Por estos días The Dark Side of the Moon, el legendario álbum de Pink Floyd —la obra maestra que colocó a esta banda en el paraíso de los grandes artistas del siglo XX—, está cumpliendo 48 años de ser simplemente un alimento para los oídos. Nadie que lo haya escuchado, sin acudir a vanas adulaciones puede desconocer que es una delicia reproducirlo y sumergirse en los sueños que provoca. Su majestuosidad radica, para ejemplo de muchas agrupaciones, en la capacidad creativa de unos genios que estaban bastante adelantados para su época: un momento de la historia musical en donde no había muchos adelantos fonográficos, pero que no impidió que se sacara de Abbey Road Studios una pieza totalmente vanguardista, y que a pesar de casi cinco décadas sigue siendo todo un referente del rock progresivo de los años setenta.
Es tanta la influencia de este disco que muchas agrupaciones han terminado encontrando su camino gracias a él. El sonido de Radiohead, por colocar un ejemplo entre los muchos que hay, no es una mera casualidad: los efectos que emplean ya estaban presentes, a su manera, claro está, en The Dark Side of the Moon. Por eso se considera a este buen disco una referencia musical que el buen músico debe estudiar para comprender todas las posibilidades que se tienen cuando se es osado. Sí, amigo lector, son 48 años de un trabajo discográfico que se ha convertido por sí solo en un mito: una obra de arte que la cultura pop ha erigido como baluarte del mundo contemporáneo.
En sus letras, metáforas hechas armonía, se puede decodificar el sentimiento de toda una época a través de la interpretación de varios tópicos. La locura (un tema que igualmente vamos a escuchar en Crazy dimond) se hace presente como un legado de Syd Barrett —ese extraordinario líder que tuvo que dejar la banda al enloquecer—, pero también como la realidad de una sociedad capitalista llena de presiones y de inconformismos; el tiempo como una preocupación del individuo que no es dueño de su vida —que simplemente es una marioneta de los intereses de otros y que vive infelizmente por no alcanzar lo que de verdad quiere—; el dinero como una representación de los falsos valores que el capitalismo vende y que degrada el corazón de los que más tienen. Son muchas las lecturas que podríamos seguir haciendo, pero lo único que importa es reconocer el valor conceptual que unas buenas canciones pueden representar.
Álbumes como estos escasean, pues la música que hoy se hace dura unos meses y desaparece para siempre: el fiel reflejo de la cultura de lo desechable. Así que es normal, justo si se quiere, que los miembros fundadores de Pink Floyd —los que están vivos— reciban condecoraciones en Inglaterra por sus aportes a la industria musical. Roger Waters y Nick Mason —David Gilmour llegó después— nunca imaginaron, cuando fundaron la banda en la universidad, que iban a convertirse en un fenómeno mundial: todavía no visualizaban su The Dark Side of the Moon.