Tiempo, plata y abuso de autoridad de un policía por una “cervesa”

Tiempo, plata y abuso de autoridad de un policía por una “cervesa”

¿Es posible que un uniformado gaste más de 3 horas poniendo un comparendo?, ¿que insinúe reiteradamente que con plata se solucionaría más rápido todo? Sí, es posible

Por: Andres F. Vaca
abril 03, 2018
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Tiempo, plata y abuso de autoridad de un policía por una “cervesa”

Lo primero para decir es que esta historia partió de un error mío y mis amigos, somos los primeros responsables. Todo comenzó el pasado 21 de marzo en la plazoleta de Carulla en la calle 85 con carrera 15. Con dos amigos íbamos a comer alitas en Hooters porque los miércoles hay 2x1. Mientras llegaba la novia de uno de nosotros nos sentamos en las escalera al frente de uno de los cajeros a tomar una cerveza. Haciendo eso infringimos una de las normas del Código de Policía.

Inesperadamente apareció un policía que nos pidió la cédula y una requisa. Ya la cerveza se había acabado y quedaban dos pero no estaban abiertas. De inmediato comenzó a hablar por su radio pidiendo un camión para llevarnos a la extinta UPJ (Unidad Permanente de Justicia), anteriormente se conocía así pero hoy se llama el Centro de Traslado por Protección. Conociendo nuestros derechos le dijimos que eso daba un comparendo pero no traslado. Lo único que decía con agresividad era: “Muéstreme dónde dice eso, muéstreme, muéstreme”.

Previamente le había pedido una requisa a otros jóvenes de no más de 23 años, que estaban en las mismas de nosotros, pero luego les dijo: “Váyanse ustedes”. A los 5 minutos llegó uno de sus compañeros en moto y comenzaron de nuevo las amenazas de traslado, esta vez aumentadas con esposarnos, esto último menos mal no sucedió. “Se demora en llegar el camión, toca que nos acompañen al CAI”, dijo uno de los uniformados.

Todo el proceso inició sobre las 8:40 p.m. y mientras llegamos al CAI del Virrey ya eran cerca de las 9:00 pmm. Entramos y de una vez con su arrogancia nos dio la orden de hacernos en la parte de atrás y quitarnos los cordones de los tenis, a la segunda orden no accedimos en ese momento. La novia de mi amigo ya había llegado y al preguntar por qué nos tenían ahí solo se limitó a responder: “No tengo nada que hablar con usted”, y ella replicó: “¿Luego ustedes no están al servicio del ciudadano? Yo puedo preguntarle algo”.

Seguía la charla y protesta de nosotros. “¿Por qué nos va a llevar con los ladrones a la UPJ? Pónganos el comparendo y ya”. El policía decía que allá no iban los ladrones, que simplemente tenía que mandarnos. Durante esos minutos se escuchaba a Jesús Moreno Rojas, el policía que nos la “montó” desde el comienzo, hablando por radio y diciéndole a algunos de sus compañeros cosas como: “Tráiganme los comparendos que no tengo... ¿Y eso me tocaría radicarlo mañana?... Hágame el el favor usted, yo que voy a madrugar a eso”. Uno de los uniformados nos prestó el baño cordialmente y hablaban del partido que Santa Fe le estaba ganando al América.

También empezó el juego del “policía bueno” y el “policía malo”. Lo que pasaba es que los “buenos” eran todos los demás que miraban con cara de asombro como nos tenían ahí sin razón alguna. En un momento le explicamos a uno de ellos y le dijimos que nos iban a trasladar y nos dijo: “No, no los van a trasladar, solo es el comparendo”. De inmediato se volteó Moreno Rojas y el policía tuvo que disimular: “Ah no, pues no sé, el problema es con él”. Todos los demás decían que la decisión era del compañero que llevaba el proceso y ellos no podían hacer nada.

A eso de las 9:30 p.m. llegó la libreta de comparendos. Para llenar 3 formularios donde hay que poner los típicos datos de nombres, fecha, localidad, tipo de multa y cosas así, se demoró hasta las 10:45 p.m. aproximadamente. Durante esos 75 minutos seguían las amenazas de traslado, no respondía lo que le preguntábamos y el trato era humillante. Cuando mis dos amigos le respondieron a qué se dedicaban, uno ingeniero y el otro diseñador, escribió y ya. Cuando yo le respondí que era periodista se alertó un poco y me pidió el carné del medio donde trabajaba, el cual yo no portaba, ¿por qué si se interesó por mi carné de trabajo y no por el de mis amigos?

