“No existe tal cosa como un almuerzo gratis” (aforismo popular).
Educación gratuita, salud gratuita, pensión para todos, mercados gratis, casas gratis, todo gratis, tal es el pensamiento del “buen salvaje” o del “perfecto idiota iberoamericano”. ¿Pero de dónde salen los recursos?
Veamos. Hace mucho tiempo la vida era más simple, los recursos, por supuesto, siempre eran escasos (sea por su cantidad o por no contar con los medios necesarios para explotarlos). Las personas, en su mayoría, veían transcurrir su vida como una lucha constante para sobrevivir. Nunca, por supuesto, desde que el hombre se habituó a vivir en sociedad, dejó de existir una clara división de la población; en algunos momentos con una clase al servicio obligado de otros estamentos sociales y otras donde se intentaron experimentos (todos fallidos) de crear un mundo igualitario (cosa totalmente absurda dada la simple naturaleza humana) o de imponer sistemas claramente despóticos y perversos.
Pero siempre ha existido, y existirá, la tendencia de creer que muchos beneficios deben ser de carácter gratuito.
¿Qué en las épocas más arcaicas no existía el dinero o no era necesario el intercambio económico? Claro que sí. Nuestros ancestros eran simples grupos humanos (ya existía el nexo social) que vivían de la caza y la recolección, había una gratuidad en el cubrimiento de sus necesidades básicas (aunque la caza impusiera un cierto “costo” basado en el riesgo del hombre enfrentado a la bestia o la recolección que implicaba enfrentar problemas de envenenamiento o intoxicación); expuestos a peligros o posible escasez generada por los riesgos naturales a que estaban expuestos. Pero la misma evolución los fue conduciendo a complejas formas de convivencia, de relaciones mutuamente beneficiosas o perversamente impositivas.
Y así, hoy en día, frente a la complejidad institucional y tecnológica, todo tiene un costo económico, de tiempo y hasta de emociones; existen tramas más complejas en la generación, transformación y uso de los bienes y servicios necesarios para sobrevivir. La definición económica cobra mayor fuerza frente a unas necesidades más complicadas y unos recursos más escasos. Todo tiene un costo de producción e implica un gasto o inversión necesario para generar los beneficios requeridos por la población, ávida de beneficios que, hay que reconocerlo, no se “recolectan” o se generan “cazando”. Las relaciones económicas implican un intercambio basado en el “dinero” y otros valores de intercambio.
Se requiere, entonces, la generación de la riqueza (con todas sus implicaciones económicas o filosóficas) para poder vivir en una sociedad estresante y cada vez más deshumanizada pues estamos frente a una lucha rapaz que no espera a respetar principios de convivencia básicos; estamos frente a una oleada de egoísmo universal como nunca antes había existido.
Pero eso, tan solo, es la simple demostración de la naturaleza humana.
Frente a todo esto, hace muchos años, Milton Friedman, reflexionaba frente al aforismo de que “no existe tal cosa como un almuerzo gratis” pues, sencillamente, todo tiene un costo en esta vida. Para vivir debemos consumir recursos, y esos recursos no son “gratuitos”. El mismo cuerpo humano no puede vivir solo del aire, requiere de una interacción de sus sistemas orgánicos y de recibir insumos para su subsistencia; es decir, sus órganos requieren de elementos para trabajar y generar los procesos básicos que permiten la existencia.
El cuerpo social también debe generar esos procesos; es decir, se deben administrar los recursos, procesarlos y ofrecerlos para el consumo y usos de los seres que integramos esa compleja red de relaciones; pero esto implica un trabajo constante y la responsabilidad de todos para que se logre un uso eficiente y eficaz de los recursos.
Y la palabra clave de esto es “trabajo” y, dicho trabajo, requiere de una “remuneración”, de un pago por el esfuerzo; pues sin ese estímulo la jornada y el sacrificio se hacen insoportables y tediosos. Por tanto, si usted emplea tiempo y recursos para generar un producto/servicio, pues, sencillamente espera una recompensa o beneficio por esa labor.
Así, un médico o un profesor de cualquier nivel académico, debe percibir un ingreso. La infraestructura necesaria para brindar los servicios de salud y educación, así como la tecnología necesaria para hacerlo, requiere de inversión económica; los empleados administrativos y de servicios que dan apoyo a esa infraestructura también esperan su respectiva remuneración y, por supuesto, los bienes y servicios colaterales a esas actividades son, por supuesto, susceptibles de un beneficio económico para que todo este entramado de relaciones funcione.
Al final todo tiene un “costo” y por tanto implica un “gasto”. De algún lugar, por supuesto, debe salir el “dinero” para generar los beneficios y calidad de vida de los involucrados en ese trabajo y, por supuesto, para el mantenimiento y evolución de la infraestructura y tecnología necesarios para ello.
Por eso, mientras el joven que está recibiendo una educación universitaria provista por el Estado, sale a las calles a vociferar que la “educación gratis es un derecho” y luego apedrea, inmisericorde, un local comercial o destruye el espacio público, o, sencillamente, limita el desplazamiento de los ciudadanos que van camino a su trabajo, se olvida que ese comerciante o ese ciudadano afectado por sus demandas es quien le paga sus estudios y mantiene su universidad con el pago oportuno de sus impuestos y con su esfuerzo del día a día.
Es decir, el estudio de ese jovencito no es gratis; alguien lo está pagando. Cuando el obrero se toma su gaseosa o el empresario compra insumos para su organización está desembolsando un impuesto para que se pague la salud gratuita, el estudio sin costo o los beneficios generados por los incontables subsidios que ofrece el Estado. No es del bolsillo de Duque o de Petro de quien salen esas prebendas, sino de cada obrero, empleado y empresario que se sacrifican por lograr construir una nación más prospera y desarrollada.
¿Qué eso se despilfarre o haya corrupción? Pues esa es otra historia. ¿Qué estamos frente a un Estado mastodóntico e ineficiente? Esa es otra discusión. Pero es necesario que entiendan que nada es gratis, que frente a las necesidades existentes se deben generar recursos y que, por supuesto, estos han de ser administrados con efectividad. Pero de gratis nada, todo cuesta y alguien, al final termina pagando esos beneficios que tanto valoran los cultores del Estado del bienestar.