Bueno, hablar de la amistad no es un tema menor. Como se sabe, los amigos son la familia que escogimos y nos acompañan o toda la vida, o a ratos, o de vez en cuando, o por temporadas, o así sea un día y nunca más, porque a veces así se dan las cosas. ¿Les ha pasado que conocieron a alguien un día y nunca más lo, o la, volvieron a ver pero dejó una huella imborrable? ¿O de pronto acaban de conocer a esa persona y de hablar tan bueno parece que se conocieran de toda la vida? A mí me ha pasado unas cuantas veces y me han alegrado la vida.
En lo personal no ha sido fácil para mí lidiar con las mujeres, sin embargo, el cambio de país me ha dado otra oportunidad, la de ver las cosas de una manera diferente y con mayor apertura. Tal vez, había comentado en una columna de hace dos años, que mi esposo me dio la mejor definición de ese vacío tan particular que se siente en el centro del pecho cuando uno se va de su país; una desazón que uno no entiende, pero que vive intensamente. Recuerdo que le pedí que me ayudara a identificar esa emoción y él, muy acertadamente, me dijo: “no pertenecemos”. Inmediatamente pensé: “esto es una decisión, pertenecer es una decisión”. Eso significó para mí, que estábamos con mi familia solos como champiñones, construir absolutamente todo: desde ubicar el supermercado, los almacenes, el montallantas, los restaurantes y hasta la banquita para tomarse el café… mejor dicho, los sitios de primera necesidad y los favoritos para hablar con los amigos… o las amigas, que son mi tema de hoy y que fueron llegando después de unos meses, cuando me presentaron en una comunidad de mujeres iberoamericanas que se apoyan mutuamente, liderada por una española que se puso en la tarea hace unos 22 años, cuando llegó y se vio tan sola.
Yo, que me consideraba “cusumbo solo” en mi casa, con mi familia, leyendo, escribiendo, o haciendo ensayos en la cocina, estaba ahí, en ese grupo de solo mujeres construyendo la vida nuevamente
Algo que me encanta de acá, vivo en Estados Unidos, es que a uno le creen lo que dice; parten del principio de que uno está diciendo la verdad. No como en Colombia o cualquier país latinoamericano, donde uno es un delincuente, hasta que demuestra lo contrario; todo el mundo comienza con desconfianza. Yo, que poco iba a cocteles o a reuniones sociales; que me consideraba “cusumbo solo” porque prefería estar en mi casa, con mi familia, leyendo, escribiendo, o haciendo ensayos en la cocina, estaba ahí, en ese grupo de solo mujeres construyendo la vida nuevamente. Las primeras reuniones de ese colectivo que es muy numeroso, fueron de novedad, de entender las idiosincrasias, de analizar todo (sufro de “analicitis”) y de conectar. Dicho esto, imagínense yo -con la descripción que les acabo de hacer- yendo a casi todo y aceptando invitaciones para conocer y conocerse… con otras mujeres. ¡Qué tema! Pero como todo en la vida, la humanidad es una y nuestras creencias son lo que son. Lo digo, porque en mi proceso de adaptación, me acordé por esos días de la historia del hombre que aburrido de la gente donde vivía, se fue a buscar otro pueblo para rehacer su vida. Cada que llegaba a un lugar nuevo preguntaba que qué tal eran las personas que vivían ahí y siempre le decían: “¿y cómo son las personas de donde usted viene?” A lo que él respondía: “Son terribles, problemáticas, aburridoras, muy jartas”. “Igualito que acá”, le replicaban siempre. Así, recorrió muchos sitios hasta que entendió que lo que le querían decir era que la gente se comportaba según como él la tuviera en su cabeza, en sus creencias, en su estilo de vida. Entonces, yo me hice a la idea de que todas esas mujeres eran queridas, amables, generosas, colaboradoras, chéveres. ¿Y saben qué? Así son. Bueno, no crean que es que con todas estamos de amiguis; para nada. Pero sí siento que tengo un círculo más amplio con relaciones mucho más agradables y con seguridad en su mayoría sinceras. He tenido mucha ayuda cuando la he necesitado, solidaridad, sobre todo con información de la cotidianidad y de todo tipo, que es tan valioso tenerla.
He percibido que sean de donde sean, aunque todas hablen español, no hablan el mismo idioma. Cada una anda en su mundo, intentando hacerse la vida acá y adaptándose a su “familia de amigas”. He aprendido montones de la humanidad a través de esta valiosa experiencia. Todos llegamos de nuestros países con las cargas que nos generan nuestras culturas. Muchas, vamos dejando atrás y nos quedamos con algunas cosas; otras, se quedan con todo. No juzgo. Tengo amigas americanas maravillosas e iberoamericanas invaluables. Muchas me preguntan: “y finalmente, ¿cuáles son tus amigas de verdad verdad?”. Yo, que me acuerdo siempre del hombre de la historia que les conté, les respondo: “todas ustedes son mis amigas, hasta que me demuestren lo contrario”. Ellas se ríen , ¡y yo así, vivo más feliz!