La belleza es ese misterio hermoso que no descifran la psicología ni la retórica. J. L.
(Borges)
Quien se para a llorar, quien se lamenta contra la piedra hostil del desaliento,
quien se pone a otra cosa que no sea el combate, no será un vencedor, será un vencido lento.
(Miguel Hernández)
Cuando se ha tenido la suerte de amar con fuerza, se pasa uno la vida buscando nuevamente ese ardor y esa luz.
(Albert Camus)
La verdad es hija del tiempo, no de la autoridad.
(Francis Bacon)
La civilización no suprimió la barbarie; la perfeccionó e hizo más cruel y bárbara.
(Voltaire)
Con Tierra y cenizas (2004), de Atiq Rahimi (Kabul, 1962), continúa el Ciclo La guerra en el cine del Cine-Club Al Filo del Tiempo, que emite la bóveda interdisciplinaria por mi columna La Fábrica de Sueños. Filme basado en la novela homónima Terre et Cendres (París, 2000) de Rahimi. La historia de un abuelo y su nieto que recorren el Afganistán en guerra con la URSS; describe lo que la guerra deja ante la desidia de ‘filántropos’, poderosos y políticos; Abqol fue arrasado por los soviéticos, todos están muertos, el niño quedó sordo y el hijo de Dastguir, quizás se suicide una vez conozca el desenlace de una guerra sin fin, como sea que a partir de 1998 cayó en las garras de la codicia gringa y entre 2001 y 21 fue quebrado. Primero, por la amapola, base de la heroína; luego, por el tráfico de cocaína y, por fin, a causa de las secuelas de una guerra orquestada por EEUU y que a diario se desvirtúa para atribuirla a divisiones religiosas, a pugnas entre sectas o al ‘fundamentalismo islámico’.
Norte de Afganistán, guerra con la URSS, 1979. Tras largo plano: una carretera destapada, un puente y un río seco, metáfora de la modernidad. Min 1:58, en PG, un camión, raudo, con pasajeros atrás. Paneo en grúa de izq. a der. deja ver a sus ocupantes. Luego, un picado, permite observar un sitio desolado y lleno de montañas con minas de carbón. Todos, como hoy en Ucrania y en los países separatistas Lugansk y Donetsk, van a las minas. Dastguir, el abuelo, y Yassin, su nieto, paran frente a la tienda de un señor amable y culto que conoce la historia de la región. Luego del habitual ¡Salaam aleikum! o ¡Que la paz esté contigo!, le pregunta por el camino a las minas. Allí está su hijo a quien va a visitar, aunque esté habitado por el miedo, pero hay que pasar el puente, en el que al otro lado hay un guardia intolerante.
Un travelling, esa ‘cuestión de moral’ (Godard) y de ética, describe su paso por el puente y muestra tierra, arena, polvo. El niño pregunta si también los tanques han estado allí. En las minas ya no se contrata a nadie. Una niña corre hacia un tanque. Dastguir quiere ver a su hijo. Así, deberá esperar al camión que lo lleve a la mina. Un filme sobre espera, esperanza, desespero, conato de suicidio, tristeza, desolación, muerte. Vendrá en una hora o más. El que espera, se colige, tiene esperanza y, al mismo tiempo, desespera. Y la esperanza, esa puta que se parece a la desesperanza, a la vez una paradoja: solo el que tiene esperanza, aunque tenga que esperar, colmará sus deseos. O saboreará la frustración, no siempre derrota para quien persiste; además, no queda otra salida. Así, el viejo, espera el camión, mientras el niño juega con piedras, como en un río. Solo que el río está seco. Y no produce placer, sino desconsuelo.
El polvo cubre la pantalla: se pone gris. Vuelve la figura de Dastguir, con su bolsa de manzanas para comer con su nieto mientras llegan a destino. Un destino incierto por demás. Pues se trata de otra ‘odisea’, un viaje iniciático: el que se sabe cuándo y dónde empieza, pero no dónde ni cuándo termina. En principio, podría decirse que en el filme pasa muy poco o nada digno de recuerdo. Pero, ocurre de todo, más que nada lo que causa la guerra: fracturas familiares, desolación, desapariciones, enfermedades, traumas, muertes, soledad, desempleo, pobreza, miseria, locura, exterminio. Viejo y niño, avanzan hacia la cámara. Caminan por el desierto. Eso también es la guerra: el desierto que deja. El niño está cansado. El abuelo lo llama. Pero, él tiene otro plan: ir detrás del cordero extraviado. Yassin tiene sed; también, de jugar con el chivo. Corre detrás de él, hasta que igual se extravía. El viejo lo pierde de vista.
