Recientemente, el problema de la desigualdad salarial resurgió en la opinión pública internacional porque se juntaron el fútbol, la economía y la política en la Copa Mundial Femenina de Fútbol, que además de registrar cifras récord de audiencia, dejó al desnudo el trato discriminatorio por parte de la Fifa hacia este campeonato.
Una muestra de ello fue que para la final femenina de este año, la FIFA decidió programar el partido entre EE.UU. y Países Bajos el mismo día en que se daban los partidos de la Copa América y la Copa Oro organizados por Conmebol y Concacaf, porque —como sucede en muchos otros campos deportivos— parece que la imagen de lo masculino en el deporte es percibida como “mejor oportunidad de negocio”, lo que es relativo, ya que la audiencia del fútbol femenino ha ido en aumento, por ejemplo tan solo en 2014 más de 760 millones de personas vieron la copa mundial femenina.
El fútbol masculino sigue siendo mejor pago que el femenino. El sueldo de la futbolista "más cara" del mundo, la delantera noruega del Olympique de Lyon, Ada Hegerberg, es de € 400 mil, mientras que el de Lionel Messi, el mejor pagado del fútbol masculino, es de €127 millones. La brecha entre las mujeres futbolistas y sus pares hombres llega al 40% y solo el 28% de los clubes que tienen equipo masculino y femenino dan el mismo apoyo a ambos, según los datos recolectados por la Asociación Europea de Clubes (ECA). Por ende, el mal negocio siempre ha sido el de la discriminación.
La historia del fútbol profesional femenino es una muestra de la importancia de las reivindicaciones por la igualdad y la equidad. Además, constituye un valioso ejemplo que tienen las mujeres al enfrentar de forma decidida a los gobiernos que llevan al atraso. A pesar de que la selección femenina de EE.UU. es la mejor del mundo, ha ganado tres copas mundiales, cuatro campeonatos olímpicos, les siguen pagando menos. Así lo expresó la capitana de la selección de Estados Unidos Megan Rapinoe, quien además de responder a los ataques de Trump con un contundente “no iré a la puta casa blanca”, también lucha contra la exclusión y la desigualdad salarial, que siguen siendo ocultos en el fútbol y en otros muchos escenarios.
La Copa Mundial Femenina de Fútbol fue el escenario perfecto para hacer eco acerca de que no hay ninguna razón para que ideas excluyentes y machistas como que hay profesiones que no son para las mujeres, sigan reproduciéndose en la sociedad, y sigan postergando el goce efectivo del derecho de las mujeres a cobrar lo mismo por el mismo trabajo que sus pares hombres. De allí que, la discusión de fondo no si el fútbol masculino es más rentable que el femenino sino hasta cuándo se van a seguir permitiendo enormes pérdidas por cuenta de la discriminación y la desigualdad salarial.