Cómo le cambiaron las cosas a don Juan Manuel, al que llamamos Juanpa por su expreso deseo.
Europa, la eterna celestina de sus veleidades con las Farc, no quiere oír de terroristas. Se siente golpeada y amenazada por ellos. Son un peligro para su subsistencia misma. Proponerle un plan de paz con gente que hace todos los días lo que hicieron los asaltantes de Charlie Hebdo, es una aventura imposible.
Los Estados Unidos se sienten igualmente amenazados. Por no entenderlo a tiempo perdió Obama las elecciones y todo el Parlamento está en manos de los republicanos, a los que no les gusta ni un poquito oír de comunistas y de sus amigos.
Fidel Castro se murió y Raúl anda en coqueteos con Obama. Es pura cuestión de supervivencia. Si no le llegan los cien mil barriles de petróleo que Maduro le regala por día, Cuba explota, literalmente hablando.
Y Maduro, el nuevo mejor amigo, es un cadáver ambulante. El mundo lo desprecia, porque lo ha conocido, y Venezuela lo detesta. Cada cola que hacen los venezolanos para comprar leche y huevos y para salir contramarcados como los judíos en campos nazis, es un nuevo motivo para el desastre que se avecina. Se quedó sin amigos ni alcahuetas, don Juanpa. El mundo no quiere saber nada de sus contertulios terroristas.
No quiere saber nada de impunidad para los que reclutan niños, extorsionan a la gente, siembran minas, destruyen pueblos, asesinan periodistas. Acaso lo entendió a tiempo y tuvo la lucidez, se le reconoce, de no ir a París para asociarse a la causa mundial contra el terrorismo y por la libertad. Se dio cuenta de que ese no era su lugar y de que corría el riego, si es que llegara a ser visto y notado, de que alguien le hiciera alguna pregunta sobre los planes que tiene con bandidos harto peores que los Kouachi. Así que se quedó en casa. De la Calle no le pregunta y su prensa fletada lo aplaude. ¡A París no, por favor!
Qué mal momento para ofrecerle impunidad a los terroristas.
Qué mal momento para negociar con ellos el orden constitucional de una República Democrática.
Qué mal momento para discutir con asesinos sistemáticos de los campesinos, la suerte y el futuro del campo.
Qué mal momento para entregar a los narcotraficantes la responsabilidad de combatir el narcotráfico.
Qué mal momento para ofrecer curules en el Congreso o en una Constituyente, como premio al ejercicio de un terrorismo mil veces peor del que se duele hoy el mundo.
Y qué mal momento para llamar cese al fuego, a lo que no es más que una sucesión infinita de violaciones al Derecho Internacional Humanitario.
Santos se le apuntó a lo que el llama la paz, en un entorno internacional absolutamente diferente, en el que suecos y noruegos, y despistados filocomunistas de otros países, se podían mover libremente en apoyo de grupos terroristas. Y podían llamar esa fábula un acuerdo por la paz. Se acabó. Los atentados de París, las amenazas en Inglaterra, España, Alemania, Bélgica, Estados Unidos, se toman perfectamente en serio. En suma que Timochenko no es un buen socio en los días que corren.
Terminado el asueto que Juanpa decretó en su favor para olvidarse de los problemas nacionales, no tendrá más remedio que ocuparse de los que dejó multiplicar mientras fanfarroneaba.
Y tendrá que hablar y obrar en serio de una inseguridad más grave de la que nunca vivimos.
Y tendrá que ocuparse de una inflación que galopa a lomos de la sequía y de su incompetencia para afrontarla.
Y tendrá qué mirar lo que haga con una industria que arruinó la revaluación, y con un sistema petrolero que no es competitivo con ninguno, con escasez de divisas y una inversión que se fue, como las golondrinas cuando hace frío.
Y tendrá que resolver el problema de hospitales quebrados, médicos mal pagados, especialistas insuficientes.
Y no tendrá excusa para volverle la espalda a una educación de pésima calidad, a centenares de miles de niños que van a las pandillas porque los botan del colegio a la mitad de la jornada, a maestros mal remunerados y peor preparados.
Y tendrá que mirar un campo que se ahoga en los inviernos y se tuesta al sol de los veranos.
En suma, qué pena, a Juanpa no le quedó más remedio que tratar de gobernar. Con una opinión que no le cree, no lo respeta y no lo quiere, y con una alianzas políticas que dependen del sueldo que les pague. En un entorno internacional complejo, que no ha sabido manejar ni entender, y con unos vecinos, sus nuevos mejores amigos, que después de arruinar sus países ahora le tienen que poner cara a la catástrofe.
Ahora sí, a gobernar, Juanpa.