Trata de echar tabaco en su boca: viene una explosión. Una mina tumba al chivo. El niño, ileso. El viejo: ‘¡Yassin!’, es decir, lo nombra por primera vez. Otra secuela de la guerra y de la vida hoy: anonimizar. Para el Sistema todos somos fichas, números, códigos. Peones del ajedrez unipolar que EEUU impone al mundo, aunque Rusia, China e India tiendan al multipolarismo, a la autonomía, a la autodeterminación de los pueblos, esa voz que el Imperio convirtió en entelequia, como paz, libertad, democracia. Pero, las guerras, todas aupadas por EEUU, impiden que esa opción sea viable o probable. Yassin está trastornado. Voltea hacia al abuelo, corre y se abrazan. El único aliciente de vida por ahora. El abrazo mitiga las penas, salva por un breve lapso. Pasa un camión. El niño quiere ir a casa, sin saber que por ahora es imposible. Así ignore lo que pasó en su casa de Abqol, castigada por la guerra y sus efectos.
Guerras que producen los que no van a ellas ni a ellas mandan a sus hijos. Los que, además, masacran al pueblo y luego niegan u ocultan los muertos de más que producen. Porque, de paso, así pretenden librar a las FFAA de su responsabilidad. Como, entre paréntesis, acaba de pasar en la vereda El Remanso de Puerto Leguízamo, Putumayo, donde miembros del ejército no asesinaron a 11, como se dijo, sino a 13 civiles, pero no reportaron a los otros dos debido a que, por un lado, habían prestado servicio militar y, por el mismo lado, ahí no habría coherencia, por haber acusado a todos de ‘guerrilleros’, para poder justificar el darles de baja. Otros 13 asesinatos a sangre fría (1), no ‘falsos positivos’ ni ‘crímenes extrajudiciales’, que se ocultaron detrás de la muerte (también importante, pero…) del futbolista Freddy Rincón que, según los medios masivos, puso a llorar no solo a Buenaventura sino a toda Fosa Común.
La errancia de Dastguir y Yassin, continúa. Buscan el camión, que ya se fue. El guardia, Fateh, empieza a maltratarlos: le dice al viejo, para qué espera todo el día si ahora lo pierde. Pasa un solo camión. Al final: ‘¡Haga lo que quiera!’, lo regaña Fateh. Aun así, quizás por la culpa, da un giro e invita a ser su huésped en la noche. Pero, en otra vuelta de tuerca, el viejo, digno, da la mano a su nieto y se van. Regresan adonde Mirza, quien les señala la ruta a Tchel Sarf. Y le ofrece agua. Dastguir, dice: ‘No, gracias’. Más por pena que otra cosa. No obstante, cuando Mirza le dice que el agua trae suerte, salvo cuando a la vez arrastra muerte, la acepta y se la pasa primero al niño. La ida a la mina, no salió bien. ‘Mañana, si Alá quiere’, observa Mirza. PPP al calzado de Dastguir y de Yassin. Ya se sabe el valor que los musulmanes le dan, como muestra el filme Los niños del cielo, del iraní Majid Majidi, una oda en imágenes.
Poema visual, como Sostiene Pereira y Un día más con vida, cuyos destellos en Tierra y cenizas se palpan. Como cuando Yassin, entre cansancio y bronca, se agarra de Dastguir para avanzar. Mientras, dos hombres hallan al cordero minado y lo destazan. Acaban con él y por el siguiente. Símil instantáneo con la mecánica de la guerra. Luego, viajan junto al animal y a otros vivos recogidos por ahí. Bajan. En contravía, una caravana a pie. Yassin no puede seguir, se arrodilla y juega. Luego, va a la colina y, junto a Dastguir, ve ciertos efectos de la guerra: fuego, cenizas ahora sí, gente huyendo. Dos animales y enseres con los fugitivos obligados, desplazados forzados, refugiados en su país o en el exterior: Irán, principalmente, como lo muestra el filme Baran, también de M. Majidi, la historia de una niña que tiene que pasar por hombre para poder trabajar en su calidad de refugiada y discriminada por su sexo.
Dastguir, con Yassin al hombro, llega al escenario que dejó la guerra. Escombros por doquier. Otro animal, desorientado/abandonado. Pasan unas personas con pocas pertenencias. Una fábula ya lo dijo: ’40 pollos en la casa. Hacía una olla de sopa. Le di un poco a los granjeros. El granjero me dio trigo. Le di trigo al molino. El molino me dio harina. Puse la harina en un bol. El cuenco me dio la masa. Puse la masa en el horno. El horno me dio el pan’. Mientras, una mujer reza con su criatura en brazos, sin saber qué será de ellos, adónde irán, cuál será su destino final. En suma, la incertidumbre que afecta a los pueblos, mientras EEUU sigue planeando en el Think Tank de la Rand Corporation la próxima guerra contra China. La mujer se tapa el rostro tan pronto ve a Dastguir y a Yassin. Se baja el/la burka y los ve pasar. Dastguir llama a ‘Amro’. Verlo, era su única esperanza. Abuelo y nieto, sentados entre ruinas.
