¡Qué diferente «suena» el nombre de alguien cuando ya murió! Cuando se va, también cambia
Vive tu vida, cauto y atento, sin vergüenza de otros y sin pretensiones.
Fernando González
Es de mañana. Lejos de mis cosas y de mi ciudad, emprendo nuevamente la escritura de un texto urgente sobre los viajes y las presencias, las idas y las huidas. Hace poco murió Tobías, el perro, el de la casa, el cuarto integrante de nuestras vidas, el de las pisadas de uñas, el que se fue temprano, el eterno niño, el que daba tanto. Y su ida, junto con la de otros, hace que sea necesario, otra vez; imperioso, otra vez, pensar en todo lo que se va.
Por aquello de definir de lo que se tratan las presencias, para mí una noción que da cuenta de los ires y venires del estar, de la fragilidad de permanecer, repaso a Fernando González y a sus textos porque no hay compañía más agradable que la de los libros en momentos en los que uno espera… espera…, y siente vacío, y entonces alguien tiene que hablar dentro de la cabeza para buscar otros pensamientos, otras compañías.
El libro de los viajes o de las presencias, publicado por Fernando González en 1959 es un texto que indaga sobre el estar, sobre el sentido mismo de presenciar con mente y corazón lo que nos acontece, de contemplar la vida misma. Por ejemplo, dice Lucas Ochoa a Fernando González en el libro: “Tenga esto, González, como anonadamiento mío, reconocimiento de mi nada y no como un conocimiento que pretenda comunicarle. El temblor de las espigas en la brisa matinal es lo único apropiado.” También, describe así ese estar, ese lugar de la presencia extática en la que a veces nos encontramos y que son instantes en los que el tiempo se suspende, todo se detiene.. “Lo vi un lunes, alelado, de pies en la acera de la tienda de Fabricio. Toda la noche y la mañana había lloviznado. Miraba los charcos, pero sin verlos, viendo su mundo en ellos (…) Él miraba, pero sin ver, a los buses y a los que pasaban. (…) ¡Eureka! ¡Ya voy sabiendo o concienzándome! Ya entreveo, pues no se ve nunca la Presencia.”
Todos de alguna manera vamos caminando sin retorno,
también decimos nuestro propio adiós
Y ante la muerte, ante el viaje, las idas sin vuelta de tanta cosa que se extingue nos esa angustia ante la idea de que somos los que nos quedamos a la vera del camino viendo con impotencia como el que parte es quien hace su propio viaje. He aquí la falsa idea de que son otros los que dan la espalda. Todos de alguna manera vamos caminando sin retorno, también decimos nuestro propio adiós, sólo que nuestra posición de espectadores y narradores de la propia vida aporta la ilusión de quietud o de centro… por eso, como también lo escribió Fernando González, cada conversación con el Maestro Lucas Ochoa empezaba con la frase… «¿Cómo va su pleito?»
Batallamos la vida, afrontamos los litigios de la existencia y así entretenemos este viaje de encuentros y despedidas, de presencias que nos alelan, nos dan la ilusión de la eternidad. Vuelvo a citar al Maestro de Otraparte: “La vida mía soy yo sucedido en el mundo, y la del mundo es él sucedido en mí. Mi vida soy yo extendido en sucesos en el tiempo y el espacio. ¡Un film! ¡Una cinta!. Vaya al escenario a que fuere, me sucederé. (..) Que todos morimos: organismos, apariencias, emociones, afectos. Todos nacemos, vivimos y morimos. Hay un levante, un cenit y un poniente para todo. Pero… el nacer, ¿en qué instante es? Eso se preparaba, amagaba. Un avión que esté ahora a 200 kilómetros y venga hacia mí… No está… no está, no lo veo… me parece verlo, no… no, un puntico, ya… ¡ya nació! ¿No será así el nacer? ¿Y lo mismo el irse o morir? ¿Cuándo muero? ¿De dónde salen los vivos y a dónde pasan los muertos?
En todo caso, los más longevos son los astros, lo que llaman vulgarmente «materia inerte». De esto no puedo dudar, ni de la interrogación preñada que hay en ello, tampoco. Que nací, crecí, vivo y moriré, no puedo dudar. Pero nadie sabe qué sea eso de nacer, vivir y morir. Son verbos cuya acción nadie ha determinado (todos la determinamos, pero con un sentimiento íntimo de provisional, para mí y para este instante mío)”.
Ahora mismo voy terminando mi tarea, me aproximo a las ochocientas palabras. Ya debo concluir. ¿Y qué digo? Que la página se acaba, que me esperan en la siguiente cita, que el reloj no se detiene y yo tampoco puedo hacerlo. Mi mente debe pasar la página. El silencio de los humanos es ahora el sonido de la casa. Prenderé el radio, la mente, traeré otros sonidos que llenen este vacío. Lo que se desocupa, volverá a colmar y hasta atestar la vida, para nuevamente irse y dejar espacio al vacío. No hay nada más por decir… o sí… : “Ahora, a las cuatro y media, veo que no sé nada, sino que existo y que muero; que todo lo que vive, muere. ¿Cómo es la Intimidad? Un existente no puede imaginar sino existentes y cómos de ellos. La Intimidad no existe ni tiene cómos. Sólo sé que está en mí, manifestada, y que el sabor misterioso de la vivencia y lo dubitativo del juicio procede de allí. Toda afirmación o negación que no conlleve la sal angustiosa de la muerte y la sombra de la duda es pura vanidad”.