Mientras el presidente Santos concentra sus esfuerzos en blindar jurídicamente los acuerdos de La Habana, Timockenko dedica sus mejores energías a blindar políticamente la paz, procurando ganar para ella a su más férreo enemigo: Álvaro Uribe.
Las dos carta enviadas al presidente Uribe, la primera de las cuales recibió inmediata respuesta, forman parte de sus estrategia de acercamiento. El líder guerrillero quiere desarrollar su propia iniciativa, ensayando un camino distinto al de Santos, empeñado en la agudizar la confrontación como estrategia para vencer al expresidente.
Siguiendo las recomendaciones de un hombre de la guerra, Moshé Dayán, el militar victorioso judío, “si quieres terminar la guerra no hables con tus amigos, habla con tus enemigos”, Timochenko tiene claro que el gran enemigo es Álvaro Uribe, con el cual hay que hablar, convencer y concertar. Santos, ayer su enemigo como ministro de Defensa y como contraparte de las negociaciones de La Habana, hoy es su gran amigo en el esfuerzo alcanzar la paz.
Con mayor lucidez y sensatez ejemplar ha entendido que para las Farc resultaría más conveniente y favorable un gran acuerdo que incluya a Uribe. La paz con Santos está muy avanzada, pero resultaría incompleta si a ella no se sumar las fuerzas e intereses que representa el uribismo.
Para nadie es un secreto que la cultura de derecha predomina aun en amplios sectores sociales. Que desde el propio Estado se ha alimentado la idea que la violencia estatal o privada es una buena consejera y un método expedito para liquidar a los contradictores políticos. La historia reciente y pasada está llenos de dolorosos ejemplos de esta forma de actuar. Los riesgos de los llamados a la resistencia civil contra las negociaciones Santos–Farc se saben cómo empiezan pero no como terminan. “A través de su historia reciente, Colombia ha sido un país donde un grupo de familias de empresarios y políticos se han mantenido unidos para asegurar su control sobre el Estado. Lo que siempre los ha aglutinado es el objetivo común de mantener sus privilegios en una sociedad caracterizada por sus inmensos niveles de exclusión. Ello podría explicar por qué nuestros conflictos armados siempre terminan siendo guerras entre pobres. Para no ir demasiado lejos, el conflicto actual se ha dado fundamentalmente en el sector rural, donde están los más pobres de los pobres, y sus actores todos pertenecen exactamente a este grupo marginado de la sociedad: soldados pobres y guerrilleros pobres. Las élites se las han arreglado para resolver sus diferencias de otra manera”.
En la lógica política de Timochenko la negociación de una paz estable y duradera es con el establecimiento y las fuerzas sociales y políticas que lo sustentan. Uribe es parte esencial de ese establecimiento. No es su culpa que la casta o el establecimiento no se hayan puesto de acuerdo esta vez, que se haya producido una escisión en el bloque único dominante, que no hayan alcanzado un consenso necesario para negociar la paz con grandeza. Una realidad que no es nueva, la clase dirigentes nunca ha estado unida frente al tema de la paz, no lo estuvieron ni con la paz de Pastrana, ni de Belisario.
El escenario de unas mayorías precarias pero victoriosas
frente a un No directo o una elevada abstención
debilitan el poder transformador y los alcances de la paz
Para Timochenko no es suficiente incorporar a la Constitución los acuerdos de La Habana y convocar a los colombianos a refrendar los acuerdos mediante un referendo o plebiscito. El escenario de unas mayorías precarias pero victoriosas frente a un No directo o una elevada abstención debilitan el poder transformador y los alcances de la paz. Hará más difícil y “culebrero” el camino del posconflicto, asunto tanto o más trascendental que la propia firma de la paz. Colombia ha firmado diez veces la paz, pero lo que ha ocurrido después de cada acuerdo nos ha alejado de ella como gran sueño, nos ha embarcado en una nueva violencia, en una nueva guerra. No basta firmar la paz, es necesario que ella logre ampliar sus respaldos, convertirse en una paz en la cual quepan todos y todos estén comprometidos.
Contrastan los esfuerzos de diálogo de Timochenko con el aquelarre y el lamentable espectáculo que ofrecen los dirigentes de la Unidad Nacional, la gran coalición de gobierno, quienes se aprovechan de la paz para sacar partido de la situación, no dar puntada sin dedal, no dar apoyos sin recibir más mermelada a cambio, para reclamar más ministerios y partidas presupuestales. Para pelechar en nombre de la paz. Pero también es un mensaje a las barras bravas del antiuribismo a ultranza, a los que a nombre de la izquierda les interesa más ver a Uribe con traje de presidiario que la paz misma.
La invitación a Uribe es franca y directa:
Lo queremos a Usted sentado a la Mesa de la Reconstrucción y Reconciliación Nacional. No a la mesa del capricho personal o las exigencias carentes de generosidad. Continuemos la marcha a partir de lo alcanzado que ya aplauden las naciones de todos los continentes, que responde al derecho de gentes, a tratados internacionales que hacen parte del bloque de constitucionalidad de la República, que aplauden mandatarios de todo el mundo y hasta el Papa Francisco.
Proponemos al país entero un acuerdo político para reordenar entre todos la nación colombiana. Nadie quedaría por fuera, queremos que Usted sea partícipe de él, doctor Uribe, conversemos. Fue Usted un formidable adversario que nunca nos dio cuartel, pero como ve, seguimos aquí, en la brega, trabajando incansables por la nueva Colombia. Venga esa mano, le extendemos la nuestra con un ramo de olivo. La paz sí que merece dejar atrás orgullos. Resuélvase.
El mensaje de Timochenko al oído de Uribe, y del propio Santos, bien podría resumirse en la frase de Manuel Fraga: La victoria en la guerra solo se consigue cuando se hace ganar también a los vencidos.