Parecería increíble que frente a los atropellos del presidente Maduro contra Colombia y su gente, la reacción de América Latina se pueda calificar de tímida. Hasta ahora es el término más suave que puede utilizarse ante ese silencio complaciente o asustado de nuestros vecinos. ¿Será porque se trata de personas que vivían en barrios de invasión y no de sectores pudientes? No, si esto fuera así, sería falso e irresponsable el discurso actual de todos los gobiernos latinoamericanos sobre la necesidad de hacer más equitativas todas nuestras sociedades, más solidarias, menos injustas.
Otra posibilidad que podría explicar el poco apoyo que Colombia ha recibido ante esta terrible crisis humanitaria —que se adiciona a la creada por el conflicto que aún persiste— es que ha hecho carrera la idea de que estos sectores de población por ser contrabandistas oparamilitares se merecen lo que les está sucediendo. Tampoco parece razonable porque basta ver las imágenes de las mujeres, niños y hombres marcados por el desconcierto y la desesperación, para entender que si fueran realmente bandidos no estarían careciendo ni de comida ni de dinero ni estarían salvando por entre las aguas sus pocas pertenencias.
Descartadas estas explicaciones queda una que vale la pena explorar. Obviamente los países del Alba no se le van a enfrentar a su socio ideológico, ¿pero qué pasa con el resto? Su timidez para expresar su rechazo a la forma como Maduro está sacando a estos colombianos se fundamentaría en que le temen, en que lo ven como un personaje impredecible, voluntarioso cuyas decisiones parecen no tener límites. Si esto explica por qué países como Costa Rica, Chile, Uruguay (la única democracia real de la región), Perú, entre otros, no han rodeado a Colombia en estos momentos y no han levantado su voz ante esta agresión del presidente Maduro, es necesario que nuestro gobierno revise su estrategia internacional basada en la diplomacia.
No es Unasur ni la OEA los foros para exponer nuestra situación y la de nuestra población fronteriza y menos para solicitar apoyo frente a un mandatario arbitrario. A menos que nos den una sorpresa, poco o nada saldrá de allí. Es Naciones Unidas el foro adecuado para que el mundo realmente entienda la situación que viven sectores de colombianos gracias a las agresiones del gobierno venezolano. No se puede perder más tiempo porque aunque es cierto que la prioridad es atender a los miles de expulsados directa o indirectamente por Maduro y sus políticas y atropellados además por la Guardia Venezolana, la estrategia internacional es la única realmente que puede frenar a Maduro. En eso no se equivoquen
Antes de seguir haciendo un juicio sobre lo que debimos hacer hace tiempo en esta compleja frontera —evaluación que probablemente llevaría a un replanteamiento de nuestra política internacional—, es fundamental que se frenen los desmanes del presidente venezolano sin tener que llegar a una confrontación armada que destrozaría de distinta manera a los dos países. Colombia lo que menos necesita es una guerra, así esté llena de razones.
Entre la amistad y el miedo, los apoyos latinoamericanos no le servirán a Colombia para que el presidente Maduro entienda que sus políticas frente a los millones de colombianos que viven en su país, están desbordando todo límite establecido. El problema con el gobierno venezolano es tan grave y peligroso que es el mismo Secretario General de Naciones Unidas el que se debe pronunciar de manera contundente y de inmediato.
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