Todo lo que dicen (y no dicen) las letras de estas canciones...

Todo lo que dicen (y no dicen) las letras de estas canciones...

Hablemos de letras de algunas canciones que han sido sometidas al escarnio público con la descalificación de ser pura cursilería

Por: Carmelo Antonio Rodríguez Payares
marzo 21, 2024
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Todo lo que dicen (y no dicen) las letras de estas canciones...

“Mujer, si puedes tú con Dios hablar, pregúntale si yo alguna vez te he dejado de adorar; y al mar, espejo de mi corazón, las veces que me ha visto llorar, la perfidia de tu amor…” Y mientras el mundo entero, y nuestra Colombia en particular, se aplica de mañana a tarde a discusiones inanes, término que estaba en los anaqueles y que en buena hora rescató el presidente de la Corte Suprema de Justicia en fecha reciente, hablemos de cosas más profanas y terrenales como son las letras de algunas canciones que han sido sometidas al escarnio público bajo la sospecha de pertenecer a ese grupo que ha merecido la descalificación de ser pura cursilería.- ¡Ni más faltaba! ¿Quién, que se haya enamorado tan solo una vez no ha sido cursi un instante de su vida?

La letra de la canción de la que nos hemos servido para abrir plaza, fue escrita hace 85 años por el mexicano Alberto Domínguez Borrás, bajo el título de Perfidia, que no es otra cosa que una evocación al amor y al despecho, y es tal vez una de las tantas canciones de las que hemos echado mano cuando vemos agotadas las vías en nuestro trasegar por encontrar un corazón que palpite al ritmo del propio.- Estudiosos de estas situaciones de las que muy pocos hemos sido ajenos, y que sirvieron como ejes fundamentales de las mejores – y también de las peores – historias de amor, han dicho que por más que se quiera, el tema no saldrá de la agenda cotidiana, porque tanto el amor sufrido, como el correspondido, vienen desde el mismo paraíso terrenal.-

Escuché hace poco la discusión entre unos amigos muy apreciados, en donde uno de ellos le disparaba con regadera a lo que él llamaba “las cosas que no sirven para nada”, y al mencionarlas decía que una de ellas eran esas letras azucaradas, edulcoradas y sosas, que repetían los baladistas, boleristas y otro buen número de artistas, en donde se narran historias de amores encontrados.- ¿De qué me sirve? – se preguntaba uno de los contertulios – cantarle a alguien cosas como estas -: “Reloj, no marques las horas, porque voy a enloquecer, ella se irá para siempre cuando amanezca otra vez…Y yo, atragantado y con ganas de terciar en la pequeña escaramuza, decía para mis adentros que habría que preguntarle al autor, Roberto Antonio Cantoral García, quien fue el que compuso la canción en 1956, frente al río Potomac en la ciudad de Washignton, y de cuyo episodio surgieron dos versiones.- Dice la primera que durante una gira mantuvo un romance con una de las muchachas que participaban en el espectáculo, quien a la mañana siguiente debería regresar a Nueva York; pero en cambio también se conoció la historia que dice que Cantoral García compuso la canción una noche aciaga, cuando los médicos le informaron sobre el estado de salud de su esposa, cuyo diagnóstico no era el más positivo, y que tal vez no la vería la siguiente mañana.-

Me permito decirles, entonces, que no se preocupen si la discusión no alcanza la contundencia y la fuerza que ellos quisieran, y de consuelo les agrego que quizá algo bueno traerá un debate que a nadie le importa, pero que es bueno y saludable porque en vez de engarzarse en una trifulca política, deportiva o de otra índole, como esas que vemos y sufrimos a diario y en directo por todos los canales, protagonizadas por los llamados “líderes” de opinión, en cambio resultaba un verdadero oasis escuchar una controversia sobre semejante asunto, que quizá ni merezca una línea para un artículo de un periodista varado.-

Dice uno de ellos: ¿No te parece curiosa la letra de la canción “Quiéreme mucho”, cuya primera estrofa la compuso un autor y la segunda tiene otro responsable? “Quiéreme mucho, dulce amor mío que amante siempre te esperaré, yo con tus besos y tus caricias mis sufrimientos acallaré”.- Esta estrofa es autoría de Ramón Gollury, mientras que la siguiente es de Agustín Rodríguez que dice: “Cuando se quiere de verás como te quiero yo a ti, es imposible mi cielo tan separado vivir…”.-

