poco le hacen daño las críticas y los insultos que recibe. La mayoría de sus rivales no le sacan ventaja en el debate público, sino que más bien fortalecen su agenda política con trivialidades y torpezas. Utilizan su nombre para invocar el apocalipsis, menoscaban sus propuestas y se burlan de su crecimiento electoral. “Guerrillero”, “castrochavista”, “Putin colombiano”, “generador de odio”, “payaso”, le dicen. A pesar de esto, Petro se mantiene firme, es el centro de atención y hasta se da el lujo de hacer giras internacionales.
Como promotor de los valores democráticos y las deliberaciones argumentativas, considero que Colombia, en medio del drama social que vive, requiere de una contienda presidencial razonable. Petro es una realidad política, tiene millones de seguidores y está ad portas de convertirse en presidente. Por eso debe ser asumido y confrontado con respeto. Es un error, una estupidez, tratar de ridiculizar o menoscabar su liderazgo. Más allá de sus muchos desaciertos, Petro ha demostrado capacidad y gallardía. Además, entendió, tal vez gracias a Roy y a Benedetti, cómo funciona el juego político cuando se quiere ganar: ahora es más pragmático e indulgente.
De los adversarios electorales que tiene Petro, creo que Alejandro Gaviria es quien ha asumido la postura más sensata. El exrector de los Andes, impulsado por su rigurosidad y su franqueza académica, reconoce que Petro es un líder valioso. Evita deslegitimarlo como actor político, comprende que no debe ser contrarrestado a través de prejuicios, cizañas y burlas, sino con argumentos y sin ambigüedades. Por eso reacciona ante sus propuestas con planteamientos profundos, datos puntuales y claridad en el mensaje. Gaviria afronta con madurez este momento histórico, no cae en el juego estúpido de remplazar las ideas complejas por los lugares comunes, los calificativos huecos y los discursos que generan miedo.
Durante esta campaña Gaviria ha entablado con Petro discusiones serias y respetuosas sobre los aranceles para importar alimentos, la reforma del sistema pensional, la política antidrogas, la configuración del banco central y el tren elevado que conectaría a Buenaventura con Barranquilla. Los contrapunteos entre estos dos candidatos se desarrollan con creatividad y pedagogía. Son momentos de esplendor democrático, las ofensas y las tibiezas pasan al olvido. Así debería ser toda esta contienda electoral. Los verdaderos demócratas tenemos que promover el debate de ideas, no las peleas de gallos que hacen honor a la vanidad y la confusión. Votar no puede continuar siendo una manifestación de rabia o miedo, sino que debe consolidarse como un acto de reflexión y esperanza.