Con los resultados de las elecciones, Colombia parece haber ingresado al estrecho entre Escila y Caribdis, pues desde que se diluyó la noción de un bipartidismo real en Colombia, el nombre de "las 2 orillas" no se había adaptado tanto a al descripción de la realidad política del país como en este preciso momento histórico. De ahí el título: Todavía podemos salvar a Colombia. Esa fue la frase que promovió el proceso Constituyente de 1991 y que legó una carta que, si bien imperfecta, representó la materialización de un pacto social entre sectores no solo diversos, sino incluso diametralmente opuestos.
Hoy quisiera volver a plantear la necesidad de un pacto como aquel —es decir, un pacto entre posiciones fundamentalmente divergentes, mas no un pacto constituyente— desde la perspectiva de lo que se ha llamado el progresismo, que no es otra cosa que la ratificación y el respeto por los derechos fundamentales, sociales y colectivos que se consagran bajo la idea de una constitución viviente, así como desde la defensa de un logro que quizás aún no hemos aprendido a dimensionar: los acuerdos de paz. Dado que las fuerzas que se oponen a esta noción de progresismo cuentan ahora con virtualmente 9 millones de votos, es necesario que las posiciones de izquierda y de centro se den a la tarea de la discusión crítica y el encuentro de un terreno propicio para evitar la catástrofe institucional.
No uso la palabra catástrofe de forma arbitraria y mucho menos descuidada. Será una catástrofe que desaparezca la Jurisdicción Especial para la Paz o que le hagan modificaciones sustanciales de forma unilateral que den pie para un renacimiento del conflicto armado: la imagen de Rodrigo Londoño (alias Timochenko) votando en las urnas es quizás la razón primordial por la cual un diálogo como estos es necesario.
Además, será una catástrofe que una misma fuerza política tenga la mayoría en el poder legislativo, y además detente el ejecutivo fuerte en el país. Eso sin mencionar la idea de unificar las altas cortes, que daría pie para nuevas formas de ratificación de esa fuerza política. Igualmente, la idea de una fuerza política que ascendió a un número semejante de votos basada en una especie de caudillismo religioso que no tolera la diferencia, implica un riesgo altísimo para las comunidades marginadas y para la diversidad religiosa y de género, por solo mencionar dos, así como la reiteración de una política de estado persecutoria a la oposición y a la opinión contraria. Todo ello hace necesario un pacto, que en algunos sectores ya empezado a llamarse un pacto por lo fundamental.
Quisiera promover entonces un diálogo entre Gustavo Petro, Ángela María Robledo y quienes los apoyan, incluyendo su gabinete potencial; y las cabezas visibles de centro, particularmente Sergio Fajardo, Humberto de la Calle, Claudia López, Jorge Enrique Robledo, y quienes los apoyan, con el fin de lograr ese pacto fundamental.
Evidentemente, en la misma noción de pacto está la idea de negociación en su dimensión más optimista, es decir, en el imperativo de concesiones mutuas. Pero además, en la noción de la negociación como etapa del duelo por lo que pudo haber sido y no fue. Por desgracia o por fortuna, el tiempo para la negación y la impasividad no ha llegado todavía, y en este momento lo más racional y ético es adentrarnos de lleno en la discusión sobre la segunda vuelta presidencial, previendo las posibles dificultades del futuro.
Ese pacto, para que funcione, deberá ser célere, real, consciente e informado, crítico, y en lo posible, libre de falacias. Célere, por cuanto no hay ni siquiera un mes para que el mismo se concrete por lo menos en lo esencial. Real, por cuanto implica una apertura efectiva a la búsqueda de soluciones concretas y no la ratificación de los prejuicios. Consciente e informado, en tanto no puede partir de premisas distorsionadas o tergiversadas, o la incomprensión de las propuestas del interlocutor. Crítico, por cuanto implica un análisis racional de los medios y los resultados que garantice la conservación de principios fundamentales. Finalmente, libre de falacias, porque las mismas hacen imposible el diálogo. Así, a manera de ejemplo, los últimos días han sido de acusaciones mutuas con fundamento en generalizaciones apresuradas y ataques a las personas: es falaz pensar que quienes prefieren el abstencionismo o el voto en blanco en segunda vuelta representan un apoyo tácito a la derecha radical. Si bien es cierto que la neutralidad en este punto es perjudicial en un sentido utilitario, no es menos cierto que las reservas de los votantes son justificadas.
Por tanto, como un primer paso quisiera poner sobre la mesa, a modo de mención, lo que hasta ahora se ha entendido como las mayores críticas y reservas frente al apoyo al proyecto de gobierno de Petro. Pero antes que nada, unas precisiones. En primer lugar, es una recopilación personal y seguramente adolece de sesgos y de incompletitud. En segundo lugar, es vital entender que no se trata de un ataque al proyecto de gobierno, sino de las razones por las cuales un buen sector del país preferiría abstenerse de votar por ese proyecto en el dilema que presenta la segunda vuelta. Por último, y con base en lo anterior, se trata de temas abiertos sobre los que invito a las personas de uno y otro bando para profundizar, no sólo desde el análisis de la conveniencia política, sino desde los ámbitos técnicos de cada campo. Es decir, en los próximos meses, será necesario que los economistas que apoyan a cada sector discutan temas como la inversión de capital y la distribución del gasto; que los juristas discutan sobre la necesidad y la forma de una reforma constitucional; que los ingenieros discutan sobre la infraestructura energética y agraria, etc. La discusión, naturalmente, tendrá que arribar a la decisión sobre las mejores formas de saldar las reservas políticas y técnicas de cada bando, con el fin de lograr un proyecto mancomunado que, repito, implicará necesariamente las concesiones.
Así las cosas, la lista de las posibles críticas, sujetas ellas mismas a discusión y a profundización, es la siguiente:
1. Posible irrespeto por la institucionalidad.
2. Rasgos de mesianismo, autoritarismo e intolerancia a la crítica fundamentada.
3. Cierre de golpe y no morigerado de las EPS.
4. Ausencia de planeación concreta en materias de mercado laboral y de generación de empleo.
5. Ausencia de incentivos para la movilidad social, especialmente en los jóvenes.
6. Falta de planeación en la financiación del gasto público y desconocimiento de la regla fiscal.
7. Proposición de una Asamblea Nacional Constituyente.
8. Experiencia de administración con el distrito de Bogotá DC.
9. Ausencia de presentación de un programa educativo integral y técnicamente viable.
10. Falta de consciencia sobre el rol y el impacto del capital de inversión bien administrado.
11. Cierre de golpe de Ecopetrol y su impacto económico en el gasto público y social.
12. Ausencia de identificación del capital empresarial y del desarrollo del emprendimiento la tecnología y la innovación como ejes para el desarrollo económico.
13. Débil política pública de paridad.
Como dije, se trata de un paso inicial para la generación del diálogo en una multiplicidad de niveles, que requiere la fundamentación de la crítica y una respuesta igualmente fundamentada, con la concreción de hechos y planes que efectivamente garanticen la continuidad de lo pactado. Invito a los electores a formular sus posturas sobre estos temas de cara a la opinión pública y con consciencia de los principios que habrán de regir un diálogo de este tipo, y siempre con miras en las consecuencias de la ausencia de un pacto. Al final, la pregunta será necesariamente si las discrepancias, mediadas por la discusión, son suficientes para apoyar al candidato frente a la catástrofe que representa Iván Duque.