Uno de los problemas que hoy tenemos que afrontar como ciudadanos es la creciente polarización alimentada desde diferentes sectores políticos; en la que no se tiene en cuenta a las personas que aun siendo parte de alguno de las dos posiciones enfrentadas pueden pensar o tener puntos coincidentes; sino que ahondan en las diferencias generando una dinámica de rechazo que pueda derivar en una creciente hostilidad en la que los ciudadanos se radicalizan hasta llegar a actuaciones extremistas y violentas.
En Colombia se observa un alarmante aumento de múltiples manifestaciones de odio y de intolerancia, que atentan contra la dignidad humana de las personas, permeando a las nuevas generaciones, principales actores en las jornadas de protesta, que se están formando en una cultura basada en el odio, alimentado desde las redes sociales, alentándolos a promover todo tipo de acciones y respuestas agresivas contra quienes piensa de manera diferente.
Se creía que, con la firma de los acuerdos de paz con las Farc, se abría la esperanza de poner fin a los actos de violencia en Colombia, generada por más de 60 años de conflicto y se avanzaría por el camino de la reconciliación, la reparación y verdad para con más de 9 millones de víctimas que sufrieron las consecuencias de la violencia irracional y el desplazamiento por el conflicto armado. Pero qué lejos estaba la posibilidad de alcanzar ese sueño, en un país en el que el odio está integrado a la cultura de los partidos y liderazgos políticos; gobernantes y medios de comunicación que lo incorporan en sus ideas y pensamiento político, ganando influencia en amplios sectores de la sociedad que se expresan a través de los diferentes medios que hoy los desarrollos tecnológicos nos posibilitan.
Los colombianos no podemos permitir que se borre de la historia el holocausto vivido durante más de 60 años de conflicto guerrillero y del paramilitarismo, del terrorismo demencial promovido por las organizaciones del narcotráfico, los miles de líderes políticos asesinados por pensar de manera diferente; para que las nuevas generaciones no permitan el avance de las corrientes que basan sus propuestas en el odio y la polarización del país. Las protestas populares acontecidas y que desencadenaron en desmanes y vandalismo, en respuesta a la brutalidad policial que acabó con la vida del abogado Javier Ordóñez, solo es el resultado de la doctrina de la “seguridad democrática”, instaurada en el país durante los últimos 20 años, basada en la lucha antiinsurgente para poner fin al conflicto armado.
Esta doctrina se fortalece al interior de las fuerzas militares y de policía, conduciendo a conductas y actuaciones violatorias de los derechos ciudadanos, de violencia brutal y falsos positivos, para imponer autoridad y reducir a las fuerzas opositoras al sistema. Para algunos sectores de oposición el derecho legítimo a la protesta popular impulsada por la ciudadanía ante la necesidad de manifestarse contra la violencia y las arbitrariedades desproporcionadas del gobierno, se convierte en la mejor oportunidad para incitar a mantener una actitud hostil contra los sectores alineados en torno al poder.
Este ambiente enrarecido por la intolerancia y de una polarización radicalizada nos deja como resultado que se hayan cometido durante lo transcurrido del año 2020, 55 masacres que han dejado como resultado fatal 218 víctimas, según el más reciente reporte del Instituto de Estudios para la el Desarrollo y Paz (Indepaz), más de 350 líderes sociales, defensores de derechos humanos y desmovilizados de las antiguas Farc, asesinados desde la firma de los acuerdos de paz, y de ellos el 52%, según datos de la fiscalía, durante el actual gobierno; se incrementa el número de agresiones y difusión de "fake news” a través de las redes sociales entre ciudadanos generando miedo y zozobra. Sorprendente, pero es el fiel reflejo de cómo estamos ante una sociedad intolerante, violenta y capaz de llegar a comportamientos irracionales para defender ciegamente unas ideas que en nada representan las auténticas necesidades económicas y sociales que afligen al conjunto de la sociedad.
El papel como ciudadanos es romper con el fanatismo y con la estigmatización entre buenos y malos que no nos permite ver a los demás como seres humanos y nos conduce a caer en el juego de quienes ven en la polarización el medio para adoptar y fortalecer ideas políticas, rechazando el pluralismo y la libertad de pensar diferente, legitimando el uso de la violencia contra las personas y los bienes, convirtiéndose en caldo de cultivo para la radicalización de posturas extremistas llámese de derecha o izquierda; buscando un cambio en el liderazgo político, que promueva nuevas alternativas que estén alejadas de radicalismos, que promueva una nueva cultura política y ciudadana que vaya más allá de las trincheras ideológicas y que genere consensos con los diferentes sectores de la sociedad, construyendo unos pactos transparente y de cara al país que fortalezcan la democracia.