Testimonio de vida de una lección bien aprendida

Testimonio de vida de una lección bien aprendida

En medio de la tensión todos debatían, menos las víctimas directas de la violencia, que a pesar de lo vivido no guardaban rencor y no pretendían poseer la verdad absoluta

Por: Ramiro Guzmán Arteaga (*)
agosto 06, 2018
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Testimonio de vida de una lección bien aprendida
Foto: Pixabay

Ocurrió en el aula de clase, durante la asignatura Comunicación y Cultura. El tema, interesante en el actual contexto histórico del país, era ideología y cultura.

Superada la clase magistral el tópico quedó abierto y el debate no se hizo esperar. El aula era reflejo de lo que es el país: una especie de Torre de Babel. Tensión agitadora entre uribistas y no uribistas, empleo de un lenguaje totalitario entre santistas y no santistas, entre quienes se declaran indiferentes, entre quienes justificaban o condenaban el accionar del paramilitarismo o de la guerrilla, entre quienes estaban o no de acuerdo con los diálogos de la Habana.

En ocasiones prevalecía el súper yo y el desprecio por la lógica del contradictor. En fin, en el aula era evidente la pretensión de poseer la verdad absoluta hasta que finalmente dos estudiantes (él y ella), que permanecían silenciosos, siempre lo habían sido, solicitaron intervenir y dieron sus testimonios.

La joven, que era de Valencia, contó cómo su familia había sido víctima del paramilitarismo, y el estudiante, que era de La Mojana, narró cómo la suya lo había sido de la guerrilla. En ambos casos la población también había sido víctima. En ambos caso la guerrilla y los paramilitares habían llegado a las fincas de sus familias y a sus pueblos. En ambos casos quienes los consideraban sus enemigos llegaron arrasando, matando, quemando. En ambos casos la población se fue.

En fin, en ambos casos los testimonios tenían un punto en común: la violencia desmedida y sin límites. En un instante la estudiante lloró, al estudiante se le quebró la voz, los otros estudiantes los consolaron. Por fin hubo una pausa, el silencio llegó. Alguien les preguntó si guardaban odio, ambos lo negaron. De hecho reflejaban ternura hacia el otro.

Nadie entendía cómo el aula de clase había estado debatiendo en forma desmedida y desproporcionada mientras ellos, las víctimas directas de la violencia, no se guardaban rencor, no se odiaban, no pretendían poseer la verdad absoluta. Antes de que fuera hora de partir alguien les preguntó si se podían dar un abrazo. Se escuchó un coro: ¡Abrazos! ¡Abrazos! ¡Abrazos! Ella y él se abrazaron. La clase había terminado, la lección apenas empezaba.

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