El viejo lo acaricia, entre desolación y tristeza. Hurga en sus bolsillos y saca la cajita de rapé. Ahora, llama a Amro: ‘¿Ezzat?’ Pensaba que el tío Rostam estaba muerto y ahora lo ve vivo. No soy Rostam, le responden en la penumbra y a contraluz, como en un Rembrandt. Asegura que ve a Amro. Dastguir pide leche, tan dulce como la materna. Amro viene pronto, dice el hombre en la sombra. De pronto, su cara se ilumina. Por magia de la luz, pasa de la adustez a la jovialidad. Dastguir, dice: ‘En el nombre de Alá, váyase. No para de gritar, no puedo calmarlo’. Una mujer: ‘Beba su leche y Amro estará aquí’. Dastguir pregunta si sobrevivió ella. Y la mujer mayor: ‘¿Sobrevivir? Todo fue pasto de las llamas. Ella está muerta. No quedó nadie’. Así, con esas palabras preñadas de sencillez, hace una radiografía de guerra y caos: los que los orquestan siempre desvirtúan/reducen/subvaloran como si no pasara nada.
Porque lo único que les interesa es el dinero por causarlos. Como ahora en Ucrania la Rand Corporation, el Think Tank donde se planeó desde 2019 la guerra y en 2022 se ejecutó, como lo comprueba el documento: ‘Sobre extendiendo y desequilibrando a Rusia’. Con el fin de sumir a Rusia y con ello impedir que le venda el gas a la UE y hacer que sea EEUU el que lo haga: con el gas ucraniano cuya mayor empresa es Busimar Holdings, propiedad de Hunter Biden, el hijo de…; así como cortar los nexos Rusia/Europa, que Suecia y Finlandia entren a la OTAN y sigan su curso las sanciones y medidas coercitivas impuestas por la policía del mundo, EEUU, tal como lo señalé hace rato en mi texto La rara unanimidad frente a la ‘invasión de Ucrania’ (2) y ahora lo hace el sociólogo argentino Atilio Borón, en torno a que la guerra de Ucrania fue creada en un ‘laboratorio de ideas’ gringo: la Rand Corporation (3).
Ahora, se dice, Amro está en el cementerio. Un hombre, desesperado, toma leche de cabra, mientras la gente entierra a sus muertos, entre oraciones: en árabe, ‘salat’. Dastguir y Yassin llegan al lugar. Amro, al parecer, no murió. Dastguir lo llama. ‘Él no puede hablar’, dice una mujer. ‘No lo moleste. No entiende. Está choqueado’. La mujer entierra a alguien. Dastguir le pregunta por algo y ella: ‘Sin mortaja, sin lavar, sin oración’. La guerra no da espera. Acaba hasta con el tiempo. Mientras este para, los hombres se enajenan, no siempre aprovechan su suspensión. Le pasa a Amro, quien voltea a mirar a Dastguir y, luego, como si nada. La mujer entierra no a su hija, como cree aquél, sino a una vecina que quedó sola: ‘No quedó nadie de ella’. Amro también enterró a sus familiares y ahora está por ahí callado, no come ni bebe. De ahí su enajenación, extravío, dolor: porque el dolor de la muerte no es para el que se va.
Solo se salvó una hija de Amro, Zaynab. Allí todo fue arrasado, cuenta Dastguir. Lo sabe porque él es suegro de Zaynab: ella está casada con su hijo. Ahora la mujer sabe que Abqol fue bombardeado/destruido. Como el lugar en el que conversan. No quedó nadie. Dastguir, menos mal, no le dijo nada sobre Zaynab a Amro, porque ‘enloquecería’. Dastguir cree perder la cabeza también. Su corazón está en pedazos. Vino a ver a Amro, pero está peor que él. Y le comparte su dolor. Dastguir parte con Yassin. Anochece. Dastguir extenuado/recostado contra un muro. Suenan cantos ancestrales. Mientras Yassin duerme, los hombres oran. De repente, Dastguir, sobresaltado, despierta. Pregunta por Yassin y corre. Viene el incendio. Llega a una casa: la de Zaynab, quien huye con pavor del fuego, desnuda, descalza, sin juicio. Amro le pregunta si Zaynab está bien y le cuenta que quería ir hacia ella, pero no se atrevió.
