Quedó desnuda en el cuarto de baño, completamente empelota y dejó sobre el bidé su pijama de seda, doblada y casi recién planchada. Con una pinza agarró su pelo. Levantó un poco los pies, apoyándose en los dedos, y se acercó al espejo. Primero se miró la cara, hizo gestos con la boca, gesticula, forzando los labios, sacando la lengua. Revisó las pestañas, las cejas, los labios, los poros. Se palpó la piel, haciendo presión con el dedo índice, estirando. Se alejó del espejo para verse de cuerpo entero. Se ladeó y con los dedos pulgar y medio apretó una nalga y miró su resultado. Lo mismo hizo con la otra nalga, haciendo cara de desagrado. La misma operación la repitió en el abdomen, buscando carnes flácidas, pieles sueltas y sobrantes, celulitis, deformidades, defectos, todas esas cosas que atormentan y por último se miró las tetas, de frente, tetas de perra de taller, tetitas de perra callejera, murmuró para sí con una ira inmensa y las tomó con la cuenca de las manos y las levantó casi a la altura de la clavícula. Además, aquí, aquí es donde deben quedarse, aquí, nada de gravedades, les ordenó. Se puso su pijama y abrió la puerta que comunica con el dormitorio. Su marido espera, ansioso como todos los hombres que esperan ansiosos y no dirá nada de ninguna celulitis porque los hombres son ciegos, cogerá los gorditos con amor y lo primero que va a decirle es que tienes los senos más lindos de la historia, que cada día estás más bella. Es que los hombres son unos imbéciles, unas huevas, un poco más y se las pisan.
Tetas de perra de taller
Dedicado y con amor a todos los perfectos