El éxito suele ser engañoso. De hecho, la mayoría de personas piensa que se encuentra en sumas enormes de dinero, bienes raíces y placeres carnales sin restricción alguna, muchas veces dejando de lado los sentimientos de cualquier tipo y los principios morales y éticos.
Tinta Roja, la película dirigida por Francisco José Lombardi, muestra de manera peculiar la importancia de conservar los principios éticos en la profesión que se ejerza, periodismo en este caso, y a su vez cómo el éxito puede tener como costo la desaparición de la ética profesional. Al fin y al cabo, cualquier profesión ejercida sin ética desvaloriza como ser humano.
La película relata un fragmento de la vida de Alfonso Fernández como practicante de periodismo en el periódico el Clamor. Aunque como primera opción prefería realizar sus prácticas en el área de farándula, puesto que fue negado por el jefe inmediato del periódico debido a intereses personales, termina en policiales a cargo de Faundez, interpretado por el actor Gianfranco Brero. Así las cosas, Faundez empieza a enseñarle a Varguitas, apodo que otorga a Alfonso durante su estadía juntos, que el periodismo no es lo que le han enseñado en la universidad, argumentando que en dicho lugar solo forman a mediocres y que el periodismo al contrario de lo que él piensa se aprende en la calle.
La influencia de Faundez en la vida de Alfonso empieza a ser mayor, permeando tanto su vida laboral como personal. De manera rápida el aprendiz adquiere todos los “trucos” que le enseña su maestro y de esta forma se despoja de su ética, la que en algún momento lo hizo ver como un “huevón”, como sus compañeros de trabajo lo solían llamar.
Como este hay muchos casos en los que periodistas se enfrentan a la dura elección de escalar de puesto en su labor dejando a un lado su ética o permanecer en el mismo lugar pero con la conciencia tranquila. Una decisión difícil para muchos, sobre todo cuando se vive en América Latina, donde la libertad de prensa muy poco existe y constantemente se ven casos de periodistas que pierden su vida solamente por ejercer su labor correctamente y no venderse a las diferentes ideologías políticas o económicas que se encuentran en la sociedad. Esto lleva a la siguiente pregunta: ¿qué es más importante?, ¿la verdad o la vida? Cuando se dice que la vida del periodista está en peligro constantemente, no falta quien crea que es una exageración de la situación, y ojalá lo fuera, pero en países como Colombia esta es la verdad del día a día.
Un claro ejemplo de esto es el atentado que sufrió El Espectador el 02 de Septiembre de 1989, en la época donde el narcotráfico arrasaba con el país. En ese entonces, periódicos como el señalado anteriormente o El Tiempo eran los que arremetían e informaban a las personas sobres los movimientos de Pablo Escobar. Aunque este tipo de acciones son las que mantienen con miedo e incertidumbre a la mayoría de periodistas, la otra parte simplemente decide no hablar con la verdad, no ser objetivos o peor aún entregar información a medias.
Por todo lo anterior, surge otro interrogante: ¿habrá algún día libertad de prensa sin miedo a morir? La respuesta para muchos tal vez es un rotundo no, sin embargo, no podemos pensar que habrá un colectivo de personas dispuestas a dar una solución porque esto genera otro problema, el cual es esperar un conjunto de periodistas para pretender solucionar la situación, cuando no es así. La ética, ya sea profesional o como ser humano, se debe resguardar. Lastimosamente, uno no se puede hacer responsable por la ética de todos los colegas del medio, por lo que resguardar la propia debe ser prioridad. Intentar cubrir a todos siempre deja al descubierto al protector.
La ética, al igual que otros principios, siempre se va a ver tentada por situaciones, personas, dinero, etc. El actuar frente a todo lo anterior mencionado es lo que nos diferencia. Existen en Colombia personas con ética entregadas a la labor del periodismo, enfocadas en realizar un buen trabajo, muchas veces desmeritado pero persistente que es lo que lo mantiene a flote.
Tal vez si Alfonso hubiera tenido un poco de más carácter y fuerza de voluntad no se hubiera convertido en su peor versión tan fácilmente. En el papel de aprendiz, valga la redundancia, la idea es aprender, pero también se debe tener en cuenta que ser estudiante no quita el razonamiento, al menos no de tal manera que no se pueda saber qué está bien y qué está mal. Ahí es cuando se demuestra la fuerza en el parecer individual, en la perseverancia de lo correcto y en el no desfallecer cuando al salir de la universidad se encuentra una idea tergiversada de lo que apasiona el corazón periodístico.
Gabriel García Márquez se refirió a los periodistas en una ocasión de la siguiente forma: “los periodistas no son artistas”. Esta reflexión generó desconcierto dado que la literatura, herramienta principal de periodismo, es considerada como una de las siete artes. No obstante, como es sabido, informar no es adornar, es esclarecer sin caer en la mentira para beneficiar a alguien más.
Como conclusión, no está de más recordar la importancia de resguardar la ética como profesional y tener presente que el periodista no está para hacerse un famoso artista, sino que debe ser un agente de comunicación para que los que no son escuchados pero que merecen ser informados por fuentes confiables no se manchen con tinta falsa.