Cuando me acerqué a firmar mi comparendo me dijo si tenía descargos. En las líneas de hechos el señor Moreno Rojas escribió: “Se encuentra consumiendo bebidas alcohólicas en vía pública”. Le exigí que los descargos los podía escribir yo mismo, pero con un tono grosero me dijo que no y  que sino quedaba sin descargos y ya el formulario. Le dije que la cerveza no estaba abierta y escribió: “La cervesa no estaba destapada”. En un momento creí que su error de ortografía era de aposta para alguna trama legal aunque luego me di cuenta que no, se notaba su precario uso del lenguaje a la hora de expresarse.   

Firmé el comparendo y me di cuenta que después escribió en otra casilla de observaciones: “Al realizarle el llamado de atención se coloca en alto grado de exaltación por tal motivo se aplica artículo 155”. Una mentira total porque todos colaboramos y por eso le exigí que me dejara hacer otro descargo a eso, que no se podían agregar cosas después de firmado y tampoco dejó. Comenzó el cambio de turno de varios uniformados y cada nuevo que llegaba nos preguntaba por qué estábamos ahí, uno alcanzó a insinuarnos que buscáramos “cómo arreglar”. Moreno Rojas seguía amenazando y hasta cantando y pronunciando en “inglés” UPJ: “Se van de ‘iu, pi, yei’”.  

Llegó el del camión y de nuevo tuvo que llenar otros formularios para el traslado, firma, huella y demás cosas. Otra vez preguntó la ocupación y cuando dije periodista, unos tres policías se voltearon de inmediato. Nos devolvieron las cédulas, nos dieron el comparendo y casualmente todos salieron del CAI. La novia de mi amigo se dio cuenta cuando uno de los superiores le decía a Jesús Moreno Rojas: “¿Qué le he dicho? ¿Qué le he dicho?” Parecía recriminarle algo y el policía simplemente miraba los papeles y no sabía muy bien qué hacer.

Uno de los policías que llegaba de turno, cerró la puerta del CAI y nos hizo ir más atrás. Nos dijo que nosotros nos veíamos bien, que él nos ayudaba a salir, que simplemente la novia de mi amigo firmara haciéndose cargo de nosotros, que ahí podíamos “cuadrar” algo. Le dijimos que gracias y no más, pero se quedó como esperando algo y para mí fue la segunda insinuación de que buscaba dinero. Salió y llegó Moreno Rojas con el policía que conducía el camión ya dispuestos a llevarnos. Nos subieron al vehículo, aunque ya no es un camión sino una especie de bus, con sillas cómodas y un espacio amplio. Los dos cerraron la puerta del bus y de nuevo: “Bueno ¿Entonces qué vamos a hacer?”. Yo seguía pensando que estaban dando el primer paso para que les ofreciéramos dinero, pero desde un comienzo mis amigos y yo acordamos que no le íbamos a dar un solo peso a los policías.

Se bajó Moreno Rojas y la actitud del policía que conducía el camión cambió de inmediato. Nos dijo que nos ponía música y que estuviéramos tranquilos. Ya no era el mismo amangualado con su compañero que nos gritaba y amenazaba. La novia de mi amigo siguió el bus en un taxi y a nosotros no nos quedó más remedio que tomarlo con humor y hasta selfie nos tomamos en el bus. Yo era el único que conservaba el celular, mis dos amigos ya se lo habían entregado a la niña que nos acompañaba.

Debimos esperar unos 20 minutos en el bus cuando llegamos al Centro de Traslado por Protección en Puente Aranda. Yo mantenía comunicación con la novia de mi amigo, el policía del bus le dijo que él nos “ayudaba”, que después lo invitáramos a un tinto y que le “colaboráramos” con la comida de esa noche. Ya era como la cuarta insinuación de soborno. Mientras unos 20 hombres estaban haciendo el ingreso a las celdas, el policía nos mantuvo en el camión para “protegernos”. La niña entró a hablar con la trabajadora social que vela por el derecho de los detenidos y le dijo que ella se podía a hacer cargo de nosotros diciendo que no era la novia sino esposa de mi amigo y que los otros dos no teníamos familia en Bogotá.

