Tinder a secas
Opinión

Tinder a secas

El juego es de dos, y luego de superar, de parte y parte la carrera de observación, se concentra en coincidir. Un like se cruza con otro like. Nace un match

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diciembre 05, 2015
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Él salió tarde de su casa, no sirvió el calentador. El bus no pasó. Ella salía puntual. No le gustaban los retrasos. El bus no pasó. Se encontraron. Esperaron. Se vieron. Se turnaban para mirarse, irresponsables llegaban a conclusiones sobre el otro, "es un doctor sádico", pensó ella, "aún no lo olvida", pensó él. Se supieron incomodar. Ella miraba su reloj. Él miraba su teléfono. Un bus repleto se detenía. Se obligaron a subirse y obligaron a otros a abrirles paso. Se sonrieron. Ya eran viejos conocidos. Un hueco hizo saltar al bus, se acercaron más. Nerviosos siguieron en silencio. Él movió sus cejas, insinuante. Ella agachó la cabeza, así le respondió. El bus se detuvo. Ella le dio la última mirada. Indagó sobre su coraje. Le dio una última oportunidad. Él se congeló. La vio caminar y alejarse. Se recriminó. Se justificó: "esas cosas no pasan".

No volverían a verse.

Pero esas cosas pasan. Lo exigía un grafiti que apareció en París en 1968 "Explotemos sistemáticamente el azar" gritaba esa pared, cuenta Cortázar.

Lo valioso no es esperar que pasen esas cosas, es permitirse que no pasen. Permitirnos. Que nos crucemos y sigamos adelante. Sin sospechas. El azar es la forma en que se organiza el universo. Es el principio rector de nuestras vidas. Los dados que ruedan en un juego de cartas. Probabilidades. Cuántica. Suerte, buena y mala.

Toda zancadilla al azar amenaza nuestra naturaleza, nuestro sistema operativo. Nos hace seres predecibles y de predicción. Nos aburre. Nos seca. Tinder.

El ejercicio es de un atajo grosero
Escojo mis preferencias
Sexo y edad

El ejercicio es de un atajo grosero. Escojo mis preferencias. Sexo y edad. La aplicación rastrea la selección, en un radio espacial también predeterminado, informa de conocidos en común, intereses compartidos. Anula, sin exagerar, los primeros 45 minutos de una cita.  El algoritmo se rehúsa a la sorpresa.

Mientras, se asoma el juego del engaño fotográfico. Verdad a medias. Ángulos y acercamientos favorables. Filtros. Viajes a París y Nueva York.  Selfis de gimnasio.  Carreras 10k, 15k, 40k. Mentiras blancas.  Solo una detenida observación, cuidadosa, milimétrica, llamará medianas certezas, y perezosos intereses. Rechazo, rechazo, rechazo vendado, rechazo de catálogo, y por fin, el vellocino de oro, un like.

El juego es de dos, por supuesto, y luego de superar, de parte y parte la carrera de observación, se concentra en coincidir. Un like se cruza con otro like. Nace un match. Una posible pareja. Conversación forzada. Interrogatorio de rigor. Bostezan. Dejan el celular al lado. Fin.

A mí también me encuentran en Tinder
Sin vergüenza
Es una herramienta que se justifica por nuestra creciente soledad

Hablo desde la hipocresía, a mí también me encuentran en Tinder. Sin vergüenza. Es una herramienta que se justifica por nuestra creciente soledad. La paradoja que presentan, y representan, estas tecnologías es que la ciencia proyectada para acercarnos nos ha hecho temer de nosotros mismos, nos ha vuelto holgazanes con el otro y nos ha vuelto inmediatos y pasajeros. Más pasajeros que en algún otro momento de la humanidad.

Cada paso que damos y hacemos dar, cada  movimiento es el resultado de hermosas y genuinas coincidencias, desde las más absolutas de las leyes del cosmos hasta nuestra sobrevalorada y flaca voluntad. Azar como deleite, vidas humanas en bandejas.

El amor, sí lo miramos de cerca, es el más perfecto azar. No obstante, también puede forzarse, hacerse atajo, anestesia de inseguridades. Dejarse un poco atrás y desenmascararse. Tinder a secas.

También al amor se le puede quitar encanto y ponerle chaleco antibalas. Volverlo mirada de reojo y excusa de partida. Así son nuestros tiempos, los tiempos del hombre con miedo del otro hombre. Del amor practico de plástico. Corderos temblorosos. Amores que no muerden. Match.

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