Cuando hace varios años Mónica Gontovnik me habló de la posibilidad de mostrarme algunas fotografías de su padre para explorar la posibilidad de organizar una muestra de su trabajo en nuestra sala de exposiciones, pensé que podría tratarse de un hermoso gesto de amor filial que no necesariamente pudiera tener correspondencia con la naturaleza estética, técnica y creativa de un trabajo fotográfico de altos méritos. Pero acepté con el pálpito seguro de una experiencia insospechada.
Y me quedé a la espera de ver aquellas fotos prometidas que no llegaron sino dos o tres años después, cuando en 2012 quien se me acercó con la misma intención fue mi amigo el gran fotógrafo bogotano radicado entre nosotros Juan Camilo Segura. Él me dimensionó la magnitud e importancia de su hallazgo en los álbumes familiares, bajo la diligente custodia y organización de Yutta, la esposa Jaime, y no fue sino ver una primera parte de aquel material para entender plenamente de qué estábamos hablando y de que aquella muestra había que hacerla sin más dilaciones. El compromiso fue sellado sin problemas, pero bajo la clara advertencia no dejar escapar un solo indicio de ese propósito, porque aquello debía hacerse sin que él propio Jaime supiera lo que se estaba urdiendo a sus espaldas.
Y así fue. El encuentro con el material fotográfico que Segura había sacado en limpio luego de una labor curatorial, que había parcelado muy acertadamente en épocas y temas, abría un sorprendente panorama en el que estaban perfectamente claros, asimilados, asumidos y recreados diversos momentos de la fotografía contemporánea puestos en este caso en situación para ilustrar momentos de la vida personal y familiar de un reconocido hombre de empresa barranquillero amante de la salsa, el jazz, la música clásica, los viajes, la pesca deportiva y la fotografía. Esta última le sirvió durante más de sesenta años para documentar todo aquello en lo que sus ojos se posaron a lo largo de su vida, y lo hizo con admirable disciplina y rigor estéticos.
De incontables álbumes que su esposa guardaba con el mayor de los celos sólo se seleccionaron unas 24 fotografías; y con ellas se hizo la muestra en la Galería de la Aduana de Barranquilla en 2013, y la recepción fue franca y elocuente. Fue una muestra que sin duda sorprendió por la importancia de sus motivos y la fortuna de sus medios técnicos.
El libro, que está muy próximo a salir publicado, fue el resultado del éxito de la exposición incluye, desde luego, muchas fotos más, pero deja por fuera todavía cientos de imágenes interesantes captadas por este barranquillero del mundo que sigue viajando por la vida a sus ochenta y tantos años, y todavía lo tropieza uno en los aeropuertos a punto de embarcarse hacia alguna aventura musical en Alemania, Nueva York, La Habana o Tel Aviv, o sentado con su familia en derredor en los Miércoles de Jazz de la cantina macondiana de La Cueva en Barranquilla.
Este libro al que me refiero, recoge y amplía el espectro de aquella muestra fotográfica de 2013 que comentamos, y corrobora y deja en claro lo que en principio había sido una experiencia de ansiosas percepciones. Aquí están las pruebas de una labor que le había demandado a Jaime Gontovnik un ejercicio de construcción de una disciplina del ojo personal; de un gran amor por la fotografía misma, sus procesos, sus misterios; el adiestramiento de un ojo cronista de sus viajes por el mundo para darle una mirada cultural al paisaje humano, al paisaje natural y al paisaje urbano de pueblos y ciudades cercanos o remotos; de las aventuras de su quehacer de pescador deportivo; y especialmente, la construcción de una mirada curiosa, humorosa, amorosa y experimental para hacer el registro de su mundo familiar de un modo en el que, quizá sin pensarlo, estaba dejando no sólo una huella de importancia artística entre nosotros, sino una forma interesante de construir memoria, y en este sentido es casi aleccionador.
Para corroborar lo dicho quedan, para cerrar esta nota, las muy reveladoras fotos que autorretratan a Jaime leyendo revistas fotográficas de época o curioseando cámaras fotográficas y de video, que seguramente sirven para demostrarnos que detrás del pasatiempo personal, inocente en apariencia, había en nuestro fotógrafo una esmerada preocupación para ir más allá…
El libro resulta ser, sin duda, otro de esos interesantes legados culturales con los que la siempre insospechada Barranquilla tiene por costumbre sorprender.