El Pacto Histórico atraviesa por varias tormentas. Por el momento, sin la capacidad de desestabilizar la coalición o alterar el equilibrio de las fuerzas políticas convergentes en torno a la consulta de la izquierda; sin embargo, son tormentas que evidencian las tensiones que caracterizan la asignación de los renglones en una lista cerrada (causa originaria del portazo de la “disidencia amigable” de Fuerza Ciudadana) y la complejidad de conservar la cohesión entre un conglomerado que agrupa partidos políticos, movimientos sociales y colectivos.
Una de esas tormentas fue la decisión del senador Roy Barreras, precandidato presidencial por la Alianza Democrática Afrocolombiana, de proponer a su exesposa, Gloria Arizabaleta, como su principal renglón en la lista al Senado del Pacto Histórico, algo que no resultaría problemático si fuera una lista abierta —así Roy demostraría su capacidad electoral sin la maquinaria del gobierno de turno—, pero al ser una lista cerrada, con proyecciones de alcanzar mínimo dos millones de votos, estar entre los diez primeros renglones podría garantizar un lugar cómodo en la cifra repartidora. En uno de esos renglones es donde Roy intenta ubicar a su exesposa.
¿El peso electoral del senador es suficiente para que imponga un renglón en una posición tan estratégica?
Personalmente, no lo creo. Considero que la votación a Roy se ha sustentado —desde 2010— en una sólida estructura clientelar y en manejos burocráticos a escala nacional y regional. Es más, la de 2022 sería su primera elección por fuera de la sombrilla del gobierno de turno y sin el manejo burocrático del que estuvo tan acostumbrado en los gobiernos de Santos. Y aunque es un perfil mediático y ocasionalmente polémico, no se podría calificar propiamente como un político de opinión. Roy es sinónimo de politiquería y clientelismo.
A pesar de que el senador ya hizo un mea culpa por su pasado uribista y pocos cuestionan tanto su compromiso por la paz como su progresiva “rehabilitación” de la politiquería, con el hecho de querer imponer a su exesposa, sin desestimar las cualidades profesionales o humanas de la señora en cuestión (que no conozco), Roy sí incurre en una de las prácticas más deleznables de la clase política tradicional: la que considera que las curules en el Congreso (especialmente en el Senado) forma parte de una especie de patrimonio familiar, susceptibles de asumirse como un bien hereditario o cederse a esposas, hijos o hermanos porque para los políticos tradicionales “todo queda en familia”.
Veamos algunos ejemplos.
Los Zuccardi
Andrés García Zuccardi llegó al Senado prematuramente y con la edad precisa, corría 2014 y tenía 31 años. Sin embargo, su aterrizaje en el Senado no fue consecuencia de su activismo con plataformas juveniles, su ascendencia entre los jóvenes cartageneros o mucho menos; Zuccardi llegó al capitolio con una finalidad específica: asumir la “curul familiar” y remplazar a su madre, la senadora Piedad Zuccardi, salpicada por la parapolítica y a quien la Corte Suprema le dictó orden de captura a principios de 2013. Andrés solo siguió la tradición familiar, pues su madre heredó la curul de su esposo, Juan José García Romero, un poderoso gamonal de Bolívar (hermano del Gordo García), que estuvo 20 años en el Congreso y salió en 1998 tras ser condenado por corrupción.
Los García Gómez
El senador conservador Juan Carlos García Gómez llegó al Congreso en 2010, con 31 años recién cumplidos y respaldado por 43.199 votos. Su llegada a la Cámara por Norte de Santander se debió al impulso de su padre, el exrepresentante Albino García Fernández, un político tradicional que en 2004 perdió su investidura por tramitar auxilios parlamentarios y en 2006 le heredó la curul en la Cámara a su esposa, Zaida Yanet Lindarte (madrastra de Juan Carlos). Pero como todo queda en familia, en 2010 la curul pasó a Juan Carlos, quien repitió Cámara en 2014 y en 2018 con 70.347 votos dio el salto al Senado.
Los Char
No se puede pasar por alto el clan más poderoso del país: la casa Char. Con bancada propia en Cámara, Senado y jefes de varios ministros. Su historia en el Congreso arrancó en 1998 cuando el patriarca del clan, Fuad Char, llegó al Senado. De la mano de Cambio Radical, Fuad se reeligió en 2002 y en 2006 le cedió la curul a su hijo, Arturo. El patriarca volvería a ocupar la “curul familiar” en 2010, pero en 2014 se la heredó definitivamente a Arturo (un relevo generacional), quien se reeligió en 2018 con 126.628 votos y fue salpicado por Aída Merlano en el entramado de compra de votos.
Los Cristo
El exministro y actual precandidato presidencial de la Coalición de la Esperanza, Juan Fernando Cristo, llegó por primera vez al Senado en 1998, heredando la estructura política de su padre, el dirigente liberal Jorge Cristo (asesinado por el ELN). Para las elecciones de 2014, Cristo le cedió la “curul familiar” a su hermano, Andrés Cristo. Quien se reeligió en 2018 con 67.449 votos y que, a diferencia de su hermano, no ha destacado por prácticamente nada en su paso por el Senado.
Los herederos de la parapolítica
A veces, heredar la curul obedece sobre todo a la fuerza de las circunstancias, así se vivió cuando se desató el escándalo de la parapolítica en 2007 y decenas de congresistas, mayoritariamente de la coalición uribista, se vieron en la obligación de ceder sus curules a esposas, hermanos o hijos. Por ejemplo, Óscar Suárez Mira le heredó su curul a su hermana, Olga Suárez Mira; el gamonal Juan Manuel López Cabrales fue reemplazado en el Senado por su esposa, Arleth Casado; y el parapolítico Vicente Blel impulsó rápidamente la aspiración de su hija, Nadia Blel. Porque para los parapolíticos que conservan su poder tras las rejas todo queda en familia.
Con todos esos antecedentes, que ponen de manifiesto la forma como la clase política tradicional asume las curules en el Congreso, susceptibles del derecho a herencia o cesión familiar, se comprende el malestar de algunos integrantes del Pacto Histórico con la movida de Roy. Sin duda, es algo que resulta chochante (mucho más en una lista cerrada) y poco consecuente con un Pacto Histórico que se dice alejado de la politiquería y sus prácticas.
Sin olvidar que un antiguo copartidario de Roy, el condenado exsenador Eduardo Pulgar ya movió su pulgar para que su esposa lo reemplace en la lista del Partido de la U.
Esposas, exesposas, hijas, hijos y hermanos, parte de la dinastía de la politiquería criolla. ¿Acaso el ilustre Roy no se había rehabilitado de ese mal?