Si se me permite la figura, uno de mis amigos hizo el amago de pararse como si estuviera en un ring de boxeo y en realidad lo que hizo fue tomar alientos para cantar, como si fuera el propio Orlando Contreras, aquella que dice: “¿Dónde tú iras? que no vaya mi pensamiento, ¿dónde tú iras?” Y para rematar con broche de plata le recitó: “Tú sentirás en las noches un lamento, ese soy yo que me encuentro junto a ti, porque sé que no duermes, que tu no vives tranquila, que la ausencia te mata, que tú no eres feliz”.-

Semejante letra es imposible no asociarla con todo lo que rodeó la muerte de este bolerista cubano, que en realidad se llamaba Orlando González Soto, nacido en Santiago de Cuba el 22 de mayo de 1930, y fallecido en Medellín el 9 de febrero de 1994, hace apenas 30 años.- Las crónicas de aquel año dicen que a la fecha se desconoce la causa real de su muerte que fue reportada entre las 7 y 30 y las 8 de la mañana en las emisoras radiales, medio por el cual no solo sus seguidores se enteraron sino su propia familia, quien confiaba poder reencontrarse con su ser querido pronto.-

Y a sabiendas que no me es permitido tomar partido de la discusión, y que ninguno de los dos participantes me dará un barato para que saque pareja, la experiencia me dice que es mejor hacer uso de la memoria y traer al instante una canción que alguna vez escuché sin entenderla mucho, y que sé que me llamó la atención porque su autor era paisano de mi papá, cuando ambos todavía hacían parte de este mundo.-

José Benito Barros Palomino, nacido en El Banco, Magdalena, se sacó esta letra de su eterno sombrero de mago: “Busco tu recuerdo dentro de mi pecho, de nuestro pasado que fue de alegría; pero sólo llegan a mi pensamiento, grandes amarguras para el alma mía”.-

Alguna vez Barros Palomino contó que en sus tantos viajes que hizo por el mundo, no olvida que en Medellín tuvo que soportar varias penurias y para poder sobrellevar el hambre, tuvo que robar una papa en la calle.- “Para que no me sorprendieran, me la eché al bolsillo del saco comprado de segunda mano, con tan mala suerte que el bolsillo estaba roto y la papa cayó al suelo”.- La anécdota la conocí alguna vez cuando en la Universidad nos pidieron hacer un trabajo sobre los 100 años del Bolero.-

“Lucerito de plata, no le digas a nadie que me has visto llorar. Yo no quiero que sepan que mi llanto es sólo porque ella se va. A ti digo el secreto de mi hondo penar, lucerito de plata, no le digas a nadie que me has visto llorar”.- Así cantaba el Trío Vegabajeño, uno de los considerados pioneros del Bolero, ritmo que es desde siempre el más cercano de cuántos se conoce en el arte de interpretar historias como las mencionadas, y creo que serán muy pocos los que no coincidan con mis dos amigos en decir que estas letras, inventadas quién sabe en qué momentos por sus autores, han sido y serán compañeras de los ratos más memorables y por eso superan cualquier calificación de ser cursis.- Prima hermana de la anterior composición es la que dice: “Los aretes que le faltan a la luna los tengo guardados para hacerte un collar; los hallé una mañana en la bruma cuando caminaba junto al inmenso mar”.-

No sé cuál de los dos trajo a cuento la historia de Juventino Trillo, el pretendiente que montaba guardia bajo el balcón de su amada imposible, todas las noches, desde las siete hasta las diez.- Ella lo agredió con cuantos desaires se le ocurrieron, y terminó por vaciarle encima desde el balcón, noche tras noche, una bacinilla de orines.- Pero no consiguió ahuyentarlo.- Al cabo de toda clase de agresiones bautismales – conmovida por la abnegación de aquel amor invencible – se casó con él.- “Le faltó cantarle una serenata”, dijo uno de ellos y se acabó la discusión.-

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