Si le pregunta por su familia, Amro le dirá que Kaputt. No le queda nada. No sabe qué hacer ni adónde irá. Pide a Dastguir decirle qué hacer. Pero, está desencajado, mirada turbia y hacia abajo. Tanto dolor sí cabe en un hombre: lo insoportable es tener que… Amro prefiere irse a Kabul para estar con su hermana, antes que ir a romperle el corazón a Zaynab. Mientras mira a Yassin, le pregunta cuál de ellos es y Dastguir responde que el menor de ella. Ha crecido y por eso Amro no lo… Como Zaynab hizo lo mismo por él, ahora se quita su frazada, se la pone a Yassin y pide no decirle nada. Yassin le dice al abuelo que lo limpie. Dastguir acude, lo asea y le sube los pantalones. Ambos buscan ir a un lugar sin ruido. El niño tiene sed. Rechaza el pan duro del abuelo. Dastguir come. Al fin Yassin devora una manzana como si fuera la… El polvo cubre de nuevo la pantalla. La niña y su madre siguen junto a los tanques.
Yassin le dice a la niña que no estén junto a ellos, si quiere vivir. Dastguir sueña, despierto, con Mourad, quien indaga por su herida en la frente y por si viene a verlo. En su delirio, Dastguir lo mira fijo, mientras le dicen que le diga que él trajo las primeras manzanas del año. Otro: ‘No digas nada sobre mí [sobre Mourad]. Y nada de Zaynab’. Dastguir enloquece. Y lo peor, se da cuenta. Observa su cajita de rapé. La medio-limpia, la destapa y lleva un poco a la boca. Con afecto, dice a Fateh: ‘Hermano’. ‘¿Qué pasa ahora, viejo?’, le espeta el guardia, con alevosía. Dastguir pregunta por si pasa el camión. ‘No soy mago. ¿Qué pasa con usted? Váyase, no arruine mi día’ y lo echa del lugar. Por último, le pregunta a Fateh sobre si en las minas se supo sobre la destrucción del pueblo, Abqol: ‘¡Qué sé yo! Estoy aquí. No sé lo que pasa en las minas’. ‘¿Tiene tabaco de mascar?’ ‘NO’, dice con intolerancia Fateh.
Dastguir sobre el puente. Un jeep verde. El polvo tapa la pantalla. Dastguir imagina de nuevo a Zaynab: desnuda, corre. Pregunta por ella, va sin saber adónde, el polvo regresa. Se asoma por el hueco del puente: le pregunta a Yassin qué hace. Lo vuelve loco. Le pide que baje del tanque. El niño le cuenta que halló a un erizo adentro y que no quiere se quede sordo. Ahora, Fateh está con otros dos. Uno, joven, observa que el niño no deja al viejo en paz. Yassin trata de echarle gotas en los ojos, pero le caen en su boca, lo que causa risa a todos, incluso a la niña que con su madre permanece junto al tanque. Pasa un camión para Maymaná: otra vez el abuelo y su nieto no pueden viajar. Arriban de nuevo a la tienda de Mizar: les pregunta si vuelven de las minas. ‘No hemos ido’, dice Dastguir, quien, ahora se sabe, es nativo de Abqol. Recibe su tabaco. Cuando va a pagar, Mizar Qadir le dice que la próxima cancelará el doble.
Pero, la entereza/dignidad del abuelo no se improvisa ni se doblega: ‘¡Quién sabe quiénes están vivos o no!’, pronostica, como quien conoce el asco de la guerra. Porque, como dice M. Yourcenar en El tiro de gracia: “El peligro saca a la luz lo peor del alma humana, pero también lo mejor. Como en el alma humana, generalmente, hay más malo que bueno, la atmósfera de la guerra es, a fin de cuentas, lo más asqueroso que existe”. (4) Mizar, amable y culto, le dice a Dastguir: ‘El hombre solo vive en la esperanza’. Y pregunta si Abqol fue bombardeado. Con terror: ‘¿La noticia llegó hasta aquí?’ Sí, con los camiones y soldados. ¿Saben en las minas? Qadir no lo sabe. ‘Pero, las noticias sobre la muerte se extienden rápido. ¿Conoces a alguien en las minas?’ Sí, su hijo, del que Dastguir no tiene noticias hace días. Tal vez no ha oído del bombardeo a Abqol. El abuelo señala no saber qué pasó con Mourad.
