Dos años y medio de guerra en Ucrania, el terrorismo inclemente de Hamás, la reacción desmedida de las fuerzas armadas israelíes, explosiones controladas en miles de buscapersonas y walkie-talkies en Líbano y la decisión de matar al líder de Hezbolá en Beirut, Nazralá, son solo algunos ejemplos de cómo el uso de las armas es hoy el medio prioritario para la resolución de conflictos.
En América Latina, la favorabilidad de Bukele, por su mano dura, anda por las nubes. Más seguridad, menos democracia, parece ser la fórmula.
Es pertinente preguntarse si estamos viviendo un "tiempo de los halcones". Este término, que evoca un enfoque agresivo y militarista, encuentra resonancia en diversos eventos recientes que han marcado la agenda global y regional.
Desde el inicio del siglo XXI, hemos sido testigos de un incremento en las intervenciones militares y el gasto en defensa. La pandemia de COVID-19 no ha hecho más que exacerbar estas tendencias, llevando a muchos gobiernos a adoptar posturas más belicosas. La brutal invasión de Ucrania por parte de Rusia en 2022 y la respuesta militarizada de la OTAN que, aunque no es contendiente directa, ha proporcionado apoyo militar y logístico, es ejemplo de cómo las soluciones bélicas están volviendo a ser la norma.
La oposición de Rusia a la expansión de la OTAN en Europa del Este es un factor clave en este conflicto. La percepción rusa de que la OTAN representa una amenaza a su seguridad ha influido en sus decisiones estratégicas militaristas.
El condenable ataque del 7 de octubre de 2023 de parte del grupo terrorista Hamás y la subsiguiente respuesta del gobierno israelí en Gaza ha resultado en decenas de miles de muertes de inocentes y una crisis humanitaria sin precedentes. Los bombardeos de parte del gobierno israelí a Hezbolá y el asesinato de Nasralá, su máximo líder, enemigos de Israel, forman parte de una escalada que no solo refleja un enfoque militarista, sino que también plantea serias preguntas sobre la efectividad de tales acciones para lograr una paz duradera. ¿Cuál será el ideario político de niños y jóvenes palestinos huérfanos, sin hogar, dentro de unos años?
En América Latina, aunque no hay guerras convencionales, el recrudecimiento de la violencia es alarmante en algunos países. El mas notable y cercano es el caso de Ecuador, que vive un deterioro sin precedentes desde el 2018. Las causas son diversas: narcotráfico, corrupción y la desigualdad social, que alimentan un ciclo de violencia que se manifiesta a través de homicidios y conflictos sociales.
En Colombia, la descomposición del acuerdo de paz con las Farc ha permitido el resurgimiento y fortalecimiento de grupos armados ilegales, incluyendo disidencias, ELN y poderosos clanes del narco. La Paz Total, un audaz esfuerzo público que pretende la reconcialición nacional, se asocia, en la práctica, con ganancias territoriales de parte de aquellos, el retorno a prácticas como el secuestro y la continuidad de masacres y asesinatos de líderes sociales. La gran víctima: la seguridad de los colombianos.
La afinidad con soluciones de fuerza de cara a la seguridad ciudadana está a la orden del día
De ahí que la afinidad con soluciones de fuerza de cara a la seguridad ciudadana esté a la orden del día. La tasa de homicidios en El Salvador se ha desplomado con la política de mano dura de Bukele, a costa de violaciones a los derechos humanos y la erosión de las instituciones democráticas. Políticos criollos quieren calcar el modelo Bukele y si la Paz Total naufraga se abre el camino para la mano dura en el 2026.
Aunque las soluciones pacíficas y diplomáticas estén en crisis, los riesgos para la paz mundial y regional que genera la politica de los halcones son enormes. La normalización del uso de la fuerza va de la mano con el aumento en las violaciones de derechos humanos y a un debilitamiento de las democracias. En lugar de abordar las raíces del problema, se corre el riesgo de crear una cultura en la que la violencia se convierte en la solución preferida en la medida en que henera “victorias tempranas”.
Es crucial considerar alternativas que prioricen soluciones pacíficas y diplomáticas efectivas. La inversión en desarrollo social, educación y oportunidades económicas, que parece repertorio viejo, puede ofrecer respuestas efectivas a largo plazo. Es esencial fortalecer, a toda costa, las instituciones democráticas y promover un diálogo inclusivo que aborde las preocupaciones legítimas de todos los sectores de la sociedad.
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