Arde el continente y ni nos damos cuenta. Sobre las brasas al rojo vivo transcurre una vieja disputa de élites recalcitrantes aferradas al poder y a sus trincheras tradicionales ligadas a la posesión de la tierra, la explotación de los recursos naturales y el agenciamiento poco soberano de las políticas públicas que impulsan sus gobiernos de turno. Mientras que del otro lado, un progresismo irregular, una izquierda atomizada e inmóvil en el pantano del “mamertismo” y con poca experiencia de ejercicio del poder o cuando se ha tenido, se ha dilapidado en excelentes despliegues de acciones para reducir la desigualdad y la pobreza extrema, que luego son borrados con la negación de la democracia y la alteridad en la conducción del Estado.
Vienen ganando las primeras, las élites de siempre, las que llevan más de doscientos años de ejercicio del poder y de qué manera, se cohesionan entre sí para defenderse y son capaces de abrazarse con sus históricos enemigos para patear a los oscuritos, indígenas, mestizos y para colmo comunistas; la derrota de las democracias en este continente de impuros es el mayor trofeo que enarbolan los dos bandos armados, ninguno de ellos, ni los de derecha ni los de izquierda sienten resquemor alguno por los muertos y la sangre que la represión ordena y el costo que implica la defensa de la democracia desde sus puntos de vistas.
Renace en estas tierras un nuevo capítulo de la “olvidada” guerra fría de la segunda mitad del siglo XX, ahora es la OEA con sus argumentos espurios quien lleva al caballo de Troya por todo el continente y en un plan de idiota útil de una derecha transnacional conectada con el resquebrajado neoliberalismo, que no le importa llegar y dañar los ejercicios democráticos enclenques de estos lados y largarse a otra parte con sus letanías mortuorias.
Los indios de los andes, los desposeídos de las ciudades,
los campesinos que llegaron tarde a la repartición de la Corona española
la clase media asfixiada; todos ellos están en el medio de las balas y la represión policial
Los indios de los andes, los desposeídos de las ciudades, “los carisucios” de Evita Perón, los negros abandonados en el naufragio de la historia, los campesinos que llegaron tarde a la repartición de la Corona española y la clase media asfixiada por la inequidad tributaria; todos ellos están en el medio de las balas y de la represión policial, carabinera o de los ejércitos defensores de la misma derecha que los utiliza a su antojo -como en viejos tiempos- y que también la izquierda cuando gobierna, los consciente a punta de corrupción para mantenerlos de su lado.
La abierta represión en Chile en contra de quienes protestan por la crisis social, el milagro boliviano de Evo en materia económica que no pudo borrar al clasismo y al racismo contra los indígenas; el dilema constitucional en el Perú, las piruetas en la cuerda floja de un presidente en silla de ruedas en Ecuador, las barbaridades de las democracias bananeras de centro américa, el olvido en el que sumimos a los venezolanos que resisten las incoherencias del chavismo reinterpretado, el regreso de Lula y de los Fernández en los dos gigantes del sur, la represión a los líderes sociales y a la protesta en la nueva fase de la seguridad democrática en Colombia; son manifestaciones de un próximo hundimiento de estas sociedades que se niegan a admitir que hay un iceberg a la vista.
Coda: en América Latina los golpes de Estado en versión siglo XXI se hacen de manera sutil y en alianza cívico – militares para sacar a quienes desde el poder incomodan a las élites de siempre y sin responder por la salvación de la democracia -a su manera-.