Yassin le pide dátiles, que luego comparte con la niña del tanque. Mizar se los brinda. Es solo un niño que no oye más pues se quedó sordo. Cuando los soviéticos atacaron Abqol, el ruido le dañó el tímpano. Dastguir no quiere ir a las minas. En el pueblo no quedó un alma. Mizar le ofrece té y agradece que él y su nieto estén vivos. ‘La muerte es mejor que esta vida. Ojalá hubiese muerto con ellos’. ‘Gracias a Alá tiene un hijo y un nieto’, le suelta Qadir. ‘Mi nieto es sordo. Mi hijo no soportará oír que su madre y su esposa están muertas. No se quedará quieto. Prefiere perder la vida antes que su honor’. No sabe cómo decirle todo eso a su hijo. Mizar, creyente, se lava antes de las ‘salat’. Un cuadro mitológico en pantalla, el niño que juega con piedras y dos policías que con fusil en mano llevan a un reo. Uno de ellos se adelanta para comprar cigarros en la tienda de M. Qadir, el hombre respetable/amable y culto.
‘Hashmat, ¿armó cigarrillos hoy?’, le pregunta Mirza a uno de los que lleva al reo a Mazar. Mató a un hombre. Mirza, con sorna: ‘¿Desde cuándo matar es un crimen?’. Custodio: ‘Mató a su sargento’. ‘Eso no es un hombre’, sarcasmo de Qadir. Dastguir se sienta junto al reo, que dice tener una hija de igual edad que Yassin. El abuelo le ofrece rapé y él admira la belleza de la caja. La misma belleza cuyo misterio no descifran la psicología ni la retórica, sino que es inherente a los seres humanos sensibles. Como el tendero Mirza, quien crió a cuatro hijos y jamás ha usado la violencia, o como el reo, que quién sabe por qué mató al sargento y ahora, umbrío por la pena, recuerda con amor a su única hija y descubre la belleza donde se la pongan… así sea en una caja de rapé. La que Mourad le regaló a Dastguir. El reo dice que es ‘del cementerio’, así no sea un pueblo con ese nombre, igual que Fosa Común, ex Colombia.
Un jeep se lleva al reo. Dastguir corre hacia el tanque. Otra vez Yassin dice que los tanques se robaron las voces. Las quiere encontrar, repite sin parar. Allí están. ‘Se robó la voz del abuelo’, advierte su sordera. Vamos a recuperarla, sentencia. Y agrega que la voz de la niña y la de su madre también están atrapadas dentro. La niña no entiende a Yassin, porque ignora su sordera. ‘Alá no quiere que yo vaya a las minas ni que pierda a Mourad’, conjetura Dastguir. Su único hijo y única esperanza en el mundo. No irá y lo dejará en paz. Mirza le dice que deje a Yassin jugar. Inútil llamarlo. Oiga o no, es lo único que tiene Dastguir. Por quien puede olvidar el dolor. Es seguro que Mourad, se quite la vida al ver a su hijo como está. Dastguir, por su lado, solo quiere desaparecer porque no puede hallar a su querido hijo. Mirza piensa que debe ir a verlo y así mostrar algo de compasión, al compartir su dolor filial.
Hacerle comprender que guerra es guerra. Que cada cual tiene su destino, así no sea. Decirle que su padre y su hijo están vivos. Las reglas de una guerra equivalen a las normas de un sacrificio: tiene sangre en sus manos o en el cuello. Que Alá lo proteja de la sangre en sus manos: se ahogará en dolor o se vengará, explica Mizar. ‘A Mourad no le importan las leyes de la guerra, no tiene miedo de llenar sus manos de sangre’, anota su padre. Apenas sepa que su madre y su esposa fueron… querrá venganza. Por alguien que ofendió a su esposa, Mourad recibió cuatro meses de cárcel: lo golpeó con una pala. Mizar cuenta a Dastguir sobre Rostam y Sohrab, mientras le ofrece sandía. El primero, mata al segundo sin saber que es su hijo. Durante años, Mirza se ha preguntado que, si hubiera sido al revés, ¿Sohrab sería un héroe? De lo cual se infiere que no: sencillamente sería un parricida o un antihéroe, pero no un héroe.
Otra cosa molestó a Mirza: si Rostam no perdiera a su hijo, ¿renunciaría a la guerra? Miles, en todo caso, podrían haber muerto. Yassin pregunta al comerciante si sus sonajeros generan ruido: lo invita a comprarle uno y a descubrirlo. Y echa al niño, que está cansado. Al echarlo, no sabe que habla sin parar, porque no escucha nada. Y le dice que cuidado con el burro, porque carga con lo que le permite subsistir. Llega un jeep que no va a las minas. El que lo maneja viene cada día, recoge a su mujer y a su hija, la que juega con Yassin. Al día siguiente volverán y el jeep las recoge de nuevo. Nadie sabe lo que hace ni lo que espera. Todos ignoran su historia. Para Dastguir, en la guerra tienen más suerte los muertos que los vivos. Para Mirza la guerra tiene más víctimas entre los que sobreviven que entre sus muertos. Cada uno por su lado tiene razón pues muchos vivos quedan muertos y los sobrevivientes son víctimas.
