La crisis despabila a algunos, otros cogen por la vereda como si el universo no cambiara. El recién posesionado presidente Biden en los EE. UU. acaba de recibir la aprobación del congreso norteamericano para emprender un plan de reactivación a ocho años que incluye enormes inversiones y cuyos recursos, han advertido, tendrán que ponerlos los más pudientes; un aumento de la tasa de renta del 21% al 28% a las grandes corporaciones e impuesto a las utilidades declaradas en los paraísos fiscales.
El programa incluye financiación en obras de infraestructura de vías y puentes; modernización del sistema eléctrico y su integración; recursos para investigación en nuevas tecnologías; dotación y mejora salarial para la economía del cuidado de ancianos, menores y minusválidos; todo esto en un marco de criterios ambientales. Brian Deese, director de la NEC, la agencia que dicta la política económica de esa nación, ha precisado elementos de esta decisión que significa un cambio notable en las iniciativas que han guiado en las últimas cuatro décadas la limitada participación gubernamental en la dotación de elementos que soporten el crecimiento de la economía y el bienestar de la población.
Las medidas cumplen varios propósitos al mismo tiempo: recuperar el rezago acumulado en los últimos años en cuanto a la infraestructura de servicios, ofrecer nuevas alternativas de empleo y mejorar el ingreso de las gentes del trabajo en la economía real al margen del puntocom, asegurar la demanda de productos elaborados en su propio país y avanzar en procesos industriales de bajo nivel de contaminación.
Van a diseminar por todo el país estaciones de carga de energía para estimular el uso de vehículos eléctricos ampliando el mercado nacional que le dé a sus empresas automotrices el músculo como proveedores globales de este producto. Han definido una economía ambiental sin cargas tributarias y bajos costos, de tal suerte que su contribución a la contención del cambio climático les genere más empleos.
El gobierno traza así un rumbo, respaldando la capacidad local y estatal, que el sector privado debe aprovechar y activar. En este sentido procuran que el capital público se convierta en un estímulo para la inversión del capital privado. No podemos equivocarnos, los ajustes internos no implican un cambio en la política externa de dominación y pillaje, que son sustento angular de su condición de superpotencia, republicanos y demócratas en esto siempre han estado unificados y no va a cambiar, sería como matar la gallina de los huevos de oro.
Es evidente la preocupación del gobierno norteamericano por el desenlace que puede provocar la inconformidad creciente de la población que ha venido perdiendo empleo o reduciendo sus ingresos. En contraste, no genera similar inquietud la situación aún más precaria de la población al gobierno de Colombia, que mantiene el criterio de gravar con mayores impuestos a la clase media, a la gente del agro y a las pequeñas y medianas empresas mientras mantiene enormes prebendas al capital financiero y a los monopolios.
Persistir en la idea de privilegiar el pago de la deuda externa, en lugar de renegociarla, pone en riesgo nuestra viabilidad como nación. La propuesta de reforma tributaria dispara nuestro costo país con incrementos en las tarifas de servicios, especialmente en energía. Peajes en las vías nacionales y ahora internos en las ciudades.
El paso de exento ha excluido en elementos básicos para la producción agropecuaria encarece productos básicos de la dieta alimentaria amenazando la demanda de unos compradores con bajos ingresos a los que se les impone el pago de impuesto de renta, que además deben entregar para su seguridad social, los asalariados casi el 10% y en el caso de los independientes la cuarta parte de sus entradas; pagar educación privada a sus hijos por la precariedad de la pública y tributar al sistema financiero intereses altísimos por créditos para adquirir vivienda y vehículo, el sueño mínimo de cualquier mortal en la época que vivimos.
Truncar los sueños de quienes soportan la mayor parte del trabajo y la construcción de una nación inevitablemente conduce a situaciones insospechadas, así parecen entenderlo quienes gobiernan al coloso del norte, no ocurre igual con los bandidos que mal gobiernan a Colombia.