Hicimos el ingreso, nos requisaron en un cubículo, pero yo debí separarme para ir a un locker a dejar mi celular. Cuando fui a la celda no veía desde afuera a mis amigos, el policía me dijo que ahí estaban al fondo y luego señaló: “abra, esto es autoservicio”. Yo mismo abrí la celda y la volví a cerrar. La verdad no era el infierno que me había contado la gente que estuvo en la antigua UPJ. Son paredes blancas, un sitio limpio y tres teléfonos afuera que uno puede usar para llamar a un familiar a que venga por uno. A pesar de tener a la persona que se iba a hacer cargo de nosotros afuera, debimos hacer todo el proceso.

Ahí ya eran como las 12:00 a.m. y por supuesto para mis amigos y yo el ambiente era pesado sin importar que el sitio era bastante amplio y solo lo compartíamos con unos 15 hombres más. Claramente se notaba la diferencia entre nosotros y los demás. “Gomelo ¿Porta un cigarrillo?, me dijo uno de ellos amablemente pero obviamente yo no tenía. Ahí pensé que probablemente las personas que sufren esa injusticia y cuentan con los recursos económicos, prefieren sobornar a los policías antes que ser trasladados.

Todo estaba tranquilo hasta que la trabajadora social se alejó para hacer los papeles y el policía también se fue. Antes que llegáramos a los demás les dieron un jugo en caja y un ponqué. Uno de los detenidos tomó una caja de los jugos, armó una especie de pipa y comenzó a fumar lo que creemos era bazuco. Así se fueron juntando unos 6 o 7 y a acercarse a nosotros a botar el humo por las ventanillas que estaban al lado. Varios de ellos nos rodearon y nos invadió el miedo.

Probablemente fue paranoia pero preferimos levantarnos y hacer como si fuéramos a usar los teléfonos de afuera. Justo nos llamó la trabajadora social, firmamos la salida, reclamé mi celular y salimos. Ya ninguno tenía batería y no podíamos llamar un taxi. Sorpresivamente afuera estaba el policía del bus: “Los puedo llevar a la 53 con Caracas y les cobro el Uber”. No sabíamos si era en chiste o en serio pero decidimos subirnos. Finalmente, a eso de la 1:15 a.m. el “generoso” policía nos llevó hasta la 53 con séptima y al bajarnos nos dijo: “Lo que su conciencia les diga, para comer algo más tarde”. Ni una moneda le dimos.

Este es un caso sin mayor trascendencia, una simple anécdota donde no hubo agresiones físicas ni nada tan grave como otros hechos que registran los medios de comunicación. Si existió abuso de autoridad, modificando un comparendo y mintiendo, pero nada que se acerque mínimamente a una tragedia como la del grafitero Diego Felipe Becerra donde perdió la vida a manos de un patrullero.

Lo que parece inaudito es que la policía se demore más de 2 horas poniendo un simple comparendo por consumir alcohol en vía pública. Mientras estuvimos en el CAI llegaron tres hombres angustiados en un carro porque habían robado a alguien y los policías no hicieron mayor cosa. Llamaron de un Oxxo para que los ayudaran con un habitante de calle que estaba haciendo escándalo, un uniformado se demoró más de 5 minutos “mamando gallo”, hasta que por fin salió y volvió a los 10 minutos diciendo que por fortuna ya se había ido el “indigente” cuando llegó al supermercado. El bus de la policía recorrió más de 11 kilómetros, gastando gasolina, para que tres detenidos se tomaran una selfie y escucharan vallenato. De pronto ese día de 8:40 p.m. a 1:15 a.m. alguien pudo necesitar ayuda de un policía pero estaban muy ocupados poniendo tres comparendos.

Patrullero Jesús Moreno Rojas,#PoliciaAprovecheSuTiempo, diariamente en Bogotá hay cientos de robos y se presentan algunas muertes violentas al mes. Hay que tener un poco de sentido común para solucionar las cosas rápido y no estar buscando plata fácil con un soborno. A nosotros se nos dañó una simple noche de diversión, ya no volveremos a tomarnos un par de cervezas en vía pública y nos sentimos con la conciencia tranquila de pagar una multa de $196.724 o hacer un curso pedagógico y no pagarles su “comida” de esa noche (#NoSobornoPolicias). Seguramente usted entró a la Policía Nacional con el sueño de ayudar a la ciudadanía y resolver problemas más importantes que personas “exaltadas” por una “cerveza”.

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