Según Yassin, su abuelo no tiene voz. Así improvisa una metáfora: nadie escucha a los viejos aun con todo lo que pueden dar. Extraña que no pueda gritarlo. En cambio, su abuela sí tiene voz. El tío Qader, también. Lo dice porque los muertos hablan de por sí, como diría Machado de Assis en Memorias póstumas de Bráz Cubas (5), aunque nadie los escuche: como a su madre, que el abuelo escondió bajo tierra. De lo contrario, le añade Yassin al vendedor, ‘sería tranquila como usted’. Éste, comienza a entender a Yassin: su mirada lo delata. Mirza cuenta que en Kabul conoció a un hombre muy respetado, cuyo hijo fue a la batalla. Al regresar, se supone, debía asumir la tienda paterna. Pero, eso no pasó: el hijo cogió gusto por uniformes, armas y dinero. Sin darse cuenta, Mirza ha hecho una síntesis sobre el oficio de los mercenarios y, más allá, sobre EEUU, los orquestadores de la guerra por (pésima) excelencia.
Ese hijo, derivó en ‘ridículo agente’. Como su padre no estuvo de acuerdo, lo echó. Y murió, con el corazón roto. El hijo lo acusó de filicidio. Al no tener elección, dejó todo: vida, tienda y partió de Kabul. Historia similar a la de Rahimi, cuando en la guerra, su padre, adinerado, fue secuestrado y torturado. Lo que, en 1984, lo hizo huir a Pakistán y en 1985 a París, donde se doctoró en Audiovisuales e hizo documentales y ficción. Para Mirza la vida está llena de altibajos. Dastguir debe ayudar a Mourad a comprender sus cambios incluso desconcertantes. Solo quien es capaz de resistir a sus ataques/sorpresa sobrevive: el resto sucumbe. Pasa un hombre con una puerta sobre su espalda. El comerciante insiste en echar a Yassin, a quien el abuelo llama: lo vuelve loco. El niño le devuelve: ‘¿Quieres saber dónde están las voces?’ Pues entre los tanques. De ellos fue que salieron las balas que mataron a millones de afganos.
Primero, por la URSS, 1979-89. Luego, por EEUU, 1998. Aparte de Afganistán, invadirá a Yugoslavia, 1999; de nuevo, Afganistán, 2001-21; Filipinas, 2002; Irak, 2003 a 11; Somalia, 2007; Libia, 2011; Yemen, Pakistán, Somalia, 2011-12; Irak y Siria, 2014 hasta hoy; Ucrania, 2022, vía OTAN, atacando a Rusia a la vez al sabotear la venta de gas a la UE para hacerla suya: para que el hijo de Biden, la usufructue del todo. Después vendrá China, con el pretexto de su dominio sobre Taiwán que por tra(d)ición ha sido fortín gringo. Mientras Dastguir espera que vaya con él, el sordo pide al vendedor que su burro grite. Aquél tampoco tiene voz, ni sus burros. ‘Los tanques se han robado sus voces’, sostiene. El comerciante engaña a Dastguir con que los niños no molestan, porque son potenciales compradores de caballos de madera y sonajeros. Uno de sus burros pisó una mina en un pueblo, otro en otro y uno más…
¿Por cuenta de qué países Afganistán se llenó de minas? Dastguir le aclara al vendedor que Yassin no escucha por no captar su sordera. Por eso todos están mudos. Y le cuenta sobre madre, tío y abuela que Dastguir enterró. A cambio, recibe un sonajero. Pero, sus cascabeles no hacen ruido. Vuelve Fateh y grita ¡basta! a Yassin. Hace mucho ruido, le recalca al abuelo. Quien insta al chofer de un camión que lo llevará a la mina a esperarlo mientras atiende al nieto. Dastguir deja a Yassin con Mirza, quien se ofrece a cuidarlo, mientras regresa de ver a Mourad. Para el chofer, Fateh no es mal hombre, solo que el dolor lo endureció, está lleno de amargura, aunque, eso sí, cada tanto se ablanda y se ve en sus ojos. Lo conoce hace años. A veces se pone como espada y lanza su rabia. O deviene bomba de tiempo y un día explota en la cara de cualquiera. Mirza cree saber algo: ‘El dolor de Fateh es las tres cosas a la vez’.
