Así como mi Grinch interior me impide ponerme a hacer senil ridículo, dándomelas de youtuber, improvisando en Tik Tok o sometiendo mis datos electrónicos al escrutinio de un bot para que me haga un muñeco avatar, así mismo la verificación constante de la triste y paradójica realidad colombiana, ahora sometida a pandemia importada, me impide declarar inútiles los optimismos pospandémicos.
No obstante mi progresiva aversión por las llamadas buenas formas, inherentes a la ya insoportable corrección política, me veo obligado a dejarme arrastrar por la odiosa moda colombiana del eufemismo (la misma que impuso el término falso positivo para designar los asesinatos de Estado, con el propósito de denominar esa cosa detestable), pero tan útil para analizar realidades como la colombiana, llamada pesimismo, bajo el sugestivo nombre de positivismo inverso, en aras de sosegar los emprendedores y empoderados espíritus que aún creen que un cambio bajo la tutela del uribismo es posible.
Por lo visto y oído hasta aquí, nada va cambiar en esta sociedad del Sagrado Corazón de Jesús, una vez se declare, si es que algún día pasa, el fin de la pandemia. No van a llover florecitas multicolores debajo de un iridiscente arcoíris, tampoco correrán ríos de leche, miel, borojó, chontaduro, aguacates, ni uchuvas. La corrupción, en lugar de ceder, se incrementará exponencialmente, aupada en las normas de planeación aprobadas presurosa e improvisadamente durante la peste, de nada servirán las populistas cadenas perpetuas, ni las docenas de leyes anticorrupción que logre aprobar un congreso casi que interdicto. Las gentes no se llenarán de empatía, ni saldrán presurosas a abrazar cálidamente al vecino del que siempre han denostado. Los furibundos hinchas de Uribe no van a hacer las paces con los angelicales y sosegados seguidores de Petro. No, nada de eso va a suceder, porque esto es Colombia y son más de quinientos años de odio y mala educación los que nos han traído hasta aquí.
Los socios y patrocinadores del uribismo, hoy en el poder político administrativo de Colombia, lograron su más anhelado sueño: imponer de una vez por todas un Estado corporativista, en el que los representantes de los poderosos gremios legislan, juzgan, sancionan y premian. Así quedó demostrado con la presurosa promulgación del rosario de decretos presidenciales, que bajo el amparo del desorden, ocasionado por la crisis achacada al virus de marras, estableció a las malas y a la carrera todas las reformas económicas, laborales y sociales en contra de los de a pie que estaban pendientes y que hacen las delicias del notablato económico de este país.
La incertidumbre y el miedo, amplificados a cada instante por las cajas de resonancia de los medios de comunicación afines al uribismo de la capital (que son casi que todos), han logrado empujar a la muchedumbre a un tétrico escenario en el que lo único que importa es salvarse como se pueda y sin importar a quien se lleve por delante, toda una oda al individualismo capitalista impuesto desde siglos atrás. La solidaridad y el sentido común son cosas imposibles e innecesarias en este campo de batalla, en el que a la gente se le ha hecho creer que lo más importante es la economía, así no sea la de ellos.
Esta nueva carrera de sálvese quien pueda es fácilmente constatable en el día sin IVA. Basta salir a la calle, allí están todos adocenados, sin precaución, sin el más mínimo de consideración por la salud de los demás y de los propios. Este Estado corporativista corrió presuroso a salvar a la banca y a las grandes superficies, abandonando a su suerte a millones de necesitados, que ahora miran con recelo a quienes osan advertirlos sobre el inminente riesgo de muerte que tienen. Además, detestan y vituperan a quien les indique el lamentable estado de servidumbre al que están siendo empujados. También, señalan y condenan a aquellos que osen invitarlos a recapacitar y a reclamar en la calle a este gobierno corporativista su obligación de salvaguardar la vida y el bienestar de todos.
Esta nueva masa de pobres fue obligada a salir a la calle para correr en pos de lo poquito que están dispuestos a darle los nuevos amos del siglo XXI, tras la ilusión de una moderna modernidad de teletrabajo, emprendimiento, empoderamiento y autogestión, todo porque se les ha hecho creer (y creen) que el rescate de la economía que les ha negado, les negó y les niega hasta lo mínimo para vivir decentemente es su responsabilidad y no de los irresponsables que se negaron a hacer lo necesario.
No. No es que sea pesimista, es que me rehúso a ahogarme en una tina medio llena.
Post scriptum
Uno. En el estado actual de caos institucional y dictadura presidencial de emergencia, los contrapesos constitucionales establecidos en la separación de las ramas del poder público se han debilitado de manera peligrosa, hecho que es aprovechado por hábiles y manipuladores políticos en las regiones para hacer de las suyas con los planes de desarrollo municipales y departamentales.
Dos. Es increíble el nivel de cinismo de algunos comités de aplausos de algunas alcaldías. No esperaron ni a la promulgación de los planes de Ddsarrollo municipal, sospechosamente aprobados por unanimidad, para dejar en evidencia en las redes sociales el vergonzoso intercambio de favores (obras y contratos) que se llevó a cabo para lograr tal aprobación.
Tres. Consejo partido: a) Comités de aplausos, no sean tan miserables con esos inocentes concejales que vendieron su alma, no los pongan en evidencia. b) Concejales, no sean tan inocentes en creer que esas obritas eran gratis, ya los tienen en su poder.