Era usual encontrarse con Alvaro Castaño Castillo y que él le dijera a la gente “sabes que tengo un audio de tu abuelo en la emisora” la gente no podía creerlo. Castaño, generoso, invitaba a las personas y les ponía la grabación. A lo largo de una carrera de 70 años el último cachaco atesoró 50 mil entrevistas. Tenía la costumbre de llevar una grabadora encima del hombro. La tuvo siempre, desde que esos aparatos eran carteras pesadas y raras en una ciudad como Bogotá.
En los años 40 Bogotá era una sola avenida larga, la séptima, que rehusaba a expanderse. No había clase media, la gente vestía o como dandis ingleses o como campesinos. Todavía era provincia. La intelectualidad se refugiaba en cafés como el Cisne, capitaneados por poetas como León de Greiff. Alvaro Castaño Castillo era una presencia omnisciente. Este estudiante de Derecho de la Universidad Nacional, nacido en 1920 pertenecía a la generación de intelectuales más fecundas del país y que terminó con el Premio Nobel de García Máquez en 1982. Bohemio, gestor cultural amante de los libros, íntimo de todos los escritores y los pintores, nunca le tuvo miedo a meterse de lleno a empresas que difícilmente podrían cuajar.
El 15 de septiembre de 1950 creó su quijotada mayor, la emisora HJCK, la de la inmensa minoría que, 70 años después, sigue estando al aire. Sin embargo los que tenemos 40 años lo recordamos por otro de sus logros más importantes.
Cuando Álvaro Castaño Castillo leía el periódico no le importaban las masacres ni la economía, lo que buscaba él eran noticias sobre animales. Su nieta, Maria López Castaño, todavía recuerda los libros llenos de recortes sobre el nacimiento de un panda en un zoológico de Pekín o la extinción desmesurada de los cóndores en Colombia y los Andes en toda la década de los 70. Pudo haber sido el primer ecologista del país. Cuando él habló con los productores de RTI soltó una palabra que nadie entendía: “ecología”. Nadie sabía con qué se comía en 1974. Si estaba la atmósfera puesta, en 1972 se realizó la Cumbre de la Tierra en Estocolmo y el gobierno de Misael Pastrana Borrero decidió meterle la ficha. Sin embargo la confianza estaba puesta y el proyecto arrancó.
La presentadora era el amor de toda su vida, la tolimense Gloria Valencia Castaño, la muchacha que conoció en 1947 mientras ella trabajaba en el archivo de la policía, la de los ojos grandes, la voz potente. Culta y fresca, directa. Lunes en la noche. La cara de Konrad Lorenz entre dos cisnes. Nos gustaban los animales en esa época gracias a ellos, a esa pareja entrañable. ¿Recuerdan este intro?
En esa época no existía Discovery Chanell que fue fundado en 1985. El primer programa sobre animales de la televisión mundial ocurrió en el Reino Unido con el programa Zoo Quest. Esta fue una serie de documentales difundidos por la BBC y dirigidos por el científico David Attenborough. Pero Naturalia fue el primer gran programa latinoamericano sobre el cuidado de la naturaleza.
En los cinco años que van entre 1974 y 1979 Gloria Valencia de Castaño tenía la costumbre de decir esta frase: “lástima que la televisión no sea a color para apreciar la majestuosidad de las imágenes que traemos”. Pero en el 79 irrumpió la televisión a color a Colombia y el programa se potenció y trascendió aún más cuando divulgó en el país el pensamiento de científicos como David Attenborough, Konrad Lorenz y Jaques Costeau. Este último, por ejemplo, vino a Colombia a conocer a la pareja de esposos, se quedó en su casa en La Calera y juntos viajaron a conocer el delfín rosado del Amazonas.
Si, puede ser que Naturalia haya quedado en el subconsciente de la generación que vivió el programa entre 1974 y 1993. Gloria Valencia y su esposo Álvaro Castaño transformaron el país convirtiéndose en los primeros divulgadores masivos de la preservación de la naturaleza. Sin ellos, la devastación ecológica que ha vivido este país sería peor