El chofer conoce a Mirza, una vida honorable en Kabul. Especie de alter ego del padre de Atiq Rahimi: ‘Era un hombre muy respetado’. Tuvo tres hijas y un hijo. Un día, sin motivo, dejó todo y puso su tienda allí, en el desierto. Dastguir no va a las minas a trabajar, sino a clavar una espina en el corazón de Mourad. De ahí el miedo que le confiesa a Mirza. En el camión, una escena surreal: lanza un fruto, que decide no comer, por la ventana y ya Zaynab corre desnuda por el desierto; luego, tira su pañoleta roja y ve a Zaynab vestida con ella, mientras la pantalla se cubre de polvo. Dastguir vuelve en sí, pero cae en tristeza, desasosiego, insatisfacción absoluta. El chofer lo insta a dormir, a oler las minas y a ver a su hijo. Al llegar a la montaña, estará en las minas. Igual, con su hijo: allí está todo. Al fin, llegan. Un guardia levanta la tabla y les da paso. Dastguir baja a buscar al capataz y a Mourad.
El chofer volverá en dos horas. La cámara sube la montaña, como si fuera una de Ouro Preto, en MG, tomada por Sebastião Salgado u otra de El Cerrejón, en Fosa Común, tomada por Nereo López. Dastguir sigue en extravío. No halla a su hijo. Va a la oficina del director de la mina, que lo hace seguir. Mourad trabaja, allá abajo. Si no hace extras, a las seis termina. El abuelo tiene que irse antes. Mourad está bien, dice un empleado. Lo pasó mal un par de días. Pero, las noticias que recibió no eran ciertas. Supo que la guerra había golpeado a su pueblo y que su familia cayó. ‘Ahora veo que todo era mentira’. ‘No es cierto’, estalla Dastguir. ‘Su esposa, madre, sobrino y su hermana se han ido’. Solo sobreviven Dastguir y Yassin. ‘¡Que Alá proteja a sus almas!’, dice el capataz y lo palmea en el hombro. Gracias a él los dos están vivos. Pero, Dastguir habla es de su hijo, Mourad, de Abqol. Y él sabe, pero no ha ido a casa.
Dastguir babea, le ofrecen té, tiembla con el pocillo. Baja la cabeza. Le pasan azúcar. No la recibe. Quiere saber qué pasó con Mourad. Pregunta si está vivo, si se accidentó. Según alguien, el capataz dijo la verdad: Mourad está bien. Unos días atrás, no. No comía ni bebía ni dormía. Se derrumbó. Una noche salió a correr desnudo. Se golpeó junto a la hoguera. Mourad tal vez sea el minero del año. ‘Si estuviese vivo, habría llegado a casa’, cree Dastguir. ¿A los mineros no les dan tiempo libre cuando alguien muere? Una pregunta capital…ista. Para el capataz, pudo haberse matado, ya que es ‘joven y salvaje’. De pronto, Dastguir se sorprende cuando su hijo lo saluda. ‘¿Mourad?’, pregunta, escéptico. ‘¿Sabes lo que pasó?’ ‘Sí, lo sé’. El padre lo siente. Mourad, también. ‘¡Ya sabes cómo es! ¡Tiene más experiencia que el resto de nosotros!’, le dice el director. Dastguir tiene que irse: dejó a Yassin con Mirza.
Pide que le diga a Mourad que su hijo y su padre están vivos. Con lo cual lo anterior, el diálogo con Mourad, se anula. Dastguir solo hablaba a dos voces consigo mismo. Sale de la oficina. Lo alcanza alguien a tratar de consolarlo. ‘¡Si veo a Mourad le diré que estás aquí! Ellos te mintieron. [Mourad] Pensaba que estabas muerto’. Dastguir le entrega la caja de rapé para que se la dé a Mourad: fue un regalo suyo. Así sabrá que su padre estuvo allí. ‘Te lo prometo’. ‘Si viene él, es mi Mourad. Si no…’, dice Dastguir. Luego, se sienta en un lugar del desierto. Más tarde, se levanta, se inclina sobre el piso, coge un poco de tierra mojada y se lo lleva a la boca. Por fin, arranca y se va. ‘Cada uno por su camino… están rompiendo mi corazón… los extranjeros de una manera. Mis amigos de otra… Si el extranjero me hiere, nada puedo decir. Salvo preguntar a mi amigo: ¿Por qué él está rompiendo mi corazón?’
