¿Qué se siente cuando la cuerda se desprende y, tras un espectáculo majestuoso que despertó el orgullo patrio entre los asistentes al desfile de silleteros de Medellín, se comienza a caer al vacío a una velocidad impresionante?
¿Cuáles son los últimos pensamientos que atraviesan por la mente, cuando lo último que imaginaron es que un ejercicio aéreo de rutina terminara en tragedia?
¿Cuáles fueron las últimas imágenes que recordaron mientras que veían acercarse el momento final?
¿Cuáles fueron sus esperanzas, si es que las tuvieron, cuando la sensación de que no tener ningún respaldo los embargó, a más de doscientos metros de altura?
Esas preguntas me han dado vueltas en la cabeza, una y otra y otra vez, desde el domingo cuando la televisión transmitió el informe sobre el accidente de los suboficiales de la FAC, Jesús Mosquera y Sebastián Ricaurte, quienes se precipitaron a tierra, en proximidades al Aeropuerto Olaya Herrera, específicamente en la cabecera de la calle 30.
Las escenas que se repitieron constantemente, me causaron y, sin duda a todos los colombianos, estupor, dolor e impotencia.
Lamentablemente, hoy nuevas noticias ocupan la cotidianidad de millares de personas. Entre otras, el incremento de $300 pesos por hora de parqueo en Bogotá… En los hogares de los dos militares, sin embargo, el drama no ha terminado y pasarán meses o tal vez años sin que pase al olvido.
Un caleidoscopio de emociones dolorosas
Una tarde de alborozo en el tradicional desfile de silleteros de Medellín terminó en tragedia en cuestión de segundos. Y como en las diversas formas de un caleidoscopio, la perspectiva que tienen familiares y espectadores configura varios enfoques pero un común denominador: tristeza. Y dos preguntas: ¿Valió la pena una demostración aérea fastuosa a costa de la vida de dos personas? ¿Proseguirán este tipo de espectáculos hacia un futuro?
Jesús Mosquera Andrade es el padre de uno de las víctimas de este accidente. Tiene fe en Dios y una fortaleza que asombra. Pero no niega que lo embargaron la impotencia, el dolor y la rabia. “Quien estaba allá arriba, arriesgando la vida, y quien luego la perdió, fue mi hijo. Y detrás de su vida, hay muchos sueños que se pierden. Cada vez que veíamos las imágenes, nos poníamos en su lugar y revivíamos la desesperación que debió sentir”.
Probablemente nadie entenderá qué siente ni tampoco la sensación de vacío que los embargará en los meses y años siguientes. Eso solamente lo sabe la persona que lo experimenta. Él volverá a Quibdó con su desolación. Su hijo ya no se graduará de abogado, carrera que estaba por terminar. Probablemente su esposa Karen y su hijito de 9 años, lo seguirán esperando, mirando a través de la ventana hacia ese punto indeterminado donde uno siempre guarda la esperanza de que aparezcan los seres queridos que ya partieron, para decir con una sonrisa amplia en el rostro: “Volví”.
Igual los familiares de Sebastián Ricaurte, quien desde muy joven ingresó a la Fuerza Aérea Colombiana, lleno de ilusiones. Todo se fue al traste en cuestión de segundos. Para ellos, para las expectativas que habían edificado hacia un futuro, todo terminó. No habrá un mañana.
Una hora que se detuvo en el tiempo
La jornada de la tarde concluiría con la rutina de costumbre al concluir estos ejercicios: los comentarios sobre el recorrido, la adrenalina que despierta estar a tanta altura con esa sensación de vulnerabilidad, las miradas expectantes de millares de concurrentes al desfile, y el comentario que no debía faltar: “Yo allá no me subo por nada del mundo. Me produciría vértigo.”. Natural, previsible, lo de siempre.
Pero el reloj se detuvo en el tiempo a las 3:17 p.m. Fue el momento en el que los dos suboficiales se desprendieron y, con ellos, la gigantesca bandera de Colombia que se plegó, como si representando a todo un país, sintiera el corazón arrugado y lamentara el sacrificio de vidas humanas por hacer demostraciones militares que dejan en alto la imagen de la FAC, pero cubrieron con un manto de dolor a las familias.
“Yo estaba grabando desde mi celular. Iba para el aeropuerto, pero me llamó la atención. Y pensaba que los cuatro militares, subidos en esas cuerdas, eran unos verracos. Se lo comenté a un familiar. Estuvo de acuerdo conmigo. Fue en ese momento en que vi lo que, creí, solo estaba en mi imaginación. Dos de ellos cayeron al vacío. Todos gritamos.”, relató Luz Marina Meza, quien compartió un vídeo aficionado con un noticiero de televisión nacional.
Ella se identificó con el dolor, la rabia y la impotencia de los padres de los suboficiales y de todos aquellos, que en el país, no podían salir de su asombro.
Algo contradictorio
La validez de este tipo de ejercicios, que demostró puede tener un alto margen de riesgo, debe entrar a formar parte del debate nacional dado que, alrededor de su realización, se evidencian contradicciones.
Para el comandante de las Fuerzas Militares, Luis Fernando Navarro Jiménez, la presentación hacía parte de la demostración de capacidades que acostumbran realizar.
"Eso obedece a unos altos estándares de seguridad tanto del material como de la tribulación y el sistema de aeronaves. Nos deja un sinsabor bastante grande y vamos a determinar en cuál de esos sistemas pudo haber estado la falla. Esto ocurrió en un momento desafortunado, pero también pudo ocurrir durante combate", dijo a la revista Semana.
El comandante de la Fuerza Aérea Colombiana (FAC), general Ramsés Rueda, contempló este martes, que el accidente se deba a agentes externos. Si bien han descartado el desgaste de las cuerdas, no desestiman la posibilidad de que se trate de un nailon, de los que se utilizan para elevar cometas. Alguien más, se “aventuró” a mencionar que en el área se elevan drones.
“La cuerda se rompió entre el helicóptero y los comandos; encontraron un corte pero no se ve deshilachado, eso es materia de investigación”, dijo el alto oficial en rueda de prensa cuyos principales apartes retransmitió la cadena radial RCN.
Aquí cabe recordar el cuestionamiento de don Jesús Mosquera Andrade, que nació en lo más profundo de su corazón y no pudo callar: “Le quiero preguntar al ministro de Defensa si sería capaz de mandar a sus hijos con una sola cuerda”.
"Siento dolor y rabia por la forma tan irresponsable como mandaron a mi hijo a esa misión. Yo hablé con él un día antes y me dijo que no estaba a gusto de participar en ese ejercicio porque no se estaba teniendo en cuenta la líneas de riesgo", le relató a un canal de televisión nacional que cubrió el hecho.
Decirlo, lo llevó a liberarse de un enorme nudo que atenazaba su garganta y, que sin duda, es la misma sensación de impotencia y dolor que a estas horas embarga a los familiares del suboficial Sebastián Ricaurte, en momentos en los que —lamentablemente— otras noticias están llevando al olvido el drama que comenzó el domingo al caer la tarde...