Desde hace un par de semanas se ha expresado vía redes sociales una infortunada rencilla entre aparentes “detractores” y “seguidores” de Rodrigo Londoño (presidente del Partido FARC), protagonizada más por los primeros que por los segundos.
El intercambio de tuits, comunicados, columnas de opinión y hasta memes ha estado marcado por el descrédito personal en todos los casos, la falta de rigor a la hora de plantear y fundamentar las críticas, así como las réplicas, y en general por una ausencia de criterios reales, objetivos y medibles que puedan dar cuenta de lo que se dice. Justamente por eso me parece infortunada, es decir, por la forma en la que se ha planteado —de lado y lado (aunque más por los primeros)—, mas no por la natural existencia de desavenencias al interior del partido.
Así, el 11 de junio del año que corre publicaron en el portal Las2Orillas en la sección de opinión, una columna titulada No vayan a creer que todos los guerrilleros son tan sonsos como Timochenko, cuyo autor es un señor llamado Iván Gallo. El enlace para acceder a dicho texto llegó a mí por mensaje de WhatsApp.
El remitente del mensaje fue un gran amigo, con el que de manera particular he sostenido intercambios de apreciaciones y opiniones frente a la disyuntiva en cuestión. De hecho, hasta hace poco ambos fuimos militantes del Partido FARC. Él, más del lado crítico de Londoño; yo, más en una actitud de tratar de entender sus planteamientos en medios nacionales (los de Londoño). Una posición tibia, dirán algunos.
En fin, me dispuse a leerlo. El título me llevó a una rápida especulación de lo que encontraría en ella. Y así fue, una cadena de insultos, de descalificación personal (y ni siquiera una crítica de la personalidad) y de evocaciones —que carecen de utilidad práctica— a Manuel Marulanda y Alfonso Cano, excomandantes de las FARC-EP.
Empieza diciendo que Marulanda, al ver actuar a Londoño, se ha de revolcar en su tumba. Consideración que además de absurda es ahistórica. A Marulanda le tocó un momento específico de la confrontación armada, estuvo 44 años al frente de la guerrilla y las condiciones durante su comandancia fueron bien diferentes a las actuales; igual que a Alfonso Cano que dirigió desde el 2008 hasta su cobarde asesinato en 2011. Londoño asumió desde 2011 hasta 2016. Le tocó asumir la materialización del objetivo estratégico de la solución política al conflicto armado. Cada uno vivió y actúo según su tiempo, por lo tanto, decir que tal o cual lo habría hecho hoy mejor no tiene ningún sentido.
Renglón seguido menciona con ánimos de desprestigio que “Timochenko se ha adaptado de manera ejemplar a la ciudad”. ¿Qué problema hay en eso? Yo tengo entendido que ese es uno de los objetivos de la reincorporación social de los exguerrilleros. Y continúa afirmando que se “aburguesó”, lo cual, además de ser un lugar muy común dentro de la narrativa discursiva de algunos “revolucionarios” carentes de rigor y precisión conceptual, no constituye en sí un problema. Además, tampoco señala en qué consiste el aburguesamiento de Londoño (nos deja sin el dato de cuántas empresas tiene o sobre su participación accionaria en grandes corporaciones) y manifiesta el absurdo de que las personas que nos oponemos al sistema capitalista tenemos que andar descalzos, aguantando hambre y en general pasando penas.
Continúa declarando que “le parece maravillosa la gestión de Duque”. Busqué rápidamente en Google sobre eso y no encontré nada, al contrario, aparece registro en prensa de los constantes llamados de Londoño al gobierno nacional para que cumpla el acuerdo de paz. Y eso no es todo, Gallo dice imaginar que Rodrigo Londoño no lee, yace sobre una hamaca mientras se rasca la barriga y acaricia su perrito. No hay prueba empírica de eso (salvo del constante acompañamiento de su perrito) y si la hubiere, ¿qué? En los dos primeros párrafos de su escrito no ha dicho nada.
En el tercer párrafo, hace remembranza de un pasaje de un libro de León Valencia (Años de guerra), en el que se exalta la grandeza de Manuel Marulanda como estratega político y militar. En eso estamos de acuerdo.
Por fortuna solo quedan dos párrafos. En el primero de esos afirma que “ni Cano ni Tirofijo hubieran aceptado unas condiciones como las que le ofreció Santos”. Ya lo dije: imposible saberlo y absurdo medir actuaciones de personajes a la luz de contextos diferentes.
Luego, expone que “Timochenko” está tranquilo pero no nos comparte el indicador de tranquilidad con el que midió eso. A su perrito le dice “ridículo”. Este señor debe ser uno de esos que se la pasa hablando de revolución mientras en la calle patea perros por ser ridículos.
En el último párrafo vuelve a evocar a una serie de exguerrilleros, se mantiene en la idea de que lo hubiesen hecho mejor. Afirma que hoy por hoy “los uribistas aprecian la figura de Timo”. Nada más alejado de la realidad.
Luego de leerla pensé en lo que le respondería a mi amigo, el que me envió el enlace para leerla. Mucho de lo que le respondí, mis apreciaciones sobre ese infortunado escrito, es lo que acabé de escribir aquí. No me considero timochenkista, mucho menos santrichista o algo por el estilo.
Rodrigo Londoño habrá cometido cientos de errores en muchos sentidos, salidas en falso en medios de comunicación, quizá le ha faltado decisión sobre algunas cosas, lo que quieran, pero por lo pronto no creo que “juegue para el establecimiento” como dicen algunos. Sin lugar a duda debe ser objeto de la más profunda y sesuda crítica (principalmente de quienes hoy siguen en el partido), procurando siempre avanzar en dirección de la construcción y consolidación de la paz, que entre otras cosas es el objetivo estratégico de cualquier proyecto revolucionario.
Un saludo para don Iván Gallo y a mi amigo que me hizo escribir esta respuesta.