Lo insoportable de algo es tener que soportarlo
En conclusión, Rahimi ha hecho un filme de personajes, humanista/humanizador. A través del metraje se ha esforzado por mostrar los efectos de los actos humanos. Lo que ya vivió en carne propia con su padre y, más allá, con el pueblo afgano frente a las invasiones rusa y gringa. Sus protagonistas, Dastguir, abuelo, y Yassin, nieto, son seres humanos entrañables, caídos en el desvalimiento, destruidos por los horrores de la guerra. De la que solo queda el desierto físico y la ruina humana. Ninguno de los dos, uno, en su extravío existencial pero dentro de la lucidez, y, otro, en su inconsciente sordera, paró a lamentarse contra la piedra del desaliento. No, ambos, siempre estuvieron seguros de que el pensamiento no puede jamás tomar asiento, que su razón es estar siempre de paso, de paso, así al final no sean vencedores, pero tampoco vencidos lentos. Mizar Qadir, por su parte, es una prueba de la nobleza del ser que no se para en propiedades ni dudas para saber lo que es: amable, culto y generoso, que no actúa jamás con violencia, sino frente a todos con ternura, pero no con esa falsa ternura del que termina huyendo de su país porque sus propios crímenes derivaron en tortura. El reo, anónimo, ha cometido un crimen, pero no es un asesino, porque no mató con sevicia sino por ira e intenso dolor y, además, es un hombre que, por contraste, es capaz de ver la belleza donde se la pongan, como pensaba (no solo) Caicedo: por eso él, el reo, sabe con respecto a su hija que cuando se ha amado con fuerza y verdad, nadie deja de buscar de nuevo esa luz y ese ardor, que esa búsqueda solo cesará cuando suene el cuarteto para el fin de los tiempos. Fateh, el guardia, aun con su furia interna, en su fuero interno sabe que la verdad no emana de autoridad alguna, lo que él se cree por instantes, sino que el tiempo es su padre, así se trate de uno que por diversas razones no se mueve tan rápido como se quisiera, como todos quisiéramos a veces en la vida. La niña y su madre, en la palestra de la guerra, son seres contemplativos que a nadie importan: un sistema patriarcal/machista y andro/falo/céntrico las dejó a la deriva a causa de una estructura que se mueve entre injusticia, discriminación y engaño. Todos sus personajes, malos, buenos y regulares, así no sepan quien es Voltaire, están seguros o no dudan casi sobre que lo que llaman civilización, así sea una sifilización (Darcy Ribeiro), jamás ha suprimido la barbarie: más bien, la refinó sin jamás perfeccionarla, menos mal, hasta hacerla insoportable. Con lo que se confirma que tanto dolor sí cabe en un hombre o en muchos hombres: que lo insoportable es tener que soportarlo. Ojalá fuera menos cruel y bárbaro: pero, no, así es. Como los desalmados que arman la guerra contra los pueblos. A los cuales siempre se les enfrentará la grandeza de alguien como Dastguir, cuya humildad es proverbial. Y es que la grandeza de un hombre es inversamente proporcional a su vanidad, a su soberbia, a su narcisismo. Entre menos hable de él, más notable será su grandeza. Un hombre, Dastguir, que solo busca por dentro, que sabe que no hay nada que buscar por fuera.
A Santiago, hijo adorado, por quien en esencia todo se me ha vuelto soportable.
A Marthica y María del Rosario, a quienes ojalá ningún mal insoportable las habite.
A los Cinéfilos del Cine-Club Al filo del tiempo en recuerdo por el gesto del Día del Maestro.
Notas, enlaces y bibliografía:
(1) Según la representante Katherine Miranda. https://www.youtube.com/watch?v=q4fn2SK1N0s
(2) https://rebelion.org/la-rara-unanimidad-frente-a-la-invasion-de-ucrania/
(4) YOURCENAR, Marguerite. El tiro de gracia. Alfaguara, Madrid, 1991, 138 pp.: 118.
(5) MACHADO DE ASSIS, Joaquim. Memorias póstumas de Bráz Cubas. Clássicos da Língua portuguesa, Brasil, 1881. Traducción: Antonio Alatorre. PDF: 279 pp.
FICHA TÉCNICA: Título original: Terre et Cendres. En español: Tierra y cenizas. País: Afganistán / Francia. Año: 2004. Género: Drama. Formato: 35 mm; color; 103 min. Dir.: Atiq Rahimi. Guion: Kambuzia Partovi y Atiq Rahimi, sobre la novela de A. R. Fot.: Eric Guichard. Mon.: Urszula Lesiak. Mús.: Khaled Arman / Francesco Russo. Int.: Dastguir (Abdul Ghani); Yassin (Jawan Mard Homayoun); Mirza Qadir (Walli Tallosh); Zaynab (Guilda Chahverdi); Amro (Mirza Hussein); Fateh, guardia de garita (Kader Aria); Shahmard, chofer camión (Shir Agha); Carabinero (Azim); Director mina (Vakill Saheb); Niña del tanque (Roheba Azim). Prod.: Films Afganos / Les Films du Lendemain / France 3 Cinéma. Premios: Cannes, 2004: Mirando al Futuro. Festival Int. de Jóvenes Directores de Saint-Jean-de-Luz, 2004: Mejor Director. Estreno: Francia, 13.may.2004.
* (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE, 2012, y columnista, 23/mar/2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución fue lanzado por UFES, el 20/feb/2021. Autor, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en el portal Rebelión, EE y Las2Orillas. E-mail: lucasmusar@yahoo.com