Queridas profes,
Escribo esta carta como un manifiesto desinteresado. Mi mamá fue docente de primaria y papá docente de educación física. Se conocieron en la biblioteca de la Pedagógica (profecía) y de ese encuentro más adelante nacimos dos hermanas. Aunque no estudié una licenciatura, desde hace algún tiempo trabajo como docente oficial, cumpliendo un poco la profecía de la que provengo. La educación para mí es la vida misma, enseñar y aprender ejercicios cotidianos que disfruto cuando realizo. La escuela ha sido asunto mío siempre, ya sea como estudiante rebelde, organizada; o como educadora para el poder popular.
Por eso, cuando FECODE convocó cese de actividades nacional el pasado 11 de mayo, no lo dudé ni por un segundo: Yo debía estar ahí. Y estuve de cuerpo y alma, decidida, perdiendo el miedo en las marchas y por las noches curándome la garganta con remedios de miel y limón. Logré, por esa razón, también percibir la honestidad y el amor genuino en la solidaridad de mis compañeras de movilización. Esos famosos 37 días fueron fiesta, asamblea y escuela para mí. Ya no regresa la misma profe al Colegio. Se radicalizó mi decisión porque logré vencer los miedos y los prejuicios.
Ahora llegó el momento de volver al Colegio. Estoy tranquila, porque he caminado la palabra que digo; ahora más radicalmente trataré de enseñarles-aprenderles a mis estudiantes cuál es la escuela que tenemos y cuál es la que podemos tener si nos organizamos. No les debo nada, di todo lo que tenía durante la movilización y se los seguiré dando cada vez que encuentre los medios. Por eso me indigna que el Ministerio quiera quitarnos las vacaciones, su violencia pasa por encima de las comunidades escolares pisoteándonos el derecho a la familia, al descanso y a la protesta.
A los docentes del 2277 no les reprocharé su segunda bonificación (insignificante) pues se la merecen y muchas otras. Son madres de la triste escuela que tenemos, pero también de la alegría que defiende, construye y protege la posibilidad de otra educación. La sociedad les debe mucho más y el mal gobierno merece castigo por habérselos negado.
A quienes no salieron de sus (j)aulas tampoco los miraré con desprecio ni les cobraré las conquistas del Paro. Se las merecen, así como todas las trabajadoras de Colombia merecen salarios decentes, seguridad social, salud y educación de calidad.
Frente a la dictadura en la escuela seré firme y abogaré todas las veces por el empoderamiento del gobierno escolar. Seguiré participando en el sindicato, rodeando a las directivas que saben mandar obedeciendo a los intereses y la dignidad de las dirigidas.
A mí misma me trataré con dulzura, sin condenarme por los errores y trabajando por superar las pobrezas. Pero a ustedes, queridas compañeras de batalla, a ustedes ya las vi poderosas, capaces de transformar el mundo. A ustedes las seguiré viendo como las vi en las marchas.
Así logramos ser, así somos cuando nos da la gana. A nadie se le pide permiso para existir y participar de la historia.
¿De qué somos capaces ahora?