El consenso generalizado hoy es que lo que sucede actualmente con la Alcaldía de Bogotá es inaudito. Pobre ciudad, sumergida en la desesperanza en medio, no solo de graves problemas que afectan la vida diaria de sus habitantes, la rentabilidad de los negocios, su imagen y la del país. Lo que el procurador ha hecho es una prueba de los costos que tiene el pensar individualmente y no colectivamente, porque esa es la razón menos grave para explicar su elección y su reelección. Una cuenta de cobro está pendiente por parte de los 8 millones de habitantes de esta ciudad, a todos aquellos senadores que lo apoyaron, incluyendo a Petro. Si Ordóñez se hubiese limitado a juzgarlo por sus errores como alcalde y no a acabar prácticamente con su vida política, otra sería la situación actual. Pero lo grave es que nada se resuelve; ahora viene lo que El Espectador denomina 'El limbo jurídico del caso Petro'.
Sin entrar en los temas jurídicos que deben ser analizados por quienes conocen la materia, es fundamental entender un tema de fondo: ¿en el momento actual tiene el alcalde Petro la gobernabilidad que requiere para manejar este caos de ciudad que tenemos? Los que hemos sido funcionarios públicos en distintos gobiernos nacionales, conocemos muy bien lo que significa la interinidad. Así se cuente con toda la voluntad de trabajar de esa persona –que, ojo, no se visualiza como permanente–, es una cruel realidad que no cuenta con la base mínima para actuar. Sí, Petro volvió a la Alcaldía, pero ya, tanto el Gobierno Nacional como el procurador, están apelando la decisión. O sea, Petro, para el común de los cristianos no abogados, se puede volver a ir.
Además, el alcalde Petro no se ayuda. Llega hablando de conspiraciones con el problema del agua en gran parte de la ciudad; no entra discretamente a su despacho sino con pompa y alevosía, frente a una ciudadanía que vive diariamente el costo de una ciudad desorganizada y peligrosa. Amenaza con cambiar de nuevo su gabinete, un equipo que sí tiene gente buena que se la ha jugado más que Petro por la 'Bogotá Humana'. Les pide que renuncien para dejar en un hueco al alcalde encargado Rafael Pardo quien manejó con prudencia su corto período, y después cuando se da cuenta de su error, los manda a que retiren su renuncia. Ahora, los amenaza de nuevo con sacarlos. Qué delicia no ser parte de ese equipo.
Todo esto lo que ha logrado es que la gente pida a gritos que se acabe la interinidad, pero tal y como van las cosas es difícil creer que Petro recuperará la gobernabilidad necesaria para resolver los graves problemas de la ciudad. No solo él no puede asegurar su permanencia sino que con sus actitudes está agotando aún a quienes lo defendieron en su momento. La razón: pareciera que a Petro le interesa más él, su futuro, que el de la ciudad que lo eligió y el de esa ciudadanía que protestó por la decisión exagerada del procurador.
Sin gobernabilidad –definida, de una u otra manera, como 'la capacidad de gobernar'–, es imposible enfrentar eficientemente lo que afecta a Bogotá y a sus habitantes. Y esto se agrava por la sobradez de Petro que a todos, con pocas excepciones, desespera. El mucho o poco tiempo que tiene el alcalde para manejar la ciudad, o se lo dedica a enfrentar sus problemas y no a su imagen, o no solo terminará muy mal la ciudad sino su carrera política –si es que logra recuperarla–. A gobernar, alcalde y no a alimentar ese ego que a veces lo traiciona. La gobernabilidad se recupera con acciones y no con discursos y menos desde el balcón de la Alcaldía. Bogotá necesita un alcalde